Eduardo Trigo es de aquellos casos de colección en los que los hombres aparecen condicionados por su apellido. Nacido en 1944, sin embargo, trató de rebelarse a ese destino graduándose como licenciado en Administración de Empresas en la Universidad Católica de Córdoba. Eso fue en 1967. Le duró poco la rebeldía, porque a los pocos años estaba en la Universidad de Wisconsin estudiando una maestría en economía agraria. Desde allí, siempre el agro ha cruzado su carrera profesional, que tuvo al INTA como epicentro pero que lo llevó a ser consultor en múltiples organismos internacionales.
-Supongo que te han hecho muchas veces el chiste con su apellido…
-Exacto, es un chiste que me lo han hecho con mucha frecuencia. Como que uno está predestinado por su nombre.
-¿Y vos estabas predestinado a ser economista agrario?
-No, la verdad que no. Porque familiarmente no tengo una vinculación mayor con el sector ni con la economía agrícola. Estaba terminando la Universidad en Córdoba y tenía interés en ir a continuar los estudios en Estados Unidos. La Fundación Ford estaba iniciando en ese momento un programa muy grande: la intención era crear la profesión de economía agraria prácticamente de manera instantánea o desde cero en la Argentina. Estoy hablando de la primera parte de la década del 70. Eran como 35 becas a nivel de doctorado, algo que no existía en esa época. A partir de esa primera visita a la universidad comenzó un interés por el tema.
Mirá la entrevista con Eduardo Trigo:
Eduardo pertenece a esa camada de primeros y brillantes economistas agrarios que tuvo la Argentina, junto a Martín Piñeiro, Gustavo Nores o Juan Carlos Martín. Luego, de regreso al país, inauguró una larga tradición de profesionales que analizan el agro desde una mirada más económica que productiva. Y lo hizo nada menos que desde el Departamento de Economía Agraria del INTA. Al principio, según recuerda en esta entrevista con Bichos de Campo, “trabajaba más bien en los temas de comercio agropecuario, pero después fui evolucionando hacia la economía de la tecnología, el cambio tecnológico”.
-¿Por qué te apasionaste con el tema de la tecnología?
-La tecnología es totalmente disruptiva. Yo creo que algo que define los últimos 50 o 70 años es el fenómeno de la maduración del descubrimiento, la doble hélice. Por millones de años la vida era una caja cerrada, una caja negra que podíamos tocar de manera muy limitada. Y de pronto, desde mediados de los 50 en adelante, el descubrimiento de la doble hélice, el código de la vida, se abre. De ahí en adelante cambia todo. No es solamente la naturaleza del cambio sino la rapidez con que se está dando el cambio. Y que parece que es un proceso que no tiene fin, porque ahora con la inteligencia artificial, las cosas que ya se están insinuando se vuelven en algunos casos incluso preocupantes, como que dan miedo si somos capaces de tener ese poder. Ahora, el impacto que eso puede tener frente a los desafíos de esta época es mental.
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-Lo que está claro es que la tecnología, sea una tecnología primitiva o estas tecnologías vertiginosas, siempre tienen impacto sobre la economía.
-Finalmente la economía es la situación de holgura de las personas. Cambian las relaciones de base en la economía, cambian los precios relativos, las relaciones de consumo de productos. Creo que en este periodo tecnológico está ocurriendo algo. En realidad, la genética mendeliana comenzó a cambiar como se desarrollaba la tecnología agropecuaria. Yo creo que estamos en una época en donde está cambiando la función de producción de esta tecnología. Ese es el fenómeno más interesante de esta época.
-¿Qué quiere decir?
-Quiere decir que todos nosotros nos desarrollamos intelectualmente en una época en donde la agronomía era la fuente de la tecnología. Ahora no es más la agronomía. Son las otras ciencias que fluyen hacia la vida en la agricultura. Además hay una transversalidad mucho más grande que la que existió en el pasado. Y eso cambia los tipos de recursos humanos, los niveles de inversión, la precisión con que se trabaja y la rapidez con que se están dando las nuevas metodologías. Recién hemos explorado muy por arriba las cosas. Y creo que ahí es donde está la inmensa oportunidad de la Argentina, porque somos un país bastante desinhibido con respecto a este proceso.
