En los más de 20 años que el aeroaplicador Marcelo Velich lleva en el aire, le ha tocado lidiar con todo tipo de situaciones extremas. Eso, lejos de ser la excepción, es casi una regla de su trabajo, en el que considera que hay una “mezcla de destreza con un poco de suerte” pero también mucha preparación para minimizar los riesgos. Volar, está claro, no es para cualquiera. Y mucho menos a baja altura y haciendo piruetas.
En ese punto, cabe hacer una salvedad: riesgo no es lo mismo que peligro. “La actividad aeroagrícola es considerada una de las más riesgosas, pero no necesariamente peligrosas”, explica Marcelo.
Por el contrario a lo que comúnmente se cree, el riesgo no lo representa tanto tanto la sustancia fitosanitaria que aplican desde los aviones tanto como las condiciones en que lo hacen.
“Nuestro ambiente de trabajo es hostil porque volamos a una altura justa para llevarnos todo lo que puede haber por delante, sea molinos, cables o árboles. De hecho, muchas veces quien se equivoca es lo último que hace”, explicó el piloto y productor chaqueño.
A eso se suma la cuestión meteorológica. Como la aeroaplicación es un servicio que generalmente actúa en situaciones extremas y con márgenes de tiempo muy acotados, no siempre es posible aguardar a que el clima sea el ideal para salir a trabajar. Cuando hay que combatir plagas o incendios, el plazo de respuesta es clave.
Es allí cuando deviene fundamental el trabajo previo, para minimizar los riesgos y las variables de cambio al máximo. “La clave del vuelo agrícola está en tener una buena organización previa. Un error en mi equipo de tierra, ya sea en la carga de combustible o algo que me pueda causar distracción, puede llegar a ser el detonante de un accidente”, explicó Velich.
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Este piloto, en sus años de experiencia también ha tenido que lidiar, al igual que sus colegas, con el desprestigio que ha afrontado la actividad, producto de campañas contra el uso de agroquímicos que, por extensión, tiñeron de adjetivos negativos a la aviación agrícola.
“Esto se intensificó luego del 2008, con el conflicto por las retenciones móviles. Ahí salieron a pegarle al glifosato y cayó también la aviación agrícola”, asegura el piloto, que igual asegura que “no pasa de la foto” porque “los pilotos agrícolas son los que más capacitados están a la hora de aplicar agroquímicos”. Mucho más, inclusive, que quienes lo hacen por tierra.
Además, en las últimas décadas ha habido grandes cambios en los insumos aplicados. A la caída en desuso de los agroquímicos fosfatados le sucedió el ascenso de los productos de banda verde, que son insecticidas con mucha menor toxicidad, que reducen los potenciales efectos negativos sobre la salud humana y además -si están bien aplicados- sólo actúan sobre una plaga objetivo.
Como está “del otro lado del mostrador”, pues es también productor agrícola en Chaco, Velich conoce de primera mano cuán importante resulta ese servicio que presta la aplicación aérea para el sector. En su zona, y sobre todo cuando las plagas atacan al trigo o el girasol, considera que es “indispensable” por su velocidad de respuesta y por poder actuar allí donde la pulverización terrestre no lo hace.
“En un país como Argentina, yo no creo que la producción pueda ser sustentable si no existe el avión”, destaca el piloto, que pone a la adrenalina y la pasión por encima de los riesgos y considera que volar es prácticamente una “necesidad fisiológica” que tiene que cubrir.