En los años previos a la Primera Guerra Mundial, e incluso durante ella, una gran oleada de inmigrantes provenientes de Yugoslavia, Rusia y Ucrania llegaron al país para buscar un mejor pasar. Sin saberlo, rápidamente se convirtieron en protagonistas de los planes de colonización y desplazamiento de los pueblos originarios que tenía el gobierno de turno.
En el norte, donde había que fortalecer la frontera con Paraguay, muchos de esos inmigrantes se instalaron a labrar la tierra y dieron origen a muchas de las colonias y ciudades que existen hasta el día de hoy. La familia del chaqueño Miguel Kolar, que llegó al país desde la ex Yugoslavia entre 1912 y 1916, y que se relocalizó en Sáenz Peña, es exponente de ese movimiento.
“Mi abuelo materno llegó directamente en 1912 a la colonia La Matanza. Vino con unos tíos porque sus padres no tenían para venir. La tía de mi abuelo no tenía hijos y se venía con su esposo a buscar un mejor vivir en América. Es una historia bastante triste porque su hermana le dio a sus dos hijos y nunca más los vio. Así se fue colonizando toda esta región que en aquella época era todo monte”, relató a Bichos de Campo el agrónomo y productor Miguel Kolar.
La extensión que actualmente tienen los campos en Chaco, que en muchos casos constan de parcelas pequeñas (la subdivisión se realizó en lotes de 100 hectáreas), fue algo que se gestó en aquellos años de la colonización.
“Mi papá me decía que a mi abuelo le ofrecieron un campo de 400 hectáreas y no lo quiso agarrar. Imaginate 400 hectáreas para trabajar con un caballo y con un arado de reja, que cortaba 35 centímetros de ancho. ¿Sabe cuántos kilómetros hay que caminar sujetando un arado? Para hacer una hectárea unos 35 kilómetros atrás de un buey, un caballo o una mula, sujetando el arado”.
Esa forma de trabajar la tierra -que se vinculaba con la tecnología que los colonos trajeron de sus países natales, donde la producción se desarrollaba en los meses en que no nevaba- comenzó a cambiar en la década de 1950 con la masificación del tractor.
“Mi papá terminó la escuela primaria y comenzó a trabajar en el campo, ya con un tractor. Era un viejo John Deere 730. A mi papá no le tocó caminar los 35 kilómetros que a mi abuelo y a su tío sí”, comparó Kolar.
La formación académica y la posterior profesionalización de las tareas llegaron sin embargo en la siguiente generación. Mientras que el padre de Miguel se hizo cargo del campo familiar al ser el único hijo varón, sus hijos y los hijos de muchos colonos de la zona fueron los que sí accedieron a la educación universitaria.
“En la colonia un hermano se quedaba con el campo y el resto se profesionalizaba. Al principio, un campo de 50 hectáreas para arar con un caballo era una barbaridad. Cuando pasaron 20 o 30 años, el campo ya quedaba chico para que vivan dos o tres familias, entonces los hermanos chicos iban a estudiar. Por eso hoy en la colonia hay muchos médicos, contadores, ingenieros, etcétera”.
En el caso de la generación de Kolar, el que decidió quedarse en el campo fue su hermano menor, mientras que él y su hermana mayor se dedicaron a estudiar. Miguel optó por estudiar Agronomía en la Universidad Nacional de Corrientes.
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-Aunque no sos el primer agrónomo de esta zona, la Agronomía como tal comienza a ser fuerte en los últimos 20 o 30 años. ¿Fue cambiando el modo de producir?- le preguntamos.
-Sí. Yo vi un cambio en la tecnología y forma de producir. Mi papá producía de la misma manera en que lo hacía mi abuelo: arado de reja, cosechar el algodón, pasar la desmalezadora, pasar un arado, emparejar el suelo para dejarlo lo más fino posible, y preparar de nuevo para la siembra de algodón. Era algodón sobre algodón. Durante 40 o 50 años se hizo así.
Eso sin embargo cambió con el comienzo del nuevo siglo y un fenómeno climático inesperado.
“En 1998, con la corriente de El Niño, se pudrió todo el algodón porque llovió cuando el capullo se abría. Y en 1999 heló en abril. Fueron dos años seguidos sin cosechar y no quedó un algodonero. Ahí vinieron los cordobeses, nos sacaron los campos en los que sembramos algodón y empezaron a producir soja. Los chaqueños comenzamos a copiar eso. En la facultad nos enseñaban que la soja era un granito redondito que había que sembrar y había que ponerle un producto”, indicó Kolar, en referencia al glifosato.
-Si uno lo ve desde Buenos Aires parece triste. Se fue el algodón, vino la soja y destrozó a las economías regionales. Sin embargo, desde el punto de vista agronómico te obligó a rotar y a plantear un esquema diferente.
-Exacto. Era necesario. Quizás se hubiese dado igual, pero no tan abruptamente. Sí sufrió mucho la cadena algodonera. Se han parado desmotadoras, se han vendido. Socialmente pegó mucho eso. El algodón es un cultivo social muy importante. Por ejemplo, un camión de algodón lleva 15 toneladas. Si el algodón da 3.000 kilos por hectárea y sembrás 100 hectáreas, de soja sacas diez camiones y de algodón sacas 20 camiones. Hay el doble de flete.
