La pucha que es rápida la Wikipedia. Apenas unos minutos después del anuncio del nuevo gabinete de crisis del gobierno de Alberto y Cristina, o mejor dicho de Alberto versus Cristina, la página correspondiente a Julián Domínguez ya aparecía actualizada y en el renglón de los cargos que ocupó a lo largo de su vida pública decía: “Ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación (2021-).
Seguramente fue el propio Domínguez o alguno de sus allegados los que se apuraron a poner esta misma noche el nuevo destino de este abogado de Chacabuco que, desde principios de los años 90, vivió prácticamente toda su vida de ocupar diversos cargos en la función pública. La única pausa la hizo a partir de 2015, cuando perdió la interna del peronismo para la gobernación bonaerense a manos de Aníbal Fernández, otro resucitado en el Gabinete de crisis que sacó de la galera el presidente de los argentinos para tratar de responder a las exigencias de la vicepresidenta de los argentinos.
El hecho de que Domínguez asuma ahora dentro de un Gabinete de emergencia junto a Aníbal, quien fue un encarnizado rival en aquella elección, marca a las claras un primer rasgo del nuevo titular de la cartera agropecuaria que hasta ahora ocupaba, sin ningún brillo, el formoseño Luis Basterra. ¿Qué rasgo? Una plasticidad a prueba de balas, del tipo “Terminator”: Domínguez es como esa baba viscosa y metalizada de la película que, de golpe, tomaba la forma que mejor le sentara. El nuevo ministro parece no tener demasiados pruritos en sus alianzas políticas con tal de permanecer bajo la cómoda calidez del conchabo político, una cama solar que suele broncearte y pocas veces te quema.
Domínguez, en una primera definición, es un clásico “panqueque” de la política, un flan de esos de los que hablaba Alfredo Casero. ¡Queremos flan! ¡Queremos flan! ¡Queremos que nos mientan!
El nuevo ministro de Agricultura siempre te va a decir lo que querés escuchar, aunque haga algo bien distinto a escondidas. O en público, total no importa. Sus renuncias ideológicos y hasta morales siempre son maquilladas bajo la pátina de que todos formamos parte de la “gran familia peronista”. Esa gran familia que ahora salió al rescate de nuestro débil Alberto y que trata de calmar a la furiosa Cristina. Domínguez, además, supuestamente es amigo del Papa Francisco. Es, afortunadamente, un peronista bendecido.
Vamos a lo que nos interesa: el nuevo ministro de Agricultura ya ocupó ese mismo cargo entre octubre de 2009 y mediados de 2011, cuando la propia Cristina, contenta con sus servicios, lo manda a competir primero en la elección de diputados nacionales por Buenos Aires y después lo consagró como jefe de esa Cámara del Congreso. ¿Y qué hizo en ese momento? ¿Cuál fue el aporte de su gestión? Ya lo dijimos… Encantador de serpientes, Domínguez decía una cosa, mientras hacía otra. O permitía que otros la hicieran.
En aquella ocasión, el abogado que llegó a Agricultura -cuyo único mérito en la materia era ser oriundo de la capital nacional del maíz- tenía una misión muy clara asignada por Cristina: un año después del conflicto por la resolución 125 (“retenciones móviles), en el que el campo se había impuesto sobre los caprichos recaudatorios de los Kirchner, Domínguez debía iniciar una etapa de “guerra fría” con el sector. Carlos Cheppi, su antecesor, fue enviado a la Embajada argentina en Caracas, donde su jefe político, Julio de Vido, orquestaba grandes negocios. Julián, en cambio, no era santacruceño, sino bonaerense, católico y, sobre todo, afable: al día siguiente de asumir convocó a una reunión a la Mesa de Enlace Agropecuaria.
Que le encanta “chamuyar”, aunque no diga nada, deberían agregar a la Wikipedia.
¡Que levante la mano el ruralista al cual Domínguez no le haya ofrecido algún favor durante su primer paso por el Ministerio! No debe ni existir. El nuevo ministro intentó comprar todas las almas posibles con el único afán de dividir el poderoso bloque agropecuario que había osado desafiar a la Gran Jefa. En algunos casos, esos favores oficiales se consumaron de modo triste (un ejemplo, pero solo un ejemplo, fueron los “fondos rotatorios” para armar granjas de cerdos que circularon por la Federación Agraria). Otro bien triste: el monumento por el centenario del Grito de Alcorta.
Entre 2009 y 2011 el ex y nuevo ministro tuvo la función trascendental de comenzar a aplicar el “plan revancha” de Cristina y lo hizo con efectividad, aunque la política agropecuaria fuera un desastre. Eso no importaba.
En aquellos momentos, sobre el inicio de la gestión de Domínguez, explotó el precio de la carne: subió 100% en un par de meses, porque otro funcionario dilecto de los Kirchner, el secretario de comercio Guillermo Moreno, había pisoteado tanto los precios ganaderos que de golpe y porrazo a la Argentina le faltaba 20% de su stock bovinos, unas 10 millones de cabezas. Domínguez decía en público y privado que había que desmantelar las trabas a la exportación (muy parecidas a las que rigen ahora), pero en los hechos no pasaba nada.
