Dos de los grandes profesionales que tiene la agronomía argentina, Roberto Casas y Francisco Damiano, deben haber sentido mucha satisfacción al ver salir de la imprenta un documento imprescindible, de más de un millar de páginas divididas en dos tomos, del cual han sido los editores. Se trata de una suerte de Biblia de la producción, que deberían leer
Como integrantes del Centro para la Promoción de la conservación del Suelo y del Agua (PROSA-FECIC) y con apoyo de su querido INTA, Casas y Damiano compilaron en su “Manual de Buenas Prácticas de Conservación del Suelo y del Agua en áreas de Secano”, por primera vez a nivel nacional, las principales buenas prácticas probadas y recomendadas para las distintas regiones productivas.
Son en total 214 prácticas de manejo del suelo y del agua relevantes las que se describen en este extenso libro, incluyendo también las prácticas que consideran -en una tendencia creciente- el uso de vegetación como base para la conservación del suelo. Las prácticas además se describen tomando como base el mapa de regionalización ecológica-productiva que los equipos técnicos han propuesto para cada provincia. Las mismas se refieren además a los tipos de suelos más representativos y a las climosecuencias existentes en cada ámbito analizado. Por eso se trata de un trabajo monumental e imprescindible para quienes quieren hace una agricultura sostenible en la Argentina.
En cada provincia, previamente a la descripción de las prácticas, se incluyó un mapa de las regiones ecológicas-productivas principales con una descripción breve de las mismas y de los principales procesos de degradación que afectan a los suelos a nivel provincial. Para la descripción de las prácticas recomendadas, se tuvo en cuenta las condiciones de aplicación, las normas técnicas, los equipos necesarios y se estimó la superficie de aplicación de las mismas. Para este cometido se convocó a 207 especialistas referentes de instituciones oficiales y privadas de todo el país.
Este monumental obra comenzó a distribuirse en forma limitada en edición papel y muy pronto debiera estar disponible en la web del PROSA-FECIC los capítulos de prácticas por provincia.
Las 214 prácticas sugeridas son descriptas siguiendo el formato de una ficha técnica: i) Nombre, ii) Definición, iii) Objetivo, iv) Condiciones para su aplicación, v) Superficie estimada de aplicación, vi) Normas técnicas, vii) Equipo necesario, y viii) Mantenimiento. Luego se distribuidas porcentualmente por Ecorregión, con predominio de la región pampeana y el NOA.
Por otro lado, a los efectos de su análisis y en función de su distribución en el territorio o su importancia estratégica, las prácticas se reunieron en ocho grupos.
Se trata de un documento fundamental si alguna vez la agricultura argentina quisiera comenzar a revertir un proceso que viene de larga data. Los autores recuerdan que “a partir de 1970 los suelos de la región Pampeana sufrieron una extraordinaria transformación de la actividad agrícola, caracterizada por el gran aumento de la producción, adopción de moderna tecnología, desarrollo de nuevas formas organizativas de la producción y un acelerado proceso de agriculturización. Desde comienzos de la década se inicia éste proceso, en coincidencia con la expansión del cultivo de soja que impacta negativamente sobre las propiedades físicas, químicas y biológicas de los suelos y también sobre su integridad”.
En esta saga, desde la década de los 80 “cobra fuerza el concepto de agricultura conservacionista basado en la reducción de las labranzas, empleo del arado cincel (labranza vertical), cobertura superficial con residuos vegetales y rotaciones que incrementan el contenido de materia orgánica de los suelos. Comienza a difundirse el concepto de calidad y salud del suelo que implica una visión global sobre la conservación, no solamente de su integridad física, sino de sus funciones y servicios eco-sistémicos”.
Los conceptos sustentados desde la década del ’40 para controlar la erosión, basados en el mantenimiento de un “mulch” de rastrojos sobre el suelo y en el aumento de la infiltración, se integraron y plasmaron en el sistema de Siembra Directa (SD), sobre el que el INTA inició investigaciones a través del Instituto de Ingeniería Rural y las Estaciones Experimentales de Pergamino y Marcos Juárez en las décadas de los 70 y 80. El sistema comenzó a tener una fuerte difusión desde principios de los 90 merced al impulso brindado por la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID).
Casas y Damiano, en el capítulo inicial de esta biblia, dicen que “el sistema SD basa su alta eficiencia en el control de la erosión, en el mantenimiento en superficie de importantes niveles de cobertura aportada por los rastrojos de los cultivos, y en la eficiencia del uso del agua”. Pero aclaran que “en algunas regiones, dependiendo del tipo de suelo, pendiente, e intensidad de las precipitaciones, la utilización de estos sistemas resulta insuficiente para controlar sus efectos, debiéndose implementar tecnologías como la sistematización de tierras y la construcción de terrazas para el control de la erosión hídrica”.
