Detrás de cada semilla hay una legión de investigadores y fitomejoradores que trabajaron muchísimo hasta lograr el producto buscando. Para conocer un poco más al respecto, en Bichos de Campo decidimos visitar el laboratorio de ecofisiología que el INTA Reconquista, que se inauguró en plena pandemia, y ya se encuentra en pleno funcionamiento.
¿Pero cómo se trabaja en un laboratorio de este estilo? La biotecnóloga santafecina Antonela Cereijo, recientemente incorporada como becaria doctoral del Conicet en el INTA, explica que la labor implica mediciones periódicas de las condiciones fisiológicas de cada cultivo de interés.
“Medir cuestiones fisiológicas es medir a nivel de ADN. Se puede medir cuánta fotosíntesis hace una planta, su intercepción de luz solar (es decir cuánto llega a la planta, cuánto capta y cuánto deja pasar); podemos medir cuánta biomasa está teniendo en su desarrollo, entre otras cuestiones”, relató Cereijo a Bichos de Campo.
Esas mediciones, según la investigadora, se pueden comparar luego entre variedades de la misma planta o entre diferentes genotipos. También se pueden vincular luego al tamaño de la planta, a sus características foliares y su producción, entre otras variables.
¿Y para qué sirven estas mediciones? Para alimentar una base de datos que será el insumo principal a la hora de realizar mejoramientos en cultivos.
“Todo es parte de un todo. En el grupo trabajamos de forma muy transversal, desde la parte de mejoramiento genético hasta la parte de analizar la planta durante y luego del cultivo. Toda esa gran base de datos que uno genera es parte de la ciencia básica del conocimiento. Uno aporta a esa caja de conocimiento y es desde ahí desde donde salen muchos conceptos que son útiles cuando queremos modificar a la planta para llegar al objetivo final. Todos esos datos se cruzan y se hace una caja de estadística para analizarlos”, afirmó Cereijo.
Mirá la entrevista completa acá:
Dicho mejoramiento no sólo tiene que ver con el aumento en los rendimientos de cada cultivo, sino también con los niveles de calidad de los granos, de las fibras en casos como el algodón o de los niveles de proteínas, entre otros factores. A eso se le suma la resistencia a enfermedades y plagas y la capacidad de tolerar climas adversos.
Una vez formada esa masa de datos, el trabajo del laboratorio continúa su curso. Se pasa a una cámara de crecimiento con condiciones de luz y temperatura controladas, luego a un invernadero con condiciones semicontroladas y, finalmente, llega al campo para su validación final.
“Es allí donde se enfrenta con las condiciones ambientales de la región. En el INTA Reconquista tenemos la posibilidad de hacer todo el circuito. No todos tienen la oportunidad de tenerlo todo en un mismo lugar”, remarcó Cereijo.