Juan X es productor agropecuario: hace granos y algo de ganadería a unos 350 kilómetros de Buenos Aires. Está contento porque va a votar una vez más. Le encanta ejercer ese derecho luego de 36 años consecutivos de estabilidad democrática. “Ha sido un gran logro de todos los argentinos. Y de ese logro, el campo, la agroindustria, los productores y el interior somos orgullosamente parte”, reflexiona.
Juan se siente parte de un país donde los poderes republicanos funcionan a pleno y cada uno hace lo suyo. Está convencido que así debe de ser. El quiere producir y para eso necesita reglas de juego claras y estables. Duda sobre cuál de los candidatos le proyectará ese horizonte, aunque los considera a todos buenos y confiables. Difícil elección para Juan. Debe meditarla con responsabilidad.
La situación institucional y macroeconómica en la que Juan lleva adelante su explotación agropecuaria, de por si, es bastante estable. Las reglas de la economía son altamente previsibles y las cuentas publicas están ordenadas, quitando así presión tributaria sobre la producción. La inflación finalmente ha bajado y se encuentra en niveles menores de un dígito. El Banco Central ha logrado una independencia total y el tipo de cambio se mantiene en un rango competitivo.
También hay seguridad jurídica. Juan se enorgullece de cómo los funcionarios públicos hacen cumplir las leyes y hasta las cumplen ellos mismos. En cierta ocasión Juan debió enfrentar una denuncia comercial y la justicia actúo “de manera imparcial, en tiempo y forma, sin generarle sobrecostos” ni retrasando la sentencia.
Juan participa activamente de sus entidades rurales locales, desde donde mantiene el sector un diálogo permanente con las autoridades. “Debemos lograr capacidad de acción concreta y respuestas a los problemas de la realidad”, les dijo a ellos uno de sus dirigentes cuando alguien propuso hacer un paro por el alto precio de las carretillas. No había caso, pues los dirigentes concurrieron a la sede de Agroindustria, que siempre conservó su rango de Ministerio, y desde allí mismo el conflicto llegó a la reunión del Gabinete.
La verdad es que el conflicto por el precio de las carretillas es uno de los pocos que recuerda Juan en toda su carrera como productor agropecuario. Es que en la Argentina se ha trabajado bastante para “evitar transferencias de ingresos injustificadas dentro de las cadenas, situaciones de abuso de posición dominante y colusión de mercados”. Cada cual cobra un valor justo por lo que hace.
Juan recuerda los consejos de su abuelo: “No deben utilizarse intervenciones distorsivas en los mercados que limiten la oferta y las exportaciones, que ya se han demostrado muy nocivas en el pasado”.
Mientras piensa cuál es el mejor candidato, Juan enciende la computadora para realizar trámites vía on line. Paga el impuesto a las Ganancias con sumo agrado porque desde hace rato que en la Argentina los gobiernos dejaron de financiarse con “herramientas distorsivas como ingresos brutos, impuesto al cheque, impuestos de sellos, impuestos a la masa salarial, tasas estadísticas en los insumos importados, entre otros”.
En el Congreso Nacional, en los últimos meses, los políticos de todos los signos y partidos se han abocado a la discusión de “un nuevo esquema tributario que incluya incentivos fiscales especiales para los productores de menor escala, Pymes, economías regionales y situaciones de emergencia”. Juan no duda que el próximo presidente promulgará ese paquete, cualquiera sea el resultado electoral. Se ilusiona, pues es un productor de pequeña escala que necesita hacer mejoras en su establecimiento.
Juan trabaja tranquilo, se ocupa de sus cosas. Antes, en tiempos de su padre, pagar los tributos era complicado y sobre todo implicaba bastantes injusticias. Había incluso algunos “impuestos que se cobran por adelantado, bajo la prerrogativa de pagos a cuenta”, o mínimos no imponibles que quedaban congelados durante largo tiempo, sin actualización. Por suerte todo eso quedó atrás. Ya es parte de un pasado que Juan no conoció. Ahora el Estado no acumula deudas con él y le devuelve impuestos como el IVA de inmediato. Además existe un esquema de amortización acelerada que funciona a la perfección. Solo hace falta que él decida una inversión en su campo para que el Estado recurra en su ayuda aliviándole la carga fiscal.