-¿Es cierto? Yo te iba a preguntar justamente eso. Le voy a preguntar si este latiguillo de que los productores argentinos son muy permeables a la tecnología, es tan cierto como parece.
-A ver, no tenemos datos, pero déjame hacer algunas conjeturas. Uno de los problemas es que la agricultura se ha vuelto un negocio de viejos en el mundo. En la agricultura familiar en América Latina creo que el promedio de edad es cerca de 59 años. Pero lo que a mí me llama la atención es realmente cómo la agricultura argentina es una agricultura de jóvenes.
-Solo en la economía pampeana baja el promedio a cerca de 40.
-Obvio, porque desgraciadamente en la ganadería, en las economías regionales no sucede. Pero en la época que yo presentaba los estudios de tecnología en Europa y en otras partes del mundo no era fácil hablar de la agricultura argentina. Entonces, para atraer la atención de la gente, yo decía: “Voy a contar la historia de los agricultores más eficientes del mundo”. Con eso ya paraban la oreja. Es muy claro que la belleza del concepto es que no necesita pruebas. Pero existe. Yo creo que la agricultura pampeana es tan eficiente que hasta sobrevive a la imbecilidad de las políticas argentinas.
Pero no todos sobreviven y Trigo lo sabe bien. En otro tramo de la charla dice que “el problema que tenemos en la Argentina, por otras condiciones en donde la logística tiene muchísimo que ver, es que las economías regionales no consiguen sobrevivir. Y eso pesa. Y eso aleja a los jóvenes. Y aleja a todo el mundo porque obviamente la dinámica del negocio se vuelve complicada”.
Allí recrimina una vez más a los políticos locales: “El tema de la logística es un tema que no discutimos, no lo discutimos realmente, en serio. ¿Cómo hacemos para exportar vino o cualquier otra cosa? para sobrevivir tienen que ser tremendamente eficientes y la eficiencia va quedando en el camino a través de una serie de políticas que no tienen ninguna lógica, ningún criterio”.
-¿Los Estados tienen que meterse? ¿Tiene que haber política pública respecto a la tecnología o lo resuelve el mercado?
-¿En tecnología? No, definitivamente en esta época. En otra época eran fundamentales los bienes públicos. Yo creo que ahora es otro tipo de bien público, que está más bien en las capacidades de generar tecnología. Es muy difícil que, en un mercado como el argentino, el sector privado pueda bancar la capacidad (de generar tecnología), que es cara, de largo plazo, etc. Y entonces ahí es donde yo veo que está el gran potencial de los acuerdos públicos privados. El Estado bancando las capacidades, que es como se hace todo el mundo. Las grandes empresas tienen sus propios laboratorios, pero el éxito de las grandes empresas está en cómo usan la capacidad en las universidades, de los centros públicos de investigación.
-Entonces debe estar espantando con estos debates que surgen ahora al calor electoral en Argentina, diciendo hay que cerrar el INTA o el Conicet.
-Pero claro, no tiene ningún sentido. Podemos discutir mil motivos por los cuales el INTA hay que modificarlo, hay que cambiarlo, hay que modernizarlo. Yo creo que el INTA debe ser un instituto de ciencia y tecnología. El INTA tiene mezclado componentes de ciencia y tecnología, y de desarrollo rural. Yo creo que son cosas que institucionalmente son complejas de manejar, y que la ciencia y la tecnología pierden siempre. Porque son de largo plazo, los tiempos políticos son otros, y entonces ahí es donde se crean problemas. Pero eso no quiere decir que la Argentina no deba tener un fuerte mecanismo que integre y potencie las capacidades que hoy están en el Conicet, en las universidades, y en el INTA, con su capacidad sobre todo de llegar al territorio.
-¿Sugiere que haya además un instituto que atienda los problemas típicos del desarrollo rural? Y que en todo caso tome lo mejor de esa tecnología para extenderla hacia los territorios.
-Exacto, considerando que siempre ahí hay una dimensión social. Pero cuando estamos en las dos cosas, desde el punto de vista de gestión, desde el punto de vista de las estructuras de personal, son cosas distintas. En fin, hay un montón de motivos, y seguramente mucha gente me contra-argumentará esto, pero es mi punto de vista.