Transcurrían los años 90. La doctora Raquel Chan, que trabaja en la Universidad del Litoral y también en el Conicet, investigaba la posibilidad de utilizar la biotecnología agrícola para desarrollar un transgénico argentino, el primero de la historia. Ya Monsanto había convulsionado los modos de producir a escala global con su soja RR y su maíz Bt, aprobados a partir de 1995.
Con aspiraciones no tan grandes, Chan buscaba en sus humildes laboratorios santafesinos encontrar un gen que pudiera dotar a los cultivos de una mayor resistencia a uno de los principales problemas de la agricultura, la falta de lluvias adecuadas. Lo encontró en el girasol, un cultivo de por sí bastante aguantador. La investigadora, todavía en soledad, tomó prestado ese gen y lo introdujo en el ADN de la soja. Nacía así el HB4.
Bioceres todavía no existía. La empresa, recuerdan sus fundadores, se creó justo en los días más calientes de la crisis de 2001, el 19 y 20 de diciembre. Eran 300 productores de Aapresid los que habían puesto dinero para convertirse en accionistas de esa firma, que como único capital contaba por entonces con el empuje de esos emprendedores (algunos de ellos poderosos, como Gustavo Grobocopatel, el editor de Clarín Héctor Huergo, o el dueño de Biogénesis Hugo Sigman), muchas ganas, y una buena alianza con el Conicet para ponerse a investigar en biotecnología agrícola.
Desde el vamos Bioceres hizo suyo el desarrollo de Chan, lo acompañó, lo financió, lo apaño, trabajó incansablemente para tratar de atravesar los densos trámites desregulatorios. Y la investigadora, para no ser una paria como muchos otros científicos argentinos, se dejó mimar. Continuó con sus investigaciones, que comenzaron a tener respaldo además con ensayos a campo, y a los pocos años incorporó también el gen HB4 al trigo. Ya corrían los años del primer kirchnerismo.
Tardarían muchos años en ser aprobados ambos cultivos, y siempre con la espectacularidad que le impone a ese tipo de cosas la política argentina.
La soja HB4 vio la luz en octubre de 2015. La Argentina estaba de campaña electoral, se decidía entre Daniel Scioli como una continuidad del oficialismo a Mauricio Macri, que finalmente se impuso. La ex presidenta Cristina Kirchner participaba de los actos solo para tratar de demostrar que los suyos habían sido los mejores años de la historia. En Tecnópolis, que por entonces descollaba de actividades, ordenó armar un acto para mostrar que su gobierno había sido clave en materia de apoyo a la biotecnología agrícola. Eligió aprobar tres transgénicos locales ese día. Hubo apurones en Agricultura para aprobarlos.
Fue tal el apuro y la improvisación que uno de los tres no pudo ser de la partida: la presión del sector azucarero hizo que a último momento una variedad de caña de azúcar desarrollada en Tucumán para resistir el herbicida glifosato sea retirado de los anuncios. Quedaron entonces solo dos transgénicos industria nacional: uno fue la papa resistente a virus de Tecnoplant; el otro la soja HB4 de Bioceres.
Pese a los empujones para hacer el anuncio, la burocracia del Ministerio de Agricultura no perdió la brújula y -ante el temor de perder mercados claves para la oleaginosa- condicionó en aquella resolución la aprobación final a la siembra de la soja HB4 a que hubiera una aprobación semejante de China, que ya se perfilaba como la gran aspiradora de soja a nivel global. Por eso Bioceres se vio obligada a iniciar los trámites de desregulación también en aquel lejano país.
La aprobación del segundo hijo de Chan, el trigo HB4, que además de ese gen tenía otro que le confiere resistencia al herbicida glufosinato de amonio, demoró bastante tiempo más, y lejos de lo que podría suponerse volvió a ser obra de un gobierno peronista, ya que la gestión macrista aprobó decenas de transgénicos (Luis MIguel Etchevehere se ufanaba de autorizar uno por mes), pero ninguno de cuño nacional.
La resolución fue muy sorpresiva, porque la gestión de Alberto Fernández congeló inicialmente ese ritmo frenético de salida de expedientes. Pero en octubre de 2020, una resolución de la cartera agropecuaria conducida por Luis Basterra, el formoseño, finalmente dio el aval también al segundo desarrollo de Bioceres.