Hubo un tiempo en que, además, el Congreso había resignado su función esencial de fijar los tributos, en especial uno muy particular llamado “retenciones”. Juan revisó la legislación que había hecho honor a lo que decía la Constitución y quitó esa facultad al Poder Ejecutivo. “Los derechos de exportación son un mal impuesto, no tienen en cuenta la rentabilidad de los productores, desincentivan la inversión y reducen la competitividad de las exportaciones”, proclamaron los legisladores al definir su eliminación.
Decididamente la Argentina es un lugar perfecto para producir, no solo por su clima y sus suelos, sino por la calidad de su gente y la fortaleza de sus instituciones. Ni a Juan ni a ninguno de sus vecinos se les ocurriría vender un kilo de soja al margen de las leyes, en mercados informales. Todos tienen claro que se puede “reducir la presión fiscal aumentando la base de contribuyentes”.
En cierto momento, tanta era la inversión en nuevas tecnologías que Juan temió no tener nada más que hacer y hasta dudó en si debía despedir a Matías, su único empleado en el campo. El dilema le duro poco, pues el Estado lanzó programas de capacitación laboral con contenidos agropecuarios y descubrieron que siempre habría nuevas cosas que hacer dentro del establecimiento, para seguir mejorando. Peor antes existió cierta tensión con su empleado, que se resolvió charlando. Desde hace rato que “las nuevas realidades tecnológicas y dinámicas de la producción avanzaron hacia un esquema en donde la judicialización de las relaciones laborales no resulta un escollo para el mercado de trabajo”.
Tranqueras adentro, Juan y Matías hacen de todo para que el campo funcione como una pinturita. Afuera de su establecimiento, la Nación, Provincias y Municipios “coordinan sus acciones para lograr acciones concretas” que mejoran todo el entorno. Juan tiene internet en todo el campo y permanece informado de todo lo que sucede. Y cuando se aburre demasiado, se va hasta el pueblo en la camioneta para discutir con otros paisanos. Los caminos rurales son una pinturita.
Cuando va al pueblo, Juan aprovecha para pasar por la cooperativa eléctrica, para chequear el saldo de su cuenta de consumo y venta de electricidad. Es que Juan genera su propia bioenergía en el campo y como le sobra inyecta el excedente a la red nacional: cobra dinero por ello, pues “aporta a la matriz general y al medio ambiente”.
En algún momento, recuerda Juan, era riesgoso manejar el tendido eléctrico dentro del campo porque el lugar solía inundarse. Pero eso se resolvió gracias al “Plan Maestro Hídrico, que ordenó el movimiento del agua al mismo tiempo que procuró aprovechar económicamente el recurso”. Ahora, si acaso hubiera sequía, Juan utiliza parte del agua disponible.
Juan piensa en las elecciones por venir porque se siente tranquilo, tiene pocas urgencias ese día. La cosecha terminó en la víspera y en tiempo récord Juan despachó sus granos por ferrocarril, apelando al “libre acceso y tránsito por las vías para todos los operadores de cargas”. Esa política ha abaratado mucho el costo de los fletes, al “promover mayor competencia”. Otra opción que tiene es llevar su carga en camión hacia algún puerto de la Hidrovía, para que desde allí siga camino hacia la industria sobre barcazas de bandera argentina, cuya presencia es masiva y que desplazaron a las paraguayas.
Juan no se preocupa del destino final que tenga su producción, pues sabe que será de utilidad para alguien. Piensa: “El mundo demanda los productos que Argentina puede ofrecer y esta situación debe ser entendida como una oportunidad de desarrollo y no como una amenaza”. El Mercosur ha sido la plataforma desde la cual Juan se benefició con sendos acuerdos comerciales. Su trigo puede ingresar a cualquier país del mundo con muy bajos aranceles. Incluso le bonifican con reintegros si exporta la harina, con mayor valor agregado. A veces lo hace él mismo: todos los trámites aduaneros son sencillos y digitales.
Cuando Juan quiere lanzarse a algún negocio por las suyas lo único que tienen que hacer es dirigirse la banco Nación o los provinciales. Allí el financiamiento le resulta “accesible en condiciones, tasas y plazos”.
