En marzo de 2004 el kirchnerismo recién comenzaba su larga estadía en el gobierno y el macrismo era todavía un movimiento político embrionario. La sojización de la agricultura argentina recién comenzaba a preocupar y todavía faltaban cuatro años para que en marzo de 2008 Cristina Kirchner y los productores agropecuarios se enfrentaran brutalmente por unas retenciones móviles que pretendían capturar la rentabilidad de una soja de caso 600 dólares por tonelada, el valor que casi tiene ahora.
En marzo de 2004, mucho antes de todo esto, el diario La Nación publicaba una entrevista que era reveladora: “El suelo está subsidiando a los productores y al país”, advirtió en aquel reportaje Roberto Casas (foto), que por ese entonces era director del Instituto de Suelos del INTA. En una frase resumía la situación real: no había renta extraordinaria de la soja por la cual pelearse, porque los dólares que parecían quedar luego del cultivo eran en realidad un subsidio del suelo al sistema.
Ese subsidio no se pagaba en dólares sino en nutrientes. La caja que pagaba la cuenta era la famosa fertilidad de la pradera pampeana, que se iba debilitando. O dicho de otro modo, si las cosas se hubieran hecho preservando el recurso suelo, quizás la rentabilidad de la agricultura no hubiera existido.
Han pasado 17 años y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) ratificó aquello que había dicho Casas al informar, con un título contundente, que el suelo sigue subsidiando con el constante sacrificio de nutrientes el festival de dólares que parece dejar la agricultura, y por el que vuelven a pelearse el Gobierno, los dueños de la tierra y los productores.
“En la Argentina, sólo se repone el 30 % de los nutrientes que se extraen“. Eso dice la nota. En otro país merecería ser un título catástrofe. Pero aquí ni fu ni fa, a casi nadie le importa.
El informe arranca citando una sentencia de la FAO que dice que “los suelos son una importante reserva de biodiversidad mundial, que permite la agricultura y la seguridad alimentaria, regula las emisiones de gases de efecto invernadero y promueve la salud de las plantas, los animales y los seres humanos. Sin ellos, nuestro mundo no sería el mismo”.
Luego Marcelo Beltrán, un agrónomo del mismo Instituto de Suelos que presidía Casas, describe el estado de situación de ese recurso tan valioso. “En la Argentina sólo un30 % de los nutrientes que se extraen de los suelos cultivados se reponen mediante el uso de fertilizantes”, indicó el especialista, en sintonía con aquel primer y lejano diagnóstico.
“Desde hace varios años, los suelos de la región pampeana han sufrido un intenso agotamiento de nutrientes como consecuencia de una prolongada historia agrícola”, detalló Beltrán, para quien el problema se agrava con el uso de variedades de cultivos de alto rendimiento, que demandan mayor cantidad de nutrientes.
Alberto “Beto” Quiroga (foto), otro especialista del INTA Anguil, La Pampa, agregó que también la ganadería moderna tiene parte de la responsabilidad. “La intensificación ganadera, con cosecha mecánica de forraje y traslado a corrales, triplicó la tasa de extracción de algunos nutrientes”. Y fue más allá al asegurar que “su concentración en corrales y efluentes de tambos acentúa los riesgos de contaminación”.
Ambos investigadores alertaron, según el informe, que desde la década de 90 y como consecuencia de procesos de erosión de los suelos y la remoción de nutrientes sin reposición por fertilización, se inició un proceso de “síntomas del empobrecimiento en nutrientes y reducciones en los contenidos de materia orgánica”.
Como para multiplicar las voces que replican aquello que dijo Casas en 2004, Hernán Sainz Rozas, especialista en fertilidad de suelos y fertilización de cultivos del INTA Balcarce, aseguró que los niveles actuales en toda la región pampeana muestran valores entre un 30 y 40 % menores respecto a los suelos en condición originaria. Es decir, en la comparación contra suelos vírgenes. esta condición “genera problemas físicos (estabilidad estructural y mayor riesgo de erosión) y menor disponibilidad de nutrientes, particularmente de nitrógeno y azufre”, agregó.