A medias, como en el caso de la soja. Porque la aprobación final de la siembra del trigo HB4 también salió condicionada a que hubiera un aval semejante de Brasil, que como China en el caso de la soja era el principal cliente del cereal argentino.
Los transgénicos, desde la legislación que comenzó a regir en 1992, requieren de tres avales supuestamente técnicos: el de la Conabia, el del Senasa y el de la Secretaría de Alimentos y Bioeconomía del Ministerio de Agricultura. En este último caso, lo que se intenta es evitar que un apurón en la liberación al medio de un transgénico pueda afectar los mercados de exportación de los granos de la Argentina. De allí los reparos. Por más ganas que le ponga, Bioceres no era Monsanto. Había que andar con cuidado en este tipo de aprobaciones.
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En 2021, Bioceres seguía creciendo en otros negocios y hasta se expandía a otros países, pero sus dos desarrollos más promocionados, la soja y el trigo resistentes a la sequía, continuaban sin poder sembrarse en su país de origen.
Con el nuevo gobierno, Daniel Scioli se convirtió en embajador en Brasil y también en el principal lobbista de Bioceres en dicho país. Allí la Comisión Nacional de Biotecnología (CNTBio) comenzó a colocar el expediente del trigo HB4 en la cola de temas pendientes desde febrero de ese año, aunque comenzó a postergar la discusión mes a mes. En junio, parecía que finalmente se iba a discutir y Scioli se fue de boca, dando por descontado la autorización del grano. Finalmente no sucedió: los técnicos brasileños los tuvieron pariendo a todos hasta su reunión de noviembre.
Para ese entonces ya había asumido en el cargo de ministro Julián Domínguez, un muy buen amigo de Scioli, que desde el vamos se pronunció a favor de adoptar esta tecnología. Pero también, ante la posibilidad de que Brasil la aprobara, comenzó a manifestarse la cadena triguera en contra de esta innovación. Productores, acopiadores, molinos y hasta exportadores advirtieron al gobierno que si se aprobaba el trigo HB4 se corría el serio riesgo de perder otros mercados para el cereal convencional, por el rechazo de los consumidores a los OGM en ese cultivo. El HB4, en rigor, iba a ser el primer trigo transgénicos habilitado en el mundo.
Domínguez laudó entre ambas posiciones: la de Bioceres versus el resto de la cadena. Hizo una cuerdo con todo el sector para que las 52 mil hectáreas que la compañía había sembrado en todo el país para multiplicar la semilla sean controlados severamente por el INASE (Instituto Nacional de Semillas): para evitar una posible contaminación, cada lote cosechado debió ser certificado y segregado. Todavía hoy continúa ese mecanismo de control. Los bolsones con trigo Hb4 esperaban pacientemente su destino en el campo.
En noviembre de 2021, finalmente la CNTBio dio su aval al trigo HB4. O mejor dicho, medio aval, porque no aprobó el grano y mucho menos la semilla, sino solo el consumo en el vecino país de la harina producida a partir de este trigo transgénico. Desde el primer momento, las autoridades de Agricultura dejaron claro que eso no sería suficiente para autorizar la siembra de la variedad.
Nada cambió desde entonces: Brasil no sacó ningún nuevo aval técnico. Lo único diferente que sucedió estos días fue que China finalmente sí aprobó las semillas de soja HB4, dando pie a la liberación aquí a la siembra de esa variedad, la que fuera aprobada en 2015 en el acto de Tecnópolis.
Australia, otro país triguero que en algún momento tuvo su propio trigo transgénico pero decidió no aprobarlo por los mismos temores que ahora campean sobre la Argentina, la semana pasada tuvo un gesto semejante al de Brasil: aprobó el consumo allá de la harina de trigo HB4, pero no la semilla.
En este contexto, la única resolución que debió haber sacada Agricultura por estos días es la de autorización definitiva de la siembra de la soja HB4, que si cumplió con los requisitos de tener la aprobación final también de China. Pero eso no sucedió todavía.
No fue esa la norma que firmaron las autoridades del Ministerio sino la del controvertido trigo, sin nuevos avales y mucho menos luego de haber contado con una aprobación sólida y definitiva de ese OGM también de parte de Brasil, donde no sucedió nada diferente a lo que ya había pasado en noviembre de 2021: Brasil aprobó solo la harina, no el cultivo.
No parece haber cambiado nada en el escenario. Solo que se metió, otra vez más, la política.