-¿Lamentás entonces la herida social?
-Sí pero volvemos a lo mismo. El sistema agrícola no se podía sostener así con algodón sobre algodón. Iba a pasar. Quizás fue brusco pero era necesario. Y ahora llegamos a un equilibrio. Nosotros llegamos a 1 millón de hectáreas de algodón en el país, de las cuales Chaco tenía 750.000. Hoy estamos en 500.000 hectáreas país, y Chaco está en 180.000 a 200.000. Se bajó mucho pero se está produciendo y vemos que está avanzando en el productor más grande, con tecnología, con la incorporación de cosechadoras de rollo. Es como que el algodón está ganando en calidad de suelo. Eso le hace bien a la Argentina y al país, porque siempre vendemos fibra mala afuera y dejamos la fibra buena acá.
-De ser el cuarto exportador del mundo de algodón a nada.
-¿Tuvo su consecuencia? Sí. ¿La gente sufrió? Sí. ¿Era necesario? También. No funcionaba agronómicamente, no podíamos hacer toda la vida algodón.
-¿Entonces está bien que crezca rotando con otros cultivos?
-Es necesario para el algodón. El algodón necesita 750 milímetros de agua para producir mil kilos de fibra, y nuestro objetivo es hacer 3.000 kilos por hectárea. Mientras que para producir 3.000 kilos de soja u 8.000 kilos maíz se necesitan entre 500 y 550 milímetros, el algodón necesita 200 milímetros más. Si no hay un esquema de rotación con esos cultivos, con el algodón todos los años vamos secando la reserva de agua que tenemos en el suelo, que no la ocupamos al 100% cada año sino que nos sirve para compensar esos 20 o 30 días que no llueve. Cuando el algodón es muy intensivo, terminamos colapsando. La rotación es beneficiosa y acá nos costó. Tuvo un costo económico y social sobre todo, pero ahora vamos para adelante y vamos a bien.
-¿Y qué hacemos con los colonos? ¿Hay alternativa para esa gente desde esta agronomía más moderna?
-El problema pasa por la capacidad productiva de esos suelos. Ya vivió de esa tierra mi abuelo, mi papá y ya para mí no quedó nada. Quedó muy poco para hacer agricultura.
-¿Qué estás haciendo ahora sobre la chacra familiar?
-Ganadería intensiva con pastoreo rotativo.
-¿Para regenerar el suelo?
-Para recuperar lo que perdimos. Estos suelos degradados, con poca materia orgánica y con poca fertilidad, también tienen pasto de menor calidad y de menor proteína. No hay nada gratis. ¿Entonces qué hacemos? Suplementamos a los animales. Les damos un poco de pellet de soja, de algodón, un poco maíz. El resto queda en el suelo (en bosta). Estamos fertilizando nuestro suelo con ese sistema y aparte a todo el complejo biológico con el escarabajo estercolero. Es un círculo virtuoso estable, porque la ganadería es estable. Se te morirán cinco o diez terneros de un lote de 200, pero no se mueren 180 como pasa con una sequía o una inundación en agricultura. Es agronómicamente sustentable y económicamente rentable. Cumple con todos los conceptos que debería tener cualquier actividad.
-¿Eso lo haces porque no te queda más remedio? ¿Si hubieras hecho más agricultura que pasaba?
-Lo hice y me fue mal. Y ahora estoy con esto hace tres o cuatro años y bueno, recién estoy emparejando porque los resultados no se ven rápido. Pero veo que cada año en mi suelo el pasto brota más verde, con más volumen, puedo meter más terneros al margen de los últimos años de sequía que fueron gravísimos, pero ya se ve el resultado agronómico. Y mayor productividad es mayor resultado económico.
A continuación, Kolar agregó: “Hay que agregar valor. Si vos tenés poca superficie, tenés que agregar valor. Nosotros estamos produciendo 600 a 700 kilos de carne por hectárea en este modelo intensivo, que vale entre 1,8 y 2 dólares (por kilo). Estamos produciendo 1.500 dólares por hectárea. Si yo siembro soja voy a sacar 1800 kilos que cobro entre 300 y 600 dólares. Hay que intensificar al chiquito. Ahora, si vos querés replicar esto a gran escala se complica, entonces la gran escala para los cultivos extensivos y lo intensivo para lo chiquito. Hay que acomodarse. No podemos querer aplicar la misma tecnología para un productor que está sembrando 5.000 hectárea en un suelo que tiene ocho años de agricultura, que arrancó en siembra directa, con rotación de cultivo, con todas las cosas bien hechas y tomar ese modelo y hacerlo en el campo que heredé de mi papá, que lo heredó de su papá, y que tiene 120 años de agricultura”.
-¿Los políticos la ven así?
-No, claramente. Si no tendríamos políticas acorde a eso. No la ven. Yo pertenezco a un grupo que se llama AgroPerfiles y desde ahí le hicimos una propuesta al actual gobernador (Coqui Capitanich, derrotado en las urnas este fin de semana), donde zonificamos la provincia, planteamos cinco zonas con problemáticas distintas, y con un potencial productivo y políticas distintas.