En tanto, los niveles actuales de P-Bray (un sistema de medición de Fósforo) son menores a 15 mg kg-1 (0-20 cm de profundidad) en una vasta superficie de la región pampeana, y en los últimos siete años, este problema se agravó. “Esto indica que los niveles actuales de reposición de fósforo (vía aplicación de fertilizantes) están por debajo de la extracción en productos agrícolas (granos, carne, leche, etc.)”, explicó el INTA.
Respecto del pH, el especialista dijo que “hubo un cambio negativo, que se refleja en la disminución de los valores de pH del suelo, sobre todo al norte y este de la región Pampeana, donde se registran preocupantes niveles”. En casos graves de acidificación, aun no alcanzados en la región, en los suelos con pH por debajo de cinco comienza a liberarse aluminio y esto resulta tóxico para las plantas.
Además, la acidez provoca consecuencias sobre diferentes procesos biológicos y químicos que ocurren en el suelo. “En problemas graves de acidez, se recomienda la aplicación de calcita (carbonato de calcio) o dolomita (carbonato de calcio y magnesio)”, recordó Sainz Rozas. En una práctica habitual en otros países, pero muy marginal en la Argentina. Todavía.
Para Quiroga, “que hoy tengamos más de un 30% de suelos degradados o bajo procesos de degradación, donde se ha roto la relación del ecosistema por la presión antrópica preocupa, porque en estos sistemas algunos de los efectos pueden ser irreversibles. El suelo que se perdió no vuelve”, advirtió.
“Es más fácil mantener la salud de un suelo que recuperar un suelo degradado, que frecuentemente condiciona la rentabilidad”, explicó el experto. Es que, la degradación física de los suelos por pérdida de materia orgánica puede afectar la captación del agua, dar lugar a encharcamientos, escurrimientos y dificultar el acceso a los nutrientes por parte de los cultivos.
Un reciente informe de la Asociación Civil Fertilizar aseguró que el consumo de fertilizantes en 2020 registró un récord con 5 millones de toneladas y superaría el 7% interanual. Pero, para Beltrán estas cifras si bien son alentadoras, aún resultan insuficientes.
“En la Argentina, las relaciones aplicación/extracción en grano de nitrógeno, fósforo, potasio y azufre para los cultivos de grano han mejorado durante los últimos años, pero los balances de nutrientes siguen siendo negativos”, señaló Beltrán, recordando que en el país en general se subfertiliza.
“Esto implica una pérdida de fertilidad interanual que repercute en los rendimientos, en la sostenibilidad de los sistemas productivos y en la conservación de los recursos naturales”, agregó, con preocupación, el investigador de Castelar.
Para lograr la sustentabilidad de sistemas agrícolas, Beltrán consideró de vital importancia implementar rotaciones de cultivos que generen un balance positivo de la materia orgánica del suelo en el mediano plazo. Así, se podrá mejorar la calidad del suelo, lo que se traducirá en planteos menos riesgosos y más rentables para el productor y favorables para la salud ambiental.
Ahora bien: ¿Qué hacer ante este escenario?
La primera recomendación del INTA es realizar un análisis de suelo del lote. “Es necesario que cada productor cuente con un análisis de suelo de calidad para conocer el estado nutricional de los lotes en particular y, así, poder llevar a cabo un manejo racional de la fertilización”, remarcó Sainz Rozas.
En un contexto de fuerte incremento en el precio de los fertilizantes, el especialista planteó la necesidad de desarrollar estrategias de manejo que maximicen su eficiencia de uso. Para nutrientes de alta movilidad en el suelo, desde el INTA recomiendan realizar un monitoreo de los cultivos a fin de detectar alertas con tiempo y actuar en consecuencia.
Pocos productores todavía hace este tipo de análisis. Y tiene una explicación: “En general, los productores no perciben como un problema la disminución del contenido de materia orgánica en los suelos”, se lamentó Beltrán. La explicación parece ser que la tecnología que se emplea en la agricultura moderna de alta producción permite mantener, o incluso, incrementar los rendimientos de los cultivos, a pesar de la degradación de los suelos.
Como si esto fuera poco, además, está naturalizada la capacidad productiva de las tierras de nuestro país. Pero, para el investigador, “la calidad natural de los suelos tiene límites y sobrepasarlos implica que su vulnerabilidad se vuelva crítica”.