Por Matías Longoni.-
El 17 de agosto de 2017 no será recordado porque se cumplía un nuevo aniversario de la muerte del gran José de San Martín. Será recordado por el atentado terrorista que dejó ahora 14 muertos en Barcelona, España, y si queda lugar también porque ese día el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se aprovechó de la ingenuidad de los argentinos. Literalmente, nos la puso.
Ese jueves por la tarde, a través de la página oficial de la Casa Blanca, Trump emitió un comunicado en el que informaba que la Argentina había aceptado el ingreso de carne de cerdo desde EEUU. “El presidente Donald Trump anuncia que Estados Unidos cerró el trato para exportar porcino a la Argentina”, era el título de ese comunicado. Trump en persona hacía el anuncio, como corolario de la visita de su vicepresidente, Mike Pence, a la Argentina.
Pence, en efecto, había estado unos días antes en la Argentina y mantuvo reuniones con el presidente Mauricio Macri. Los observadores recordarán que en la conferencia de prensa que brindaron ambos, entre elogios al cambio de rumbo político en el país y definiciones de tono grave sobre la crisis en Venezuela, no se anunció ningún acuerdo concreto en materia comercial. La Argentina los esperaba, porque tenía una larga lista de reclamos pendientes de resolución con los EEUU. Pero no sucedió nada.
Pence se limitó a decir que había ánimo para “profundizar” los intercambios. Habló de la importación a la Argentina de cerdo producido en Estados Unidos y de un mayor flujo de compra y venta recíproca de carne vacuna.
¿Por qué no se hicieron anuncios ese día si estaba todo tan avanzado? No había mejor escenario que ese, con las dos partes presentes, un presidente y un vicepresidente, comunicando la decisión de ampliar el comercio, en rubros concretos, entre los dos países. ¿Por qué debió ser Trump el que concretara el anuncio tres días más tarde y a través de un frío comunicado?
La respuesta es que ni Macri ni Pence pudieron anunciar nada ese día porque hasta ese momento no había nada arreglado. En materia de carne porcina, la pretensión de EEUU era conocida hace rato, pero como nunca antes se había sentido tanta presión.
Acostumbrado a decir que “para vender al mundo también hay que comprarle”, Macri le dio su media palabra al enviado de Washington: el tema se iba a encaminar. Pero el presidente tropezó con la resistencia, más que razonable, de los técnicos del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), que antes de definir esa apertura esperaban que Estados Unidos diera garantías en materia de control de la enfermedad SRRP (Síndrome Respiratorio Reproductivo de los Porcinos). El virus apareció hace un par de meses en Uruguay y EEUU también sufrió casos. En la Argentina no hay antecedentes.
Por eso lo que en realidad se acordó es que una misión del Senasa visitaría en las próximas semanas algunas plantas porcinas de Estados Unidos antes de dar su visto bueno. No se les pide nada extraño sino las mismas garantías que ese país otorga a otros compradores de su carne porcina, como Sudáfrica.
Pero Trump se apresuró y nos la puso: no esperó el resultado de esa misión veterinaria. ¿Quién se animaría a dar ahora marcha atrás en la decisión de habilitar el mercado argentino luego de un comunicado de la mismísima Casa Blanca?
No solo logró el presidente estadounidense hacer para los suyos el anuncio que vino a buscar su vice. Sino que se lo llevó absolutamente gratis, sin ofrecerle a la Argentina nada a cambio. Nos la puso.
Es peor todavía. No debía Trump ofrecernos nada a cambio de que aceptemos su carne de cerdo. Lo único que se le debería haber exigido es que aplique fallos internacionales que le ordenaron a su país rehabilitar el comercio. Que cumpla le ley, eso que nos piden tanto a nosotros.
