En la década del ’90 tuve la oportunidad de conocer a un gran escritor argentino, Julio Llinás, quien, luego de escribir de un tirón el cuento “De eso no se habla”, se lo envío a la directora María Luisa Bemberg con el propósito de que hiciera una película, la cual se estrenó dos años después –en 1993– con el actor italiano Marcello Mastroianni como protagonista. El relato en cuestión trata de una viuda cuya única hija es enana. La madre, lejos de aceptar tal condición, hace lo imposible para que su hija sea considerada “normal” por los demás.
Año 2024. No puedo dejar de experimentar cierto déjà vu. Porque estamos regresando, de alguna manera, a los ’90. Y tenemos a una enana enfrente que nadie parece querer aceptar, porque le compramos indumentaria con talles que no son para ella e imaginamos que si no hablamos de su circunstancia la misma desaparecerá. Pero la enana sigue estando ahí.
El tipo de cambio es un sistema de premios y castigos. Cuando es elevado se favorece a los exportadores, quienes, atentos a las oportunidades presentes en los mercados del mundo, aprovechan para hacer negocios al tiempo que generan divisas. El premio también es para aquellos que puedan elaborar aquí lo que puede traerse de afuera.
Cuando el tipo de cambio es bajo, en cambio, el premio es para los importadores. Cualquiera puede traer aquí cualquier cosa producida en todas las naciones del mundo. Se trata de un fase ideal para equiparse con maquinaria y tecnología, pero también proclive al derroche consumista.
En una nación como la Argentina, con una población muy reducida en función del territorio disponible y con una gran oferta de productos agroindustriales, energéticos y minerales, pero también con un enorme capital intelectual con capacidad para generar desarrollos culturales, turísticos, informáticos y biotecnológicos, el diseño más apropiado consiste en establecer “premios” sustanciales a los exportadores de bienes y servicios.
Esto último es mucho más válido en un país con más de la mitad de la población en situación de pobreza, donde resulta esencial crear emprendimientos que puedan brindar la posibilidad de un empleo viable y sostenible a millones de personas desesperadas.
Sin embargo, el plan del presidente Javier Milei es instrumentar un tipo de cambio sobrevaluado que contribuya –en combinación con otras herramientas– a desacelerar el proceso inflacionario. Nada muy diferente a lo que venían experimentando los empresarios agropecuarios en los últimos años.
La diferencia es que, hasta el año pasado, las distorsiones macroeconómicas eran “disfrazadas” con financiamiento barato en pesos que luego se licuaba con una devaluación. Una auténtica “truchada” que servía como vía de escape para evitar que la principal “máquina” generadora de divisas se quedara sin combustible.
Con el plan de ordenamiento de Milei esa “truchada” ya no será posible: se acabó el financiamiento barato fabricado con emisión monetaria. Pero un plan de normalización de la economía debe ser integral para poder ser sostenible. No es viable querer implementar un tipo de cambio sin “premios” y financiamiento con tasas de interés reales positivas manteniendo derechos de exportación que, para colmo, se encuentran en niveles expropiatorios.
Es importante dejar las formas amables de lado y usar los términos adecuados para poder alertar, con anticipación suficiente, que un plan de tales características está diseñado para fundir a muchísimas empresas agropecuarias. El drama adicional es que tal suceso se presenta en un momento climático desafortunado con precios internacionales de los granos cayendo en picada.
Si no es viable –por el descalabro monumental heredado– eliminar derechos de exportación en el primer año de gobierno de la actual administración, entonces deberían evaluarse alternativas con escaso impacto fiscal que contribuyan a evitar una masacre en el tejido social del agro argentino.
En el segundo año, en cambio, la meta debería ser eliminar todos los derechos de exportación –además de los impuestos que encarecen artificialmente las importaciones– para poder equiparar la situación impositiva argentina con la presente en los países vecinos.
Por supuesto: si la meta del gobierno es propiciar la concentración económica para que un puñado de grandes corporaciones se queden con el negocio agropecuario, entonces no puedo dejar de advertir que las medidas tomadas son las correctas Si ese es el caso ¡adelante!
Si el financiamiento barato que se les daba antes era “una truchada que se licuaba con la devaluación”, por qué la exigen ahora? No leyeron la plataforma electoral de Milei antes de darle su apoyo? Recién ahora se dan cuenta del daño que le puede hacer al “tejido social del agro”? Encima los acusa de valijeros, jajaja.
Al final no los trataba tan mal el Kirchnerismo, eh.
Cualquier cosa es mejor que los saqueadores kaak.
Concentración monopólica en un contexto de salida de recursos de la nación, ausencia de inversiones e innovacion tecnológica privadas, empobrecimiento de la ciudadanía y precarización laboral. Represión sangrienta.
Todo muy 1968.
Cuando le preguntaron que pensaba hacer para volver, Perón respondió “Nada en absoluto, todo lo harán mis enemigos”…
Saludos desde un exilio de 20 años
Es insultante, claramente insultante, la acusación lanzada por el Presidente -a través de la crónica de Majul- contra diversos sectores de la actividad agropecuaria. Es insultante porque carece de pruebas, carece de equilibrio, carece de honestidad intelectual y muestra la supina ignorancia de este gobierno respecto de la real problemática del sector.