En el remoto suroeste de San Juan, un paisaje que alguna vez fue árido y desolado se ha convertido en el epicentro de la vitivinicultura argentina. Estamos hablando del Valle de Pedernal, un lugar que ahora no solo compite con Mendoza, sino que se alza como uno de los mejores terruños del mundo para la producción de vinos de alta gama. Hoy, esta región es conocida no solo por su belleza escénica, sino también por su notable éxito en la vitivinicultura
La historia de este valle está atravesada por la familia Graffigna, famoso apellido en las etiquetas de vinos y poseedora de una bodega con una historia tan rica como sus vinos. No estamos hablando de cualquier historia: los Graffigna llegaron a estas tierras en 1917, huyendo de un sur de Italia que ya no les prometía lo mismo. Pero en lugar de plantar viñas, optaron por la ganadería. Los Graffigna empezaron criando ganado en un desierto que parecía destinado a ser solo eso, un desierto.
“En aquellos días, no había ni alambrado”, cuenta Duilio Graffigna, el actual responsable de la finca familiar a Bichos de Campo. “Era un campo de 54.000 hectáreas donde hacíamos campamentos al aire libre, lidiando con pumas y la rudeza de la vida en el campo”, dice.
José Graffigna, un antepasado que emigró desde el sur de Italia, desembarcó en estas tierras con la esperanza de replicar el éxito vitivinícola que había conocido en su tierra natal. Sin embargo, el destino tenía otros planes. En lugar de viñas, se encontraron con un terreno que, en ese momento, parecía más apto para la cría de ganado que para el cultivo de uvas.
Al principio, la vida en el Valle de Pedernal era dura y desafiante. La familia Graffigna comenzó con una vasta extensión de 54.000 hectáreas, una tierra inhóspita que requería una fuerte dosis de resiliencia para ser cultivada. “La ganadería en esta zona tenía sus propios desafíos”, recuerda Duilio. “Había que lidiar con un campo natural, sin alambrado y con depredadores como los pumas, que no solo mataban para comer, sino también para enseñar”, agrega el viñatero.
La cría de ganado en un terreno tan árido no era tarea fácil. Las condiciones eran rudimentarias: los campamentos al aire libre eran una parte esencial de la vida diaria. “Hacíamos recogidas en el mes de agosto”, continúa Duilio. “Era un proceso de cinco o seis días en cada puesto, marcando y verificando el estado de los animales. Pasábamos la noche bajo las estrellas, y por la mañana, un guiso o un puchero nos daba la energía para continuar”, añora el sanjuanino.
Los desafíos climáticos eran significativos. La amplitud térmica, con días calurosos y noches frías, ponía a prueba tanto a los animales como a los cuidadores. “A pesar de todo, logramos mantener un rebaño de mil ovejas para distraer a los pumas y proteger al ganado bovino”, añade Duilio. Este esfuerzo constante, combinado con la falta de infraestructura moderna, hacía de la ganadería en Pedernal un verdadero testimonio de la tenacidad familiar.
Mirá la entrevista completa con Duilio Graffigna:
En la década del 90, el panorama cambió radicalmente. Con la introducción de diferimientos impositivos, mecanismo estatal de promoción de inversiones, la familia Graffigna decidió vender una parte de su campo a una empresa de Mendoza. Este cambio de rumbo marcó el inicio de una nueva era: la plantación de viñas en el Valle de Pedernal. La familia, que había pasado décadas en la ganadería, comenzó a explorar el potencial vitivinícola de la región.
Hoy en día, el Valle de Pedernal no solo es conocido por sus vinos excepcionales, sino que también se ha convertido en un referente mundial. “La amplitud térmica y el estrés que sufre la planta hacen que la uva sea de una calidad increíble”, explica Duilio. “En Pedernal, no solo se producen vinos de San Juan, sino que estamos en el mapa global”.
En la bodega de Graffigna, que comenzó como una modesta instalación en la casa de los padres de Duilio, se producen variedades que van desde el Malbec y Cabernet hasta un blend de Sauvignon Blanc y Chardonnay. “No es lo mismo el Syrah de Pedernal que el de los valles cálidos de San Juan. Aquí el clima y el suelo le dan un carácter único”, añade Duilio.
El legado familiar sigue siendo una parte integral del éxito actual. “Era casi imposible dedicarse a otra cosa”, dice Duilio con una sonrisa. “La tradición vitivinícola está en nuestras venas, y hoy estamos combinando la producción de vino con la pasión por el polo, un deporte que también forma parte de nuestra historia”.
La historia de la familia Graffigna es un testimonio de la capacidad de adaptación y perseverancia. Desde la cría vacuna en un terreno desolado hasta la creación de un oasis vitivinícola, el Valle de Pedernal ha demostrado que incluso los desafíos más grandes pueden transformarse en oportunidades. Con una rica historia que se entrelaza con el presente, el Valle de Pedernal continúa siendo un faro de éxito y calidad en el mundo del vino.