San Salvador ha sido históricamente el epicentro de la producción arrocera entrerriana, una actividad cuyo desarrollo estuvo -y está- muy anclado en el cooperativismo. Es que, a diferencia de los cultivos extensivos, como maíz, soja, trigo o sorgo, muchas de las economías regionales hacen pie a partir de la agrupación entre los productores, que es lo que les permite afrontar los altos costos y trabajar aún cuando la coyuntura no es la ideal.
Sobre eso puede dar fue Enrique Funes, que fue, hasta hace unos pocos días, presidente de la Cooperativa Arrocera de San Salvador. Esa fue, precisamente, la primera creada en la zona, hace ya unos 73 años, y la que no sólo ha impulsado la industrialización de la actividad, un aspecto clave para el agregado de valor, sino que además ha conformado toda una comunidad que subsiste gracias a esa actividad.
“Ver que todo un pueblo que tiene un muy buen nivel de vida gracias a la producción es muy satisfactorio”, relató Funes, que es un férreo defensor del cooperativismo por la espalda que le da a los productores pero también por el arraigo que construye en el interior.
En San Salvador, de hecho, hay unas 19 industrias vinculadas al arroz y toda una serie de sectores subsidiarios que se desarrollan a la par de esa economía regional. “No es solamente el campo, es también la industria, los técnicos, los que venden repuestos y todo un circuito que trabaja”, explicó el cooperativista.
En ese sentido, es clave el papel que juega la asociación de los productores, sobre todo cuando la actividad da muestras de agotamiento y los altos costos amenazan con la subsistencia de los más chicos.
La principal dificultad que afronta esta actividad en Entre Ríos es el estado de los suelos, que suelen ser muy compactos en épocas de sequía, no son ideales para producciones extensivas y necesitan de maquinaria muy costosa -además de infraestructura hídrica clave- para dedicarlos al arroz.
“Desarmar un equipo de trabajo para una arrocera es complejo”, señaló Funes, y eso explica por qué, aún cuando el precio del combustible o de los insumos pone en jaque la rentabilidad, el productor está obligado a seguir trabajando la tierra.
Dentro de la Cooperativa Arrocera, de hecho, muchos implementan esquemas mixtos con ganadería de cría, que permite subsistir y diversificar riesgos.
“Hace falta tener espalda y los que no lo soportan son los pequeños productores. La cooperativa, en ese sentido, cumple un rol muy importante”, afirmó Funes, que igual reconoce que no es sencillo atacar ambos frentes al mismo tiempo, el productivo y la función social.
Mirá la entrevista completa:
Como, tanto por el tipo de suelo como por la infraestructura ya montada, un productor arrocero no puede levantarse una mañana y cambiar de cultivo o actividad, la ganadería es una de las “ruedas auxiliares” clave. A tal punto, afirma el cooperativista, que estiman que un 50% de la superficie de su zona está dedicada a la cría.
Y en eso hay también mucho trabajo por hacer, observa Funes, porque la propia entidad debe buscar la forma de incorporar a la ganadería a su esquema y convertirla en otra de las patas de agregado de valor. La idea es que, a futuro, sirva tanto como la industrialización a la rentabilidad del sector.
Aunque han sido históricamente el epicentro de la producción arrocera del Litoral, los productores entrerrianos ven cómo, paulatinamente, la frontera se corre hacia el norte. En Corrientes, el uso de aguas superficiales y de buena calidad hoy permite un buen desarrollo de la actividad.
Sin embargo, Funes aún sostiene que la provincia, y el cooperativismo en general, tiene aún mucho potencial por explotar, mucho más aún que el sector privado. “Nosotros nos mancomunados, podemos tener proyectos comunes, y en lo productivo podríamos hasta intercambiar productos de manera directa”, proyectó el experimentado dirigente.