Muchos argentinos se sorprenden cuando se enteran de que una parte del tomate enlatado que consumen diariamente no se produce en el país. Pero es así: durante décadas dependimos de las importaciones para abastecer ese antojo tan italiano que tenemos por las salsas basadas en el tomate. Aunque eso cambió bastante en los últimos años.
En silencio, sin grandes titulares, una asociación chica pero persistente logró torcer esa historia. Se llama Tomate 2000 y desde 1997 viene funcionando como un raro ejemplo de cooperación entre eslabones que en el agro suelen estar más acostumbrados a desconfiar entre sí que a sentarse en la misma mesa.
“La verdad que es un ejemplo. Si bien es una asociación chica por el volumen de hectáreas que maneja, es un ejemplo a nivel nacional de cómo los diferentes actores de la cadena se pusieron de acuerdo para llevar adelante una estrategia común”, cuenta Guillermo San Martín, actual coordinador ejecutivo de la organización.
Mirá la entrevista:
Productores, industrias procesadoras, empresas de insumos, el INTA y hasta los gobiernos de San Juan y Mendoza decidieron, en pleno auge del modelo importador de los 90, dejar las diferencias de lado y trabajar juntos para lograr algo simple, pero ambicioso: que la Argentina produzca su propio tomate para industria.
Casi lo lograron, por muy poquito. En la campaña 2023/24, casi tres décadas después, se tocó el tan ansiado autoabastecimiento. La producción fue a 630 mil toneladas, contra una necesidad de consumo de 670 mil. Es decir que las compras al exterior fueron insignificantes.
El tomate para industria no es cualquier tomate. No se come en ensalada ni se vende en verdulerías. Es una variedad especial que se produce fuera de invernaderos, a campo abierto, se cosecha mecánicamente y se procesa de inmediato, para transformarse en puré, salsa o pasta.
El sector tiene su corazón en la región de Cuyo. San Juan, Mendoza y La Rioja concentran el 90% de la producción nacional. San Juan ha logrado superar el último ciclo y por muy poco a Mendoza, con unas 3.300 hectáreas cultivadas.
Pero no se trata solo de superficie: lo más impresionante fue el salto en los rendimientos. “En 1997 estábamos en 35 o 40 toneladas por hectárea. Hoy el promedio ronda las 90, y esta temporada tuvimos picos de 110 toneladas”, dice San Martín.
El secreto estuvo en la transferencia de tecnología. Desde la selección de las mejores variedades, hasta la generalización del riego por goteo y ahora los drones para aplicación de fitosanitarios, pasando por cosecha mecánica y agricultura de precisión adaptada a cultivos hortícolas. Todo con una estrategia pensada desde la asociación, pero siempre validada científicamente junto al INTA, tanto en La Consulta (Mendoza) como en Pocitos (San Juan), donde están los lotes experimentales.
Uno de los pilares del modelo es la asistencia técnica permanente. “Tenemos una red de 13 técnicos que trabajan con los productores todo el año. Desde que termina una campaña ya estamos planificando la siguiente”, cuenta San Martín.
El nivel de exigencias que impone Tomate 2000 es otro dato relevante. No cualquiera puede sumarse. Antes de entrar, el productor debe pasar por un diagnóstico técnico: análisis de suelos, calidad del agua, maquinaria disponible. Y solo si cumple con esos requisitos, se lo presenta a una industria con la que firmará un contrato de compra-venta.
“Eso es clave. El contrato le da previsibilidad al productor y evita la sobreoferta que tanto daño hizo en el pasado. Acá el que siembra, sabe que su tomate tiene destino”, dice el coordinador.
La asociación no solo asegura cantidad de tomate para industria. También trabaja para garantizar calidad y trazabilidad. Veinte días antes de la cosecha, se realizan análisis de residuos de fitosanitarios. Y solo si el lote está en regla, se habilita la recolección. Además, promueven buenas prácticas agrícolas, certificación de depósitos, uso de bioinsumos y prácticas regenerativas.
“Queremos productores cada vez más competitivos, pero también responsables. Y por suerte muchos lo entienden: arrancan tímidos, pero después no se bajan más”, resume San Martín.
Todo suena perfecto. Pero en este país nada está garantizado. Pese al récord de rendimientos y al autoabastecimiento alcanzado, el sector vuelve a mirar con preocupación el avance de las importaciones. Debido al visible atraso del tipo de cambio y la ingenuidad con que la Argentina asume ahora el comercio, la pasta de tomate de Chile y China ha comenzado a masticar porciones del mercado recuperado por los productores locales. Competir con los bajos precios de la mercadería importada se hace imposible para las industrias locales. Algunas prefieren abandonar las filas de Tomate 2000 e importar la pasta para “estirarla” aquí. Es casi una cuestión de supervivencia.
“El modelo funciona, pero necesitamos una macro que acompañe. Si no bajan la presión impositiva, el costo de la energía y la carga laboral, corremos el riesgo de retroceder”, advierte San Martín.
Después de casi 30 años de trabajo en conjunto, sería una verdadera pena que todo eso se lo lleve puesto un decreto, el dólar barato o una planilla de Excel mal entendida.
Carga laboral??? Que quieren, volver a mano de obra esclava??. Tienen razón en la caga impositiva,reclamen. Idem costo de energía.
Seria bueno saber en cada lata en cada frasco el origen de la materia prima asi los consumidores podemos comprar CAMPO ARGENTINO pero ojo nosotros los consumidores apoyamos siempre y cuando en la cadena las ganancias sean para todos productores intermediarios cadena de venta y consumidores. Porque este es al país de los vivos y asi nos va