Producir en Argentina es sumamente riesgoso. A los problemas climáticos y de mercado se suman las políticas macroeconómicas y sectoriales, por lo general adversas al desarrollo de las actividades agropecuarias.
Por eso el productor Fernando Bazán dice que es casi tan difícil como combatir el terrorismo. Y lo afirma con fundamento, ya que cuando pudo estudiar no eligió ser veterinario o agrónomo sino licenciado en relaciones internacionales, especializado en terrorismo islámico.
“Eso lo pude trasladar al campo en tanto que es un proceso de tomas de decisiones y análisis de riesgos permanente. Cada decisión que uno toma en política antirrerorista se basa en hechos concretos, se toman riesgos y se definen escenarios posibles”, afirmó Bazán.
Ese esquema es totalmente aplicable a la situación argentina: “El escenario es de sequía, con un dólar divorciado de la realidad, falta de insumos y problemas de comercialización. Tenemos que ver cómo podemos mitigar los riesgos. Esa cabeza (que se formó en la universidad) nos sirve para acompañar este proceso”, contó el licenciado.
El productor tiene una empresa cuya base está en Hernando, al sur de Córdoba, pero siembra en 8 localidades diferentes donde, por los efectos de la seca y las lluvias dispares, las situaciones son bien diferentes. “No tenemos dos lotes iguales dentro de un mismo campo”, explicó.
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Para manejar tales realidades productivas, su estudio de grado le vino al dedillo.
“Quedamos con la cabeza seteada en modo terrorismo y la pasamos a modo campo cambiando las variables. Acá tengo que defender mi margen financiero y económico de atentados del gobierno y del mercado para mantenerme vivo”, sostuvo.
Con relación al impacto de la seca en los campos que maneja contó que “este año el diferencial está en el uso de bioestimulantes y biofertilizantes. Un desestresante cuesta medio quintal de soja posición mayo y eso nos permitió afrontar las altas temperaturas de fines de enero, sin que la soja se estresara tanto como una planta a la que le faltó agua y micronutrientes”.
De todos modos, aunque el impacto productivo es importante, es menor a otros casos en los cuales no se producirá nada. Su estimación de cosecha de soja es de 30 quintales, cuando el año pasado levantó 47. En el caso del maíz espera llegar a los 75 u 80 quintales, cuando la proyección era de 100.
¿Cómo se las ingenia entonces para no salir mal parado económicamente ante ese escenario climático, los bombardeos del gobierno y los del mercado?
“Si uno mide el excel puro hoy te digo que tengo problemas, pero si preguntás como financié los insumos la cosa cambia drásticamente. El año pasado teníamos tasas al 30% con cancelación a 1 año”.
En definitiva, lo que compró “barato” al año pasado lo paga en este “y si veo el nivel de devaluación y la inflación quedé con tasa negativa, así el costo real se licuó. Si además lo apalanco con herramientas financieras que me permiten hacer pago de insumos sin descalzarme del grano, llego a cosecha sin deber nada y puedo negociar precios de los granos de otra manera”. La situación no deja de ser estresante.
El productor relató a Bichos de Campo que durante un viaje a Estado Unidos, en un encuentro con los farmers les preguntaron “qué tenían en la cabeza”, pregunta que respondieron con la palabra “producir”.
Pero los agricultores locales tiene mucho más en qué pensar. ”Acá somos ingenieros agrónomos, contadores, abogados, asesores financieros, de todo. La carga es muy compleja. Producir no es nuestra principal preocupación y esas cuestiones no están medidas en el excel”, concluyó.