Lo primero que explica el ingeniero agrónomo Lautaro Leveratto Lazzarini es que la preparación de bioinsumos surge de una necesidad de los productores y las productoras debido, en gran parte, al alto costo de los insumos convencionales y que desde la organización vieron la necesidad de avanzar en biofábricas o producción colectiva porque muchas veces es difícil para el productor sumarse una tarea más a las ya numerosas labores diarias.
Lautaro es coordinador nacional del MTE Rural (Movimiento de Trabajadores Excluidos) cuyo lema es “Nuestro trabajo es el alimento del pueblo”. Por eso decidieron encarar la producción de bioinsumos a través de sus propias cooperativas, sin descuidar la perspectiva sustentable: “Se suman al aspecto económico las discusiones que están en boca de todos, relacionadas al cuidado ambiental y la salud, de las cuales somos partícipes activos, porque no se puede pensar la protección del medioambiente en este país sin la voz de quienes habitamos los territorios rurales y producimos los alimentos que todos consumen a diario”.
En concreto, en esas biofábricas el MTE Rural está elaborando biorreguladores de hongos e insectos, fertilizantes foliares y purines. Gran parte de la materia prima se encuentra en el propio campo y algunas sales se compran en la industria química. En cuanto a la elaboración, la realizan las productoras y los productores, con asesoramiento de técnicos y acompañamiento de los procesos.
“Los primeros equipos de elaboración colectiva se conformaron con productores que se venían formando y ya practicaban la agroecología, hacían los productos en sus chacras para sus propios cultivos y tenían un acumulado de conocimientos muy importante para aportar. A esto se le suma la juventud, capacitándose en estas tareas de elaboración y también de administración, logística que se deprenden de las biofábricas. Para nosotros es fundamental la generación de un horizonte en el campo para las y los jóvenes, con fuentes de trabajo diversificadas vinculadas a la producción de alimentos, y una verdadera perspectiva de arraigo rural”.
La rama rural del MTE dice aglutinar alrededor de 45 mil familias pertenecientes a la agricultura familiar, campesina e indígena de Argentina. La mayoría se dedica a la producción de hortalizas en los cinturones verdes de los principales centros urbanos del país. En general la tierra es alquilada y toda la familia trabaja en la actividad para poder sustentarse. Las condiciones de vida y de trabajo son bastante precarias y los costos de producción bajo el modelo convencional, muy elevados para ellas.
También forman parte del movimiento, uno de cuyos referentes más visibles es Juan Grabois, muchos trabajadores rurales de otras provincias como Misiones, jornaleros y golondrinas que se emplean en grandes fincas productivas, y eventualmente alquilan tierras para producir por su cuenta.
En muchas regiones la producción no es tan intensiva como en los cinturones verdes y valles productivos, ya que las familias viven más alejadas de las ciudades, muchas veces con conflictos por el acceso a la tierra por no contar con títulos de propiedad. La producción se destina principalmente a la subsistencia de las familias y la venta de los excedentes. En ese caso, la producción es más diversificada (frutas, verduras, cereales, gallinas, cerdos, cabras, ovejas, artesanías) y el estilo de vida más típicamente campesino y de subsistencia.
“La producción convencional es muy dependiente de insumos, principalmente agroquímicos y fertilizantes, generando altos costos, problemas en la salud de las familias y en la producción y el ambiente. En este sentido, el movimiento organiza capacitaciones orientadas a la formación en agroecología, incluyendo cursos sobre las características de los agroquímicos y su efecto en el ambiente y en la salud, y su reemplazo por bioinsumos, como herramientas para la transición agroecológica”, detalla Lautaro.
“A través de parcelas experimentales/demostrativas, de un acompañamiento compañero y del intercambio de experiencias entre productores/as, se va avanzando en la transición hacia la agroecología, ofreciendo productos sanos y abaratando los costos de producción”.
