“Te vi… te vi.. / Yo no buscaba a nadie y te vi”.
Agua que canta. El nombre suena como algo que se podría encontrar en un poema o en un cuaderno olvidado. Un nombre que, de entrada, parece más de canción que de empresa/emprendimiento y más de corazón que de mercado… aunque quizás pensar esa división es puro prejuicio y no es imposible unir lo que nos gusta con lo que nos da un ingreso.
Todo esto para contar que detrás de esas tres palabras están Any Martini y Tuti Daprati, dos amigas de toda la vida que no se conocieron en un aula, ni en un viaje: se conocieron, justamente, en el agua y juntas crearon una línea de blends de tés distintos a todo. Se llama justamente Agua que canta.
En el Club Argentino de Marcos Juárez, provincia de Córdoba, ambas aprendieron a tirarse de cabeza al agua y se acostumbraron a los dedos arrugados. De chicas, nadaban por gusto y luego, de grandes (y con los chicos crecidos), retomaron con Natación Máster y compitiendo. Pasaron codo a codo por torneos regionales, nacionales y compartieron largas distancias por las rutas argentinas para ir de un lado a otro llevando su destreza. Hasta que a los 45 años Any dijo basta: no más competencia. “Me estresaba”, confiesa. Pero el agua quedó.
Por eso, cuando decidieron hacer algo juntas, no fue casual que terminara siendo algo vinculado al líquido. “Siempre nos gustó el té y el agua siempre nos unió. ¿Y si vamos por el té que nos gusta a las dos?”, recuerda Any como el inicio de todo lo que vino después.
Agua que canta es “el olor del recuerdo y nuestra forma de decir las cosas que tenemos para decir”, describen. Es por eso que en cada blend hay una historia, una canción o un verso y en vez de tener un simple catálogo de productos hay un repertorio de aromas y sabores.
Diez variedades diferentes (florales, herbales, digestivas) y cada una con su nombre, a veces inspirado en poesía como “Pájaros que dormían en tu alma” o en canciones. A veces resultaba al revés, cuentan: un ingrediente sugería una idea y esa idea pedía un nombre. Así fue como salieron mezclas como “Hagamos un trato” (guiño a Mario Benedetti) o “Un vestido y un amor”, con té negro, molle, mandarina y clavo de olor, porque ese blend surgió cuando “no esperaban nada”. Simplemente apareció y fue una belleza.
En lo concreto, el proyecto empezó a gestarse en 2020, cuando viajaron a Misiones. Querían ver con sus propios ojos cómo se produce el té, ese que quizás muchos argentinos desconocen pero que el mundo compra a toneladas. Y ahí se encontraron con un panorama que las marcó: hablaron con productores desanimados porque la yerba mate les daba más rentabilidad y evaluaban cambiar… pero otros también entusiasmados por el desafío del té de especialidad, cosechado a mano, con el cuidado de un artesano y la precisión de un cirujano.
Visitaron plantaciones en Oberá, Campo Viera y Alem. Vieron máquinas adaptadas para cortar a ras y trabajos de cosecha a mano para obtener la famosa “punta de diamante” (dos hojitas y un brote) que en el mercado internacional es sinónimo de prestigio. Se empaparon de procesos: el té blanco que se seca al sol y a la sombra, con mucha meticulosidad; el verde y el negro con su estacionamiento, corte enzimático y enrulado; el oolong con su oxidación parcial; el hei cha que, como un buen vino, mejora con los años gracias a bacterias amigas, y hasta conocieron a la única productora argentina que está haciendo té amarillo, con su misterioso proceso de Men Huang.
Volvieron de Misiones convencidas: iban a usar té argentino y de calidad. Aunque la pandemia frenó la capacitación que tenían planeada, aprovecharon el encierro para aprender a blendear probando con hierbas que conseguían cerca. Tuti dejaba muestras en la ventana de su casa para que Any pasara a retirarlas y al día siguiente hacían el ida y vuelta de opiniones. Prueba, error y ajuste; así, hasta llegar a una fórmula en la que el té es siempre el protagonista: 70% de la mezcla.
No faltan las historias personales detrás de cada receta. El blend antes mencionado y el más elegido por los clientes, “Pájaros que dormían en tu alma” (té verde con rosas, jazmín, lavanda y tilo) nació para cerrar el día, para relajar. “Taza compartida” es un homenaje a la madre de Tuti, que a la noche juntaba yuyos y preparaba una infusión grande para todos antes de dormir y que tenía burrito, peperina y manzanilla, sobre base de té verde. Y un dato simpático: en Córdoba nadie se los compra (“yo tengo todo eso en el patio”, les dicen), pero afuera es un éxito: de hecho este año que estuvieron en La Rural se vendió muchísimo y la gente, luego de olerlo, les decía: “Ay, esto es la montaña, el río…”.
Any y Tuti venden sus creaciones por redes sociales, en ferias y en eventos. En cada charla con clientes repiten las claves: agua a 85 grados, una cucharadita por taza, infusión de hasta tres minutos para verdes y negros y el dato inesperado: que no tiren las hebras luego de la primera taza porque “con esta calidad, se pueden infusionar más de una vez”. Desde que arrancaron van todos los años a Expoté, en Posadas, la feria más importante de Té, y en la que obtuvieron el 2°puesto con “Hagamos un trato” entre 45 blends de todo el país.
El té argentino, cuentan, tiene ahora un motivo más para sentirse orgulloso: recientemente obtuvo el sello de Indicación Geográfica, distinción que reconoce su origen y sus características únicas y permite a los productores acceder a mercados internacionales con un producto diferenciado, de identidad regional y alto valor agregado. Detrás de ese logro hay 40.000 de hectáreas (95% en Misiones, 5% en Corrientes) y cientos de productores que, “contra viento y pandemia”, decidieron no bajar los brazos y apostar a la calidad.
Any y Tuti son parte de esa corriente: dos amigas que unieron agua y poesía para hacer un té que propone momentos de pausa, conexión con la naturaleza y, sobre todo, nuevos sabores. “Estamos creando un blend con canela y anís estrellado entre otros ingredientes que vamos ensayando”, describe Tuti. “Y a la vez estamos probando algo que puede resultar en un sacrilegio o en una genialidad”, agrega Any entre risas: “Té con fernet; vamos a ver cómo queda”.