Javier Lojo, gran periodista del Diario Río Negro y especialista en el sector productor de peras y manzanas que existe en la región, no se quedó con la fotografía que circuló en las redes sociales. En este crónica que decidimos hurtar, el maestro Lojo reconstruyó el increíble viaje de la pera William’s producida en Río Negro, que se industrializa en Tailandia para ser vendida luego en Estados Unidos. “La fruta cosechada cruza dos veces el Pacífico antes de llegar a destino”, define con precisión el colega, para quien la imagen deja constancia del “sueño industrial roto” que proyectaba agregar valor en las zonas de origen.
Va la nota de Javier Lojo:
A lo largo de su corta historia, Argentina se muestra como un país muy complejo. Pasó, en el siglo pasado, de estar entre las naciones más desarrolladas del globo a ser hoy un territorio cuyos indicadores económicos y sociales son parecidos a los que presentan muchos países del continente africano.
Es enorme la literatura económica que analiza el derrotero de la Argentina en estos últimos 200 años. Infinitas son las opiniones y estudios argumentando las causas de este desplome.
Para algunos, parte de esta crisis esta dada por el sueño truncado de una argentina industrial. Media biblioteca avala esta teoría; la otra media la condena.
El Valle de Río Negro y Neuquén formó parte -y aún lo es- de esta inédita y profunda decadencia que sufrió el país.
Varias décadas atrás llegó a liderar el comercio global de frutas con cientos de industrias que actuaban como soporte del sistema del mercado en fresco. Llegó a tener medio centenar de aserraderos, decenas de jugueras, varias empresas dedicadas al desecado de frutas, tres muy importantes destinadas al enlatado de productos, media docena de tomateras y hasta una procesadora de cubeteado de peras orientadas a la exportación, entre otras tantas. Todo el sistema ocupaba más de 50.000 trabajadores y el derrame de la inversión, que anualmente inyectaba el sector privado, impactaba de llenó en toda la región.
Pero en algún momento, algo pasó. Y todas estas industrias fueron progresivamente desapareciendo del mercado.
Algunos ubican este punto de inflexión hacia principios de la década del ’80. Otros, un poco antes. Lo cierto es que aún hoy se observan, a lo largo y ancho del Valle, los esqueletos abandonados de las enormes industrias que, décadas atrás, se mostraban con un vigor que las hacía intocables.
Actualmente la industria secundaria de nuestra región valletana -aquella que complementa al mercado en fresco- desapareció del escenario. Solo quedan un par de jugueras que luchan por sobrevivir y algún microemprendimiento familiar que asoma tímidamente su cabeza en el mercado. No mucho más.
La degradación que sufrió el sistema frutícola del Valle es tal que, para que un pequeño envase de 110 gramos con peras argentinas cubeteadas en su interior llegue al consumidor de los Estados Unidos, previamente debe ser industrializado en Tailandia. Sí, tal cual así como lo está leyendo.
La logística para este insólito viaje es la siguiente: las peras que se cosechan en enero en nuestras tierras se embalan y se las coloca en cajas de 19 kilos que van, a su vez, en un contenedor refrigerado transportadas por un camión hacia el puerto chileno de San Antonio.
De allí cruzan todo el Pacífico en un barco contenedor que las traslada al puerto comercial de Bangkok, Tailandia. Al llegar a destino, se baja el contenedor y se lo lleva a una empresa que queda a pocos kilómetros del puerto. Allí, en forma manual, se sacan las peras de las cajas las que entran en una moderna máquina con el objetivo de cortarlas prolijamente. En esa misma industria se produce el jarabe natural de pera que, junto con el cubeteado, llenan envases de 110 gramos de producto mencionado.
La máquina industrial en cuestión procesa alrededor de 250.000 envases por día, consumiendo poco más de 20 toneladas de peras cada 24 horas. Para todo este proceso se utilizan solo cinco personas.
Completado el contenedor del producto ya industrializado, vuelve en camión al puerto de Bangkok y de allí parte, en otro barco, hacia la ciudad de San Francisco, listo para ser colocado en góndolas de tiendas especializadas a disposición del consumidor norteamericano por hasta 1,50 dólares por unidad.
En el total del proceso, la pera argentina recorrió 36.300 kilómetros (casi una vuelta al mundo) y el camino, desde la salida de la fruta de las cámaras de frío en el Valle hasta el producto de pera cubeteado puesto en las góndolas de San Francisco, duró poco más de 73 días.