“La construcción de biofábricas para la producción de los insumos ecológicos es un paso fundamental en la autonomía respecto de las grandes empresas productoras de agroquímicos. Actualmente el movimiento cuenta con biofábricas en Malvinas Argentinas (Córdoba), Proyecto Hormiga en Unquillo (Córdoba) con abonos sólidos, El Dorado y Puerto Libertad (Misiones), La Plata (Buenos Aires), Entre Ríos, y varias más en proceso de construcción, por ejemplo, en Rosario (Santa Fe), Villalonga (Sur Cebollero, Buenos Aires) para abastecer más de 600 hectáreas de cebollas, Mar del Plata y La Rioja”.
-Además de las familias pertenecientes al MTE, ¿trabajan con la sociedad?
-Así es y durante la pandemia realizamos un curso virtual junto con la organización Jóvenes por el Clima Argentina, que tuvo como objetivo divulgar al público general las potencialidades de la agroecología a través del relato de productores y productoras. Tuvimos más de mil inscriptos en el curso y miles de visualizaciones posteriores en el canal de Youtube; además de contar con el aval de la Sociedad Argentina de Agroecología.
-¿Cómo se relaciona esto con la creación de la Escuela Nacional de Agroecología?
-En los últimos años, ante los buenos resultados de las experiencias en curso, se planteó la necesidad de que cada vez más familias impulsen procesos de transición no solo en sus propios campos sino también puedan ser multiplicadores, formadores de sus compañeros/as en cada región. Allí surgió la propuesta de una Escuela Nacional de Agroecología (ENA) basada en los lineamientos de la educación popular, que integre teoría y práctica en una praxis transformadora. La primera camada de productores formadores de la ENA se recibió en 2021, y ya está implementando talleres de formación y acompañando experiencias de transición en sus territorios, con el apoyo de los y las técnicos y de diversas instituciones públicas, participando además de los equipos de producción de bioinsumos.
-¿Con qué instituciones se vincula la Escuela?
-Con la Universidad Nacional de La Plata para desarrollar distintas diplomaturas destinadas a la agricultura agroecológica y también con otras organizaciones de la UTEP e instituciones como el INTA, el SENASA y la Secretaria de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena de la Nación. Este 2022, más de 700 productores/as de todo el país asisten al curso de formación de formadores de la ENA, y la coordinación de la escuela va a redoblar de esfuerzos para proponer cada vez más instancias de capacitación.
-¿Cuántas familias hay que producen de forma agroecológica o que están en transición?
-Recientemente se realizó un relevamiento nacional (14 provincias) de tierras y familias en transición agroecológica en el movimiento que arrojó los siguientes datos: más de 350 familias involucradas en procesos de transición agroecológica y más de 450 hectáreas en producción de cultivos, en su mayoría intensivos. No se registraron en estos datos los casos de producción ganadera campesina, por lo que podemos considerar que son valores subestimados. Por otra parte, gran parte de los encuestados dijeron tener un nivel incipiente de capacitación en agroecología y el 100% de los encuestados afirmaron tener interés en contar con más instancias de formación en agroecología.
-¿Cuál es el mayor obstáculo para fomentar la transición a la agroecologia?
-El acceso a la tierra. La obligación de llegar a cubrir el alquiler de la tierra, para una familia productora, constituye hoy un freno muy importante para que muchos decidan cambiar su forma de producción. En ese sentido, defendemos el Proyecto de Ley de Acceso a la Tierra del cual fuimos redactores, actualmente examinado en el Congreso de la Nación, que será una herramienta legal para la transición masiva a la agroecología.
-¿Y mientras tanto?
-Seguimos con la multiplicación de las biofábricas, ofreciendo bioinsumos asequibles a todas las familias productoras, y profundizando los procesos formativos en agroecología, para que la ENA llegue a cada vez más productores y territorios y sea una herramienta viva en mano de nuestros compañeros y compañeras.
Bla, bla, bla…. nada en concreto. Verso y mas verso