Lo mismo con el trigo, que también estaba “pisado” por Moreno, que establecía cupos de exportación a través de los ROE Verde, que luego su amigo Íder Peretti, el único ruralista K, traficaba entre corredores y empresas de poca fama exportadora. Casi 8 millones de toneladas en trigo y maíz se contrabandearon con esos ROE en las narices del ministro de Agricultura, quien, sin embargo, se las ingeniaba para firmar acuerdos con la cadena triguera para poder exportar libremente ese cereal y para defender el precio del productor, decía por entonces, aunque los precios estaban tan recortados por la intervención oficial que en octubre de 2013 la Argentina llegó a quedarse sin trigo y los precios del cereal volaron hasta la estratósfera para registrar un nivel jamás visto.
Con esa doble vara, aquel ministro engatuzaba a los dirigentes del campo, los dividía y los entretenía discutiendo pelotudeces. Los más memoriosos recordarán dos programas señeros que anunció la propia Cristina en aquel momento: El “Maíz Plus” y el “Trigo Plus”, que iban a permitir una rebaja de retenciones para ambos cereales en la medida que crecieran las exportaciones ¡Jajaja jajaja jajaj! El autor intelectual de ambos programas, que nunca se aplicaron, fue el propio Domínguez.
El punto más álgido del relato que Domínguez aportó a la mística K fue el PEA (Programa Estratégico Agropecuario), que comenzó a redactarse ni bien ingresó el abogado al ministerio y que implicó un enorme gasto de presupuesto en la contratación de decenas de personas que aportaran ideas para la fábula kirchnerista.
Como siempre, el propósito de Domínguez parecía loable: trazar un plan para el desarrollo de la producción agropecuaria, que permitiera alcanzar metas como 5 millones de toneladas de carne vacuna o 200 millones de toneladas de granos cosechados. Son las mismas metas que propone el gobierno de Alberto ahora, pero que, obviamente, jamás se lograron. El primer PEA elaborado por Domínguez y presentado por Cristina en Tecnópolis tenía fecha de vencimiento en 2020, es decir, ya ha caducado.
Nada se logró hacer, nada de nada, porque lo importante para aquella gestión era decirlo y no concretarlo.
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Aquel enorme relato agropecuario montado por Domínguez definitivamente no se cumplió. Incluso, en 2014 fue presentado por segunda vez, ahora bajo la gestión del ex ministro Carlos Casamiquela. Pero en su elaboración, el abogado-ministro logró seducir con trabajo bien remunerado a decenas de catedráticos e investigadores que, aceitados con subsidios, comenzaron a dinamitar el prestigio de la universidad pública y de organismos como el INTA, al colaborar en el diseño de un plan que nunca se llevó a cabo. Puro relato. Todavía quedan resabios de ese triste papelón trabajando dentro del Estado.
Una nota de Agrofy fechada en enero de 2013 informaba que, luego de la gestión de Domínguez, y “en menos de dos años, el Ministerio de Agricultura se transformó en una virtual agencia de empleo: según datos oficiales provenientes del presupuesto nacional, entre el segundo trimestre de 2010 y el primer trimestre de 2012 el número de contratados en esa cartera y sus dependencias creció un 945%”. Y es que el artífice de la “guerra fría” contra el campo no dudaba en firmar todos los cheques que hicieran falta. Era una época de altos precios para la soja, que con Domínguez siguió tributando 35%, nada menos. En el segundo trimestre de 2010, la cantidad de contratados en ese organismo ascendía a 205 y apenas 48 meses después ya eran 2143 las personas que cobraban contratos del organismo.
Varios de los colaboradores permanentes de aquel Domínguez luego pasaron a desempeñarse en la Cámara de Diputados. Con el traspié de 2015, cuando el chacabuquense pierde la interna frente a Aníbal Fernández y queda al margen de los cargos, algunos de esos contratos fueron mantenidos por uno de sus colegas en la Cámara baja, el solidario Luis Basterra.
La relación entre Basterra, quien ahora se va, y Domínguez, quien ahora vuelve, siempre se mantuvo intacta, a punto tal que, cuando Basterra asumió en el Ministerio de Agricultura en 2019, el formoseño decidió designar al contador platense Julio César Vitale como el subsecretario de Gestión Administrativa de esa cartera, quien ya había ocupado ese mismo cargo durante el paso de Domínguez entre 2009 y 2011. Se trata de un puesto clave, pues maneja todos los hilos en el ministerio. Seguramente Vitale sea ahora ratificado por Domínguez, finalmente su jefe político.
La influencia de Domínguez sobre la gestión de Basterra es indisimulable en otros datos: el ministro saliente llegó al punto de crear una agregaduría agrícola en Shangai, que se superponía con la que ya existe en Beijing, para atender los asuntos vinculados con China. Y envío allí a Oscar Solís, en una suerte de costosa beca que nadie nunca justificó. El único gran mérito de Solís para ir a instalarse con su familia en Shangai fue haber sido secretario de Agricultura de la primera gestión de Domínguez.
De eso se trata, de utilizar el Estado en beneficio de ciertas facciones y para hacer cosas muy diferentes a las que la sociedad reclama. Domínguez es un especialista en eso. ¡Queremos flan! Eso tendrán. Como ya hizo en 2009, seguramente una de las primeras cosas que haga este nuevo-viejo ministro sea convocar a la Mesa de Enlace y proponerles un diálogo franco, que terminará, por supuesto, en la nada misma.