El viejo río que va / cruzando el amanecer / como un gran camalotal / lleva la barca en su loco vaivén. El músico misionero Ramón Ayala le cantó al monte y al río; la artista bonaerense María Bressanello vive, crea y proyecta su arte en el río, los ríos (“una nación fluvial”, dirá durante la entrevista).
Nació en Buenos Aires pero su verdadera pertenencia está más cerca del barro que del cemento. “Toda mi infancia fue en el agua”, dice. “Río de la Plata, río Uruguay, río Paraná, siempre en contacto con el agua”. El otro “desde siempre” fue el arte: primero la pintura, luego la escultura, hasta que el territorio le empezó a hablar en otro idioma, y entonces llegaron las residencias artísticas “situadas”, lo que significa no hacer arte sobre un lugar, sino en él y con él.
Ahí a María se le cruzaron los mundos del arte y de la naturaleza, y una oportunidad fue el gran empujón: sus padres, ya jubilados, compraron una vieja chata isleña que se dedicaba a sacar madera del delta y la reformaron con el hermoso plan de navegar hasta el Pantanal brasileño. María se sumó, junto con una amiga y un amigo de sus padres. La tripulación ya estaba completa.
Pero llegó la pandemia y aún en sus postrimerías (2022) era complicado salir del país, así que decidieron navegar hacia el norte, hasta las Cataratas del Iguazú. En este contexto nació el primer viaje que para María tenía un motor artístico (había ganado una beca) y para los demás representaba un proyecto personal. Pero para todos, el hilo conductor era el río.
“Ver el río desde adentro, con ojos artísticos y habitar sus aguas”, resume y agrega: “Hacía rato que yo estaba fascinada con los grandes barcos y quería intervenir los buques comerciales que mueven granos por el Paraná por la hidrovía, quería hacerlo pero ¿de qué manera? Porque no se pueden pintar ni pegarles papeles. Y de pronto se me ocurrió: los iba a intervenir con proyecciones”.
-¿Cómo?
-Sí, proyectando dibujos y fotos en los barcos. Durante el viaje a Iguazú, en el que navegamos 45 días de ida y 80 de vuelta, saqué muchas fotos e hice dibujos y quería proyectarlos en los buques. Me imaginaba frases, imágenes de fuego (justo era la época de incendios), serpientes-anguilas, palabras y animales varios.
-¿Desde dónde proyectaban? ¿Desde la chata?
-No. Al caer la tarde con mi amiga nos subíamos a un bote chiquito con el grupo electrógeno, el proyector y la computadora. Íbamos probando, proyectando imágenes sobre distintos barcos pero era difícil porque hay que hacerlo de noche para que se vea y es el momento en que los buques fondean en el medio del río y para un bote chiquito es un poco peligroso.
-¿Y qué hicieron?
-Empezamos a probar las proyecciones sobre la costa, sobre el monte… y funcionó. Es una gran experiencia porque cada entorno te devuelve algo distinto, según la gente que haya, según la luna… a veces solo lo veíamos mi amiga y yo, a veces un carpincho atravesaba la proyección.
-Al final, ¿fueron al Pantanal?
-Sí, en 2024. El viaje fue de julio a octubre y éramos varios barcos. El río Paraguay es distinto al Paraná, porque es más chico, más serpenteante, más íntimo, y llegando al Pantanal empieza una zona de cerros que cambia el paisaje. Una noche estábamos proyectando sobre la costa y de pronto vimos que aparecía algo blanco… y eran unas flores que respondían a la luz y se abrían. Esta búsqueda del lugar para proyectar nos permitía llegar a un lugar de reflexión, introspección y de mucha intimidad con el río. Hice cantidad de fotos y videos, y al igual que en el otro viaje, también me dediqué a recolectar arcilla y con ese material realicé obras que expuse en Resistencia, Chaco.
-¿Fue un viaje difícil?
-Nos dio mucho trabajo navegar y organizar toda la logística. Además, el río estaba tres metros por debajo de su nivel normal; nos pasaba que a la noche nos dirigíamos a un riacho que figuraba en los mapas para dormir y cuando llegábamos el riacho se había secado, hasta pasto había crecido. Pero más allá de eso, fue maravilloso. Navegábamos a 10 kilómetros por hora y era como entrar en un ritmo meditativo, circular y de introspección, muy distinto al ritmo de la vida diaria común donde hay que hacer mil cosas por hora.
-¿También hicieron proyecciones?
-Claro. Al atardecer fondeábamos y pasábamos al bote. Primero era la adrenalina de tener que preparar todo y luego la maravilla, es muy mágico el momento de proyectar. Después de proyectar apagábamos el grupo electrógeno y ahí, sin el ruido del motorcito, escuchábamos los grillos y a los yacarés que pasaban cerca. Era estar flotando en la naturaleza. Era un momento de autoobservacion y reflexión.
-Como artista, ¿siempre se inspira en la naturaleza?
-Creo que la naturaleza es lo que nos salva, lo que nos hace bien, nos hace volver a lo esencial; me gusta transmitir eso. El río tiene que ver conmigo y en verdad con la humanidad, con la historia, porque las civilizaciones se erigieron cerca de ríos y los distintos grupos humanos buscaban el agua para vivir.
-El río como lugar de encuentro…
-Para mí, lo es. Es un lugar de encuentro con el otro y lo veo en que cada persona que se acerca a ver mi obra empieza a conectar con algo de sus recuerdos más lindos vinculados al río; el agua abre espacio para reflexionar, trae situaciones íntimas y universales a la vez, hay algo con el agua que nos conecta a todos, tal como ocurre con el arte.
-Y usted unió ambos…
-Es que la naturaleza y el arte nos convocan, de algún modo, a todas las personas. Desde mi lugar siento que puedo acercar el río a lo urbano, a la gente, y veo que a todo el mundo el encanta. Por eso creo que hay que pensar los ríos como algo más público, más abierto. Siento que hay una nación fluvial que no tiene nada que ver con lo político, una nación en la que los países están unidos por la identidad que da el agua, y donde la patria es el río.