Desde Intendente Alvear, en La Pampa, Irene Wasylyk compartió su experiencia como jardinera apasionada por la naturaleza. Su testimonio fue recogido para poner el foco en una de esas historias que inspiran: las que combinan conocimiento técnico con sensibilidad, y muestran cómo la jardinería también puede ser una forma de habitar el mundo.
Irene es hija de inmigrantes ucranianos que llegaron a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial, en busca de un futuro mejor en una tierra desconocida. En su casa siempre se respetaron las tradiciones, y el vínculo con la naturaleza fue parte esencial de su infancia. Creció rodeada de huertas, flores, saberes transmitidos con las manos y el cuerpo. Ese contacto temprano con la tierra, con los ritmos de las estaciones y con el trabajo manual, marcó para siempre su forma de mirar y de estar en el mundo.
Hoy asegura que su lugar está con las manos en la tierra. Dice que su estado anímico se transforma al entrar en contacto con el aire libre, las plantas, los colores y los aromas. Y describe a su jardín como un reflejo de sí misma: con estructura y diseño, pero profundamente experimental. “Es un lugar donde voy probando qué se adapta a esta Pampa”, explica.
Como muchas otras regiones del país, el clima pampeano presenta desafíos: años de lluvias generosas alternan con sequías severas. “Un día puede ser maravilloso porque llueve y la tierra es muy buena. Pero cuando no hay precipitaciones, el jardín se vuelve un espacio difícil, sufrido, semiárido, al que hay que observar mucho y cuidar más”, cuenta.
En su diálogo con la paisajista Ana Arocena, quién la visitó en nombre de DeRaiz.ar, Wasylyk recuerda también sus comienzos. La primera huerta, las batallas con las hormigas, los tomates y remolachas que sembró alguna vez y no volvió a ver igual. Después vendrían las flores: cosmos, zinnias, rosas, dalias. Hasta que un desborde del Río Quinto tapó todo. Y entonces, a volver a empezar.
La mudanza a Intendente Alvear marcó un nuevo comienzo. Con paciencia y perseverancia, construyó otro jardín, que también atravesó inundaciones, épocas de esplendor y años duros. “Yo le di mucho a mi jardín, pero él me devolvió mucho más”, afirma Irene, convencida de que la clave está en buscar especies que puedan adaptarse a condiciones tan variables.
Historias como la de Irene Wasylyk muestran que la jardinería no es solo una cuestión estética. Es una manera de mirar, de habitar, de resistir y de reencontrarse con lo esencial. Como ella misma dice, “el jardín es donde me encuentro en una relación más cercana con la vida”.