A nivel nacional se registra una superficie estimada de 1.960.359 hectárea protegidas por algún tipo de práctica para el control de la erosión hídrica, representando cerca del 3% sobre un total de 72 millones de hectáreas con tasas de erosión hídrica que superan los valores tolerables. La sistematización de tierras cubre una superficie total de 1.206.539 hectáreas, de las cuales 941.539 están protegidas por sistemas de terrazas (base ancha y base angosta). También es relevante la superficie protegida por canales (desagüe, guardia y colectores) que en conjunto cubren unas 730.000 hectáreas.
En referencia a la erosión eólica, el libro recuerda que una de las primeras referencias a este proceso “se encuentra en una obra de Charles Darwin editada en Londres en 1845, en la que señala para algunas zonas de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe la gravedad de una prolongada sequía que generó múltiples tormentas de polvo que dificultaban la visibilidad”. también en 1884 Florentino Ameghino en su obra “Las secas y las inundaciones en la provincia de Buenos Aires”, describía la alternancia de dichos períodos, con consecuencias a veces catastróficas para los productores y habitantes de la región.
Durante la década del 40, se logra paulatinamente estabilizar el ciclo de deterioro y erosión de los suelos. La sustitución creciente de cultivos de cosecha por alfalfa, la mayor superficie destinada a la ganadería, el mejor uso de los residuos de cosecha, los planes masivos de forestación, unido a la acción de experimentación y asesoramiento del Instituto de Suelos y Agrotecnia creado en 1944, permitieron generar este período de “reacción” que se tradujo en el ciclo de recarga ecológica a partir de 1950. Este período de “recarga ecológica” se caracterizó por la vigencia de un modelo mixto de explotación de la tierra. En el mismo, la alfalfa y la ganadería restituían la materia orgánica del suelo y le devolvían el nitrógeno exportado con los granos, además de restituir las condiciones físicas del suelo.
Entre las décadas de los 50 y 60 se inicia un proceso de recuperación del ambiente productivo a partir de acciones públicas y privadas y la introducción de tecnologías conservacionistas. La creación del INTA fue la respuesta pública que permitió superar los métodos tradicionales de producción, introduciendo tecnologías conservacionistas a través del Programa de Conservación y Manejo de Suelo, que se plasmó mediante la creación de una importante red de Estaciones Experimentales y la formación y capacitación de profesionales especialistas.
En 1957, bajo el impulso de Pablo Hary, nace el Movimiento de los grupos Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (CREA), quien sostuvo la conservación del suelo como actividad priorizada desde su creación. Paralelamente por esta época, se reforzaban los grupos de investigación en las Facultades de Agronomía de Buenos Aires, Bahía Blanca, Corrientes, Córdoba, Mendoza, Río Cuarto y Tucumán. Las acciones mencionadas, contribuyeron significativamente a consolidar este ciclo regenerativo de las propiedades edáficas.
En la década de los 60 se llevó a cabo un sostenido plan de prevención y lucha contra la erosión del suelo que agrupó organizadamente a las 20 Agencias de Extensión del INTA de la región pampeana semiárida. Esta acción generó una importante respuesta de los productores en los 20 millones de hectáreas que abarcó el proyecto. Merece destacarse el trabajo realizado por el Ing. Agr. Guillermo Covas en la fijación de médanos mediante la utilización del pasto llorón. En la Patagonia resultó relevante el trabajo realizado por el Ing. Agr. Jaime Serra y el Agr. José M. Castro en la estabilización de médanos y recuperación de áreas degradadas.
Las acciones mencionadas en apretada síntesis, permitieron adaptar y desarrollar técnicas para el control de la erosión eólica que hoy se aplican en las distintas regiones de nuestro país. Se estima que actualmente estas prácticas se aplican sobre 102.580 hectáreas, representado menos del 1% de los 28 millones de hectáreas afectadas. Es posible que esta superficie pueda ser algo mayor dado que algunas provincias no disponen de información sobre la superficie de aplicación.
En síntesis, el número de prácticas descriptas para el control de la erosión hídrica y eólica en el territorio nacional asciende a 62 (29% del total). Es claramente insuficiente y por eso este manual busca una generalización de estas prácticas. De las 100 millones de hectáreas informadas con algún grado de erosión, solamente el 3% de la