Para apuntalar sus negocios más complejos, Juan ha recurrido también a diferentes organismos públicos, como el Senasa, el INTA, el INTI, el Conicet y las Universidades. Todos estos ámbitos funcionan “de manera eficiente y orientados a la producción, dado que son institutos claves para el desarrollo de la actividad bajo los estándares de calidad, seguridad e innovación necesarios”
“Muchas nuevas iniciativas dependen del manejo oportuno de datos y procesamiento de información”, le explica Juan a un amigo que le recuerda que debe pagar los royalties para los obtentores establecidos por la Ley de Semillas, ya que en su caso -como las semillas se las vendió- no corría el derecho al “uso propio”. Juan no tiene drama en hacerlo. Pero le aclara que lo hará ni bien termine de pulverizar unos lotes cercanos a la escuela rural que él mismo apadrina. Está pegada a su campo y atiende a los hijos de los trabajadores rurales de la zona, incluido el de Matías.
No hay conflicto de ningún tipo. Los docentes entienden la improtancia de la producción agropecuaria y confían en Juan, que aplica a rajatablas un conjunto de buenas prácticas agrícolas establecidos por una ley nacional que regula las aplicaciones con agroquímicos. También es cuidadoso nuestro productor a la hora de fertilizar. Comenzó a hacerlo con mucha mayor asiduidad cuando el Congreso sancionó una ley de cuidado de los suelos, que permite recomponer el nivel de nutrientes que se extraen con cada cultivo.
Juan piensa y piensa en cuál será el mejor candidato. De los de una lista agradece la sanción de una Ley de Emergencia Agropecuaria en 2009, que lo ha socorrido cuando tuvo algún problemas. De los segundos celebra la actualización de los montos destinados a atender a los productores que enfrentan alguna contingencia climática. Los multiplicaron diez veces, al ritmo de la inflación que se había acumulado. Por las moscas, Juan tiene contratado además un seguro multirriesgo, del cual parte de la prima es subsidiada por el propio Estado.
Suena el celular y Juan atiende. Es Sebastián, su primo chacarero al cual siempre ayuda y le presta maquinaria porque no le serviría comprar equipos para trabajar sus pocas hectáreas. Sebastian es agricultor familiar registrado, y por eso goza de multiples ventajas en relación a Juan. La Ley de Agricultura Familiar tiene un fondo específico para ayudar a los productores más chicos, que además cuentan con “sellos, certificaciones y canales de comercialización alternativos y más cortos, con menos intermediarios”. Sebastian le cuenta a Juan que quizás ya no necesite de su ayuda, pues está pensando en crecer en superficie apelando al Banco de Tierras para ese segmento de productores.
“La juventud es central en la cultura rural y el arraigo. Hoy la tecnología presenta una gran oportunidad para que los jóvenes tengan un rol relevante en las actividades que se desarrollan en el campo. Ese rol tenemos que potenciarlo”, piensa Juan para sus adentros, contento de las oportunidades que se abren para su primo, que es bastante menor que él.
Por suerte, el interior productivo está plagado de escuelas agrotécnicas que capacitan a las nuevas generaciones de productores. Hay semillero para rato. El campo es un buen lugar para vivir, pues se respira desarrollo y no hay casos de inseguridad tan frecuentes en las ciudades.
Juan suspira de alivio y se dispone a preparar el almuerzo…
De golpe, Juan se despierta sobresaltado. Se había quedado semidormido, acodado en la mesa de la cocina, esperando que deje de llover y los camiones cargados de granos puedan salir hacia le acopio por los caminos embarrados. La señal de celular es apenas visible y no alcanza para llamar a Sebastián, su primo, que debería acudir a ayudarlo a sacar su chata de la zanja. Antes lo hacía Matías, pero ha debido despedirlo luego de un extenso juicio laboral que le salió demasiado caro.
“Esta todo mal”, piensa Juan mientras se despereza. Luego se lava la cara con agua fría, porque el calefón electrico no anda por falta de suministro. En la radio a pilas escucha a Martín Melo, el periodista agropecuario, que cuenta una noticia sobre un extenso documento que las cuatro entidades rurales de la Mesa de Enlace planean presentar ante los candidatos rurales, si éstos se dignan recibirlos. Parece un país soñado el que reclaman.
-¡La puta madre! ¿Y yo ahora a quien carajo voto?