Esto suena algo totalmente irrisorio e irracional. Pero es lo que se hace. Si existiera este tipo de industria en nuestra región, los kilómetros -en el mejor de los casos- para llegar a este mismo destino serían poco más de 10.000 y en 21 días estaría el producto a disposición del consumidor norteamericano.
Pero no es fácil en nuestro país instalar una industria. Menos aún lo es ser empresario.
Para abrir una empresa se necesita de fuertes inversiones, un programa económico a nivel nacional que de certezas para quienes arriesgan, estabilidad impositiva, un único tipo de cambio, seguridad jurídica y reglas de juego de mediano y largo plazo claras. Nada de esto puede garantizar hoy la Argentina.
Y es por ello que una firma multinacional que produce frutas en el Valle de Río Negro debe hacer todo un extraño y costoso circuito para llegar con un producto argentino a los Estados Unidos. Padeció -y todavía lo hace- las consecuencias de querer, en su momento, apostar por el país. Y hoy sus directivos prefieren comprar materia prima de calidad en nuestra región y todo su proceso industrial concretarlo por fuera de la Argentina. Asumen mayores costos antes de seguir hundiendo capital en un país que entró hace un tiempo en un progresivo deterioro social, político y económico.
Argentina está hace un tiempo frente a un paradójico escenario: sigue produciendo materias primas, como lo hacía a principios del siglo XX, en un contexto de comercio internacional totalmente globalizado como se presenta en el siglo XXI.
Esta dualidad temporal, producto de la mala praxis política de las últimas decadas, es lo que define, en parte, la crisis estructural que sufre en materia económica el país.
El caso del envase de 110 gramos de pera cubeteada es tan solo uno de los tantos y pequeños ejemplos que refleja la decadencia de una Nación que, a principios de 1900, figuraba entre las 20 más potentes del mundo occidental.
¿Es rentable semejante maniobra? Armar una logística como la presentada, no es un trabajo sencillo. Pese a ello, para la firma Dole la maniobra seguramente resulta rentable por innumerables factores: tienen los mercados donde colocar esa oferta, tecnología para llegar al producto final y escalas en los distintos procesos industriales, entre otros tantos puntos que se pueden mencionar.
Según fuentes de la empresa, este tipo de operaciones “son puntuales y se dan por una cuestión de necesidad de mercado”. El producto que ofrecen se vende en tiendas especializadas a un valor que va de los 1,20 a 1,50 dólares. Es un mercado de nicho para un segmento que paga por la marca y calidad del producto natural.
Es difícil decir a que valor la empresa podría colocarlo con su base industrial en la Argentina. “No tenemos ese cálculo porque son muchos los factores que hay que tener en cuenta”, confió la fuente. Lo que esta claro es que seguramente lo podrían colocar en las góndolas norteamericanas muy por debajo de los 1,20 dólares, logrando márgenes de rentabilidad mayores a los que obtienen paseando la pera por más de 36.000 kilómetros.
“Nuestra sede central para Latinoamérica está en Chile y las inversiones se definen allí”, aseguró el ejecutivo, esquivando así la pregunta sobre la opción de ampliar, con este tipo de industrias, la producción en la Argentina.
La realidad muestra que desde hace mucho tiempo el inversor dejó de mirar al país. Una alta carga tributaria, una economía sumergida en la informalidad, sindicatos que actúan con métodos coercitivos y un Estado anémico que sobrevive a golpes de timón con cambios continuos en las reglas de juego, es lo que aleja la llegada de fondos a la Argentina. Mientras la realidad del país se maneje con estos valores, difícilmente el envase de 110 gramos, con pera natural en su interior, se pueda industrializar en tierras del Valle de Río Negro y Neuquén.
La huella de carbono: un costo que también debería contemplarse. Independientemente de las inversiones que pierde la Argentina año tras año por la mala praxis de sus políticas económicas, tributarias y laborales, existe un tema, tan o más importante del mencionado, que es la huella de carbono que genera todo este movimiento de alimentos.
Se define como huella de carbono a aquellos gases de efecto invernadero emitidos por una empresa u organización en la elaboración de sus productos. El uso de combustibles fósiles en maquinaria o vehículos propiedad de empresas, las pérdidas de gases refrigerantes, o las reacciones químicas durante los procesos productivos, son tan solo algunos ejemplos. Todos efectos que, en forma directa o indirecta, terminan modificando al medioambiente.
Si bien es muy difícil hacer el seguimiento de semejante viaje -y contabilizarlo-, la huella de carbono que genera este envase de pera es sin dudas un punto que la empresa debiera contemplar es su agenda a la hora evaluar su ecuación de costos/beneficios, incorporando en las primeras de las variables de esa ecuación al daño ambiental que está generando.