Fallos como el que en julio de 2015 (hace más de dos años) dictó la Organización Mundial de Comercio (OMC) ordenando a EEUU desmontar su prohibición a la carne argentina. Esa veda está vigente desde 2001 con al argumento del rebrote de fiebre aftosa de aquel momento. Pero la Argentina hizo bien las cosas y el último caso de esa enfermedad data de 2006. Han pasado más de diez años y nada.
Con el fallo de la OMC a su favor, nuestro Gobierno espero primero una reapertura antes de fin de 2015, pero nada. Luego negoció con Obama para recuperar ese mercado en 2016, pero nada. Más tarde llegó Trump y todo volvió a echarse para atrás. Tampoco en su visita a Buenos Aires Pence brindó precisiones. Ni Trump en su comunicado.
Otro tanto sucede con los limones que todavía no se exportan a EEUU a pesar de los múltiples anuncios. El gobierno de Cristina de Kirchner formalizó una denuncia ante la OMC en 2012 porque a su juicio la histórica prohibición de Washington a la fruta de Tucumán “carece de justificación científica y configura una prohibición a la importación incompatible con las normas del Acuerdo MSF y del GATT 1994”. También teníamos razón, pero nada.
La Cancillería, para maquillar los pobres resultados, sacó en las últimas horas un comunicado informando que finalmente Estados Unidos había autorizado el ingreso de limones. “Argentina regresará al mercado estadounidense de limones después de 16 años, habiendo cumplido exigentes requisitos fitosanitarios”, decía. Quedaba entonces planteado el asunto como un trueque: limones por carne porcina.
En realidad este mismo anuncio ya se había hecho en varias ocasiones. Luego de la bilateral entre Trump y Macri a fines de abril, el Ministerio de Agroindustria informó el 1 de mayo exactamente lo mismo que se dice ahora y estableció como fecha de reinicio de los negocios el 26 de mayo. Pero no sucedió nada.
A instancias de la OMC, en rigor, Estados Unidos debería haber haber aceptado los limones argentinos bastante antes, en diciembre de 2016, cuando se publicó la decisión técnica respectiva. También lo había anunciado Agroindustria en ese momento. Pero no sucedió nada.
No es la primera vez ni será la última que Estados Unidos viola las decisiones de los organismos multilaterales que ese mismo país impulsa para el resto del mundo, no para el propio. Suele desobedecer las reglas que dicta en muchas materias, también en el plano comercial. Trump lo hace a cara descubierta y hasta resulta simpático, porque te lo dice.
Pero el problema es nuestro. Somos nosotros los que nos creemos cada anuncio que nos hacen desde Washington y que después se incumple. Y fuimos nosotros los que volvimos a ceder cosas a cambio. En este caso, la carne de cerdo.
A mi no me gusta tampoco el discurso del gobierno que alegremente habla de abrir el comercio para crecer (el discurso que usan los poderosos solo de la boca para afuera). Pero somos deficitarios en carne porcina y de hecho importamos historicamente de Brasil una cantidad que, algunos consideran alarmante y otros, insignificante (yo creo que no es tanto). ¿No es mejor pensar esta disputa en terminos de conveniencia? ¿Ganaremos mas vendiendoles limones y carne vacuna a cambio, o no? .. en vez de pelearnos al pepe con el imperio. Cortemosla!
Resulta que si importamos mucho más de lo que exportamos nuestro país solo subsiste tomando deuda y eso puede hacerse solo por un tiempo. Si importamos lo que necesitamos está bien. Pero si importamos libremente todo y nuestras PYMES cierran y nuestras grandes empresas reducen personal, el modelo no sirve, más allá de que haya una minoría que se enriquezca terriblemente. El país no puede beneficiar solo a un sector pequeño a expensas del deterior de la calidad de vida de la gran mayoría de la gente. Pensar que abrir la importaciones es lo que nos abre las puertas a exportar es por lo menos infantil. Los grandes países regulan con todo su arsenal protegiendo sus economías. Nosotros solo seguimos las políticas que nos “recomienda” el norte, y que obviamente solo beneficia al norte