Por Matías Longoni.-
Octubre de 2015, días de euforia electoral. Cristina Fernández de Kirchner no podía ser candidata a otra reelección, pero quería terminar su segundo mandato a lo grande. Ya había lanzado un cohete al espacio y había colocado en órbita un par de satélites. Pero algo le faltaba: un transgénico nacional. Para no quedarse con las ganas le ordenó al Ministerio de Agroindustria que apurara la aprobación de tres cultivos modificados que estaban en la gatera.
Cadena Nacional desde Tecnópolis. Cristina estaba radiante y daría el anuncio que quería dar para que la escuche el mundo: La Argentina K había sido tan grandiosa que hasta producía biotecnología a la altura de las potencias. Esa noche se anunciaron los dos primeros transgénicos “made in Argentina”.
La primera era una soja tolerante a la sequía desarrollada por la empresa Bioceres, gracias a las investigaciones de la doctora Raquel Chan (foto), de la Universidad del Litoral. Esa soja está esperando todavía la aprobación comercial de China para ser sembrada, posiblemente en 2019.
La segunda era una papa con resistencia al viruys PVY, que había desarrollado la empresa Tecnoplant del grupo Sidus. En este caso el anuncio de Cristina tenía gran lustre: se trataba del primer OGM para consumo humano directo aprobado en la Argentina, uno de los pocos en el mundo.
Para ese acto, como ya se dijo, la ex presidenta había pedido a las autoridades del ex Ministerio de Agricultura, en ese momento Carlos Casamiquela y su secretario Gabriel Delgado, por un tercer transgénico que no pudo ser de la partida. Lo sacaron del acto a último momento por resistencia del propio sector productivo y a pesar de que se había firmado la autorización correspondiente. Se trataba de una caña de azúcar con resistencia al herbicida glifosato, desarrollada por la Estación Experimental Obispo Colombres de Tucumán.
La historia de aquel papelón transgénico está relatada en esta crónica, pero no nos vayamos del eje.
El eje es que el kirchnerismo, en su afán de pasar a la historia sin hacer historia, forzó en aquella ocasión todas las reglamentaciones vigentes en el país para la aprobación de un cultivo genéticamente modificado. La Argentina se ufana de tener una legislación de avanzada en esa materia desde 1992, aunque no han faltado incidentes que demuestren cierta fragilidad, como la fuga de un tabaco transgénico o la misteriosa liberación del Maíz GA21 antes de su aprobación.
En esta ocasión, quedó claro que todo el sistema de aprobación tripartita de los nuevos eventos fue sometido a la más antojadiza de las presiones políticas: Cristina quería sus transgénicos “Nac&pop” y había que dárselos a cualquier precio. Así las cosas, las autoridades de Agroindustria no solo forzaron la aprobación de la caña de azúcar sin el consenso de ese sector sino que también aprobaron de mal modo y a los apurones la papa resistente a virus.
La historia de la papa era desconocida hasta ahora. El desaguisado fue mayúsculo y ahora debe ser resuelto de algún modo. Lo cierto es aquella papa transgénica desarrollada por Tecnoplant nunca contó con el aval del Senasa, una de las tres firmas que de forma obligatoria deben respaldar la liberación comercial de cada nuevo OGM.
De ese sistema se enorgullece justamente la Argentina: la Conabia (Comisión Nacional de Biotecnología) evalúa que los transgénicos no sean dañinos para el medio ambiente; la Secretaría de Agricultura realiza una valoración política y se expide sobre los riesgos de los nuevos eventos para los mercados; y el Senasa debe definirse respecto de eventuales riesgos de los nuevos cultivos sobre la salud humana y animal.
La aprobación de esta papa se tomó por Resolución 399 de la Secretaría de Agricultura a cargo de Delgado, fechada el 1 de octubre de 2015, unos pocos días antes del acto de Tecnópólis. En el texto oficial queda muy claro, aunque se lo intente disimular en todo momento, que el Senasa nunca firmó su respectiva autorización a ese evento. Revelan los considerandos que el servicio sanitario oficial apenas envió a Delgado la nota número 485 -fechada el mismo día en que Agricultura emitió la Resolución- en la que “se considera factible avanzar en el proceso de autorización del evento de papa SY233, sujeto a que la empresa desarrolladora complete la información necesaria a efectos de dar por cumplidos todos los criterios establecidos en la resolución Senasa 412/2002”.
No hay que ser muy avispado para suponer lo que sucedió: ante la presión política que venía de las máximas autoridades del país, el Senasa envió una nota diciendo que era procedente el trámite. Pero jamás se expidió ni realizó una aprobación formal de ese transgénico. No existe hasta ahora tal aprobación, provocando un dolor de cabeza a las actuales autoridades. Pero en Senasa nadie se anima a poner el gancho que falta. El que nunca existió.
En 2014, un año antes del acto de Cristina, ya había habido serios cuestionamientos al procedimiento seguido para la evaluación de esta papa transgénica. Los explica esta nota de una entidad ambientalista.
En fin, tenemos entre nosotros una papa transgénica aprobada de mal modo y que podría ser, a diferencia de otros cultivos, para consumo humano directo. En rigor, incluso hay gente que ya la ha comido.
En efecto, a los pocos días de aquel anuncio el Ministerio de Agroindustria organizó en la sede del Inta Castelar la “Semana de la Agricultura”, otra actividad con un evidente tufillo electoral. Una de las propuestas allí presentadas fue una transmisión en vivo del exitoso ciclo de cocina de la TV Pública. Dos de los protagonistas del programa “Cocineros Argentinos” prepararon papas fritas utilizando la bendita papa transgénica aprobada sin todos los papeles en regla. Las frieron en un aceite de soja alto oleico y lucían tentadoras.
Gabriel Delgado, el que había firmado la resolución correspondiente sin el aval del Senasa, formó parte de aquel suceso histórico. Por cierto, fue la primera vez en la historia de la humanidad que un secretario de Estado comió una papa frita transgénica aprobada de modo irregular.
Eso sucedió delante de las cámaras de TV. Del otro lado de la pantalla estábamos todos nosotros, los papa frita de siempre.