Desde que la siembra directa se ha consolidado en Argentina como una tecnología idónea para aumentar los rendimientos de los principales cultivos, y reducir la degradación del suelo, a los productores del norte patagónico también se les ha dado una problemática. Se trata de la acumulación de rastrojos, que pueden desencadenar en la reducción de la temperatura del suelo y hasta en un incremento del riesgo de heladas.
Sin embargo, en medio de este escenario, los integrantes de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) no han visto como una solución abandonar este manejo productivo, sino que han acudido a desarrollar otras técnicas que les permitan procesar y enterrar los rastrojo excesivos. Por eso junto a distintas empresas y especialistas del INTA vienen perfilando desde año 2011 un proyecto de manejo en la Chacra Aapresid Valles Irrigados Norpatagónicos (VINPA).
Desde allí han logrado ajustar las técnicas de riego que les han permitido producir trigos de 10 toneladas, sojas de 4.5 toneladas, maíz de 15 toneladas y vicias de 6 toneladas. Así mismo han incorporado de manera constante materia orgánica, que junto a las raíces de los rastrojos mantienen la salud de los suelos.
Según el ingeniero agrónomo Alfonso Cerrota, responsable técnico de desarrollo de la Chacra, en la zona “se da una combinación entre cultivos de alto rendimiento con bajas tasas de degradación -típicas de esas latitudes- , y escasa actividad biológica de los suelos. Todo esto, en un contexto de deficiente tecnología de siembra disponible, que afecta la implantación y la calidad de los cultivos sucesores. La degradación de rastrojos es casi nula de un ciclo productivo al otro”.
Ante el desafió que significa el exceso de rastrojo, en la Chacra se han testeado diversas estrategias, entre ellas la incorporación de nitrógeno como estimulante para la descomposición y la aplicación de bacterias degradantes para acelerar los procesos.
Otras de las técnicas probadas fue la extracción, mediante la elaboración de rollos con diversos fines. Sin embargo no resultó ser un solución rentable, según contó el especialista. “Inicialmente, los productores buscaban establecer una forma de producción de energía para venderla a la red. Sin embargo, a pesar de haber realizado estudios de factibilidad y presupuestos, concluyeron que carecían de la escala, financiación y tarifas adecuadas para justificar dicho emprendimiento”, indicó Cerrota.
No obstante, encontraron en el aprovechamiento forrajero, mediante la producción de rollos o consumo en pie, una alternativa viable. Pues en el norte patagónico, durante los años secos, los rollos tuvieron buena salida en el mercado porque escaseaban las pasturas.
“Las pruebas mostraron que la extracción de parte del rastrojo tiene efectos positivos sobre la implantación y producción de los cultivos sucesores”. Pero la confección de rollos implica un costo que debe ser compensado por su valor de venta”, detalló Cerrota.
Por otra parte, se inició con una experiencia de recría de terneros alimentados con rastrojo y aditivos que mejoran su aprovechamiento ruminal, obteniendo resultados muy prometedores. Sumado a esto, otra de las estrategias fue incursionar en la siembra directa de verdeos o cultivos forrajeros sobre el rastrojo tras la cosecha.
Según el informe de Aapresid, con esta técnica “se busca mejorar el aprovechamiento del rastrojo, ya que al introducir la hacienda en el lote y contar con una producción de verdeos o cultivos forrajeros, los animales consumen un mayor porcentaje de residuo comparado con la ausencia de materia verde”.
Si bien en el norte de la Patagonia la producción representa un total desafío, los especialistas insisten en que es clave no hacer labranza, incluso si se diera el caso de un exceso de biomasa en el suelo. Por eso advierten que es primordial establecer “extracción parcial del rastrojo, manteniendo un equilibrio con la capacidad del suelo para metabolizar y descomponer ese material“.
Cerrota remarcó que “el laboreo no resuelve el exceso de materia seca y además, puede generar problemas adicionales en la estructura y calidad física y química del suelo, que terminan siendo más perjudiciales que la cobertura misma”.