Por muchos años la santiagueña Nancy Campos sufrió al ver como se tiraban abajo los arboles de algarroba para utilizar su madera en “la fabricación de muebles finos”. Por eso decidió en algún momento no seguir de brazos cruzados y comenzó a predicar que había que hacer todo lo contrario: dejar los montes en pie y aprovechar sus frutos. Ahora es una de las integrantes de la cooperativa Monte Vivo, donde se produce y comercializan alimentos agroecológicos provenientes de los frutos de ese y otras especies nativas- pero sigue en la cruzada de tratar de hacerle entender a sus pares que el árbol es mucho más útil en pie que reducido a madera.
Si bien Nancy hoy respira más sosegada, porque en lugar de ir a talar están ingresando al monte grupos de personas con el propósito de plantar algarrobos, recuerda que para ver que esto suceda con mayor frecuencia han pasaron casi 25 años. Y la lucha fue larga: Todavía tiene fresco en su memoria cuando comenzó a levantar las primeras vainas de algarroba para procesada, y que lo hacía con mucha vergüenza porque muchos de sus comprovincianos la tildaban de loca.
“Yo he visto muy de cerca cuando venían y dejaban las motosierras en el campo y los campesinos mismos entregaban primero los árboles de los vecinos y después sus propios árboles. Por suerte está cambiando esa mentalidad y ahora hay grupos que están haciendo plantaciones, donde el algarrobo se aprovecha con la floración y los apicultores cosechan una miel muy rica. También los frutos para poder alimentarnos y subsistir mucho mejor que cortando el árbol”, explicó Nancy a Bichos de Campo.
A pesar de esta nueva mirada sobre los diferentes usos que se le pueden dar a la algarroba (o mejor dicho, la recuperación de viejas tradiciones) a Nancy le sigue preocupando que es poco lo que se ha recuperado la población de esa especie con respecto a lo desmontado. Mas cuando se ha demostrado que el valor nutricional del algarrobo autóctono es superior al de la variedad europea, también difundida en el país.
Mirá la entrevista completa a Nancy Campos:
“Nuestra vaina tiene una un aroma intenso, un color amarillo dorado. Por eso nuestra harina tiene estas mismas características. Hay otras harinas de algarroba que es oscura y refinada, y que ni siquiera es algarrobo. Es lo que por ahí le dicen algarrobo europeo. Es una variedad que tiene una harina oscura y no es tan dulce como la nuestra”, puntualizó sobre ese punto.
Aunque la variedad sudamericana que los rodea en todas partes se ha transformado para los santiagueños en una fuente de ingresos o “la gallina de los huevos de oro”, según esta recolectora, Nancy lamenta no haber disfrutado de sus beneficios desde que era pequeña. Pero trata de conformarse con el impacto favorable que tiene en materia ambiental el árbol autóctono desde que se volvió prácticamente intocable.
“El algarrobo en Santiago se llama el árbol taco, que significa que está sobre todos los árboles. Mas ahora que sabemos que se consume la vaina de algarroba y se elaboran con ella ciertos productos. Entonces ese árbol queda encantado, porque no se va a talar para vender. Ese árbol nos da el oxígeno, nos da la sombra, mejora el suelo, nos da un alimento, podemos cosechar la miel de ese árbol y eso es muchísimo”, remarcó.
-¿Y vos cómo te diste cuenta que tenía valor la vaina de algarroba y las empezaste a juntar?
–Bueno, antes venía gente de INCUPO y a través del INTA recibíamos capacitaciones porque no estábamos muy convencidos. Pero cuando empecé a trabajar, a levantar los frutos, comerlos y ver que mi hijo aprendió a comerlos, me cambió la cabeza. Entonces eso que era vergüenza hoy lo llevo como bandera.
Por supuesto que Nancy no se quedó con lo aprendido. Por el contrario, ahora le complace replicarlo para que otros entiendan por qué es necesario aprovechar el algarroba. “Ahora la gente está aprendiendo y si bien saben que no van a poner un algarrobo para cosechar como una lechuga, entiende que va a dejar un árbol para su hijo, para su nieto y para las futuras generaciones en este mundo que necesita tanto oxígeno y tanto alimento”, reflexionó.
La santiagueña destaca que muchos se siguen sorprendiendo por la cantidad de productos que se pueden elaborar a partir de esta fruto que antes se menospreciaba. “Antes pisábamos la algarroba y no sabíamos cómo aprovecharla. Por suerte ahora se junta, se guarda y se produce muchísimas cosas. Pero mucha gente grande se sorprende y dice que en su vida pensó que iba a comer un bombón o unas galletitas de algarroba”.
-¿Y la cooperativa Monte Vivo sirve para darle valor económico a ese aprovechamiento de la vaina de algarroba y otros frutos del monte?
–Sí, nosotros estamos redescubriendo todos estos frutos, a pesar de que se ha desmontado mucho. Hoy tenemos conciencia de lo que nos aportan no solamente las vainas, sino también el mistol, un fruto bien dulce que aporta mucha energía. Entonces con buenas prácticas de manufactura, se levantan del suelo, porque como buenos santiagueños esperamos que el fruto madure y caiga. Así es más fácil levantarlo y se hace por cantidad.
-¿Entonces es posible convivir con el monte, estar en armonía y sobrevivir junto a este?
–El montees sanador y está ahí todavía, después de tanto daño que ha sufrido. Todavía está ahí, esperándonos para que nosotros nos encontremos, para que recuperemos algunas cosas que se han perdido y para que colaboremos junto con las plantas a la sanidad mundial. Por eso hay que amigarse con la naturaleza. Hay que abrazar a los árboles para descargar toda esa tensión, toda esa angustia que tenemos y verlo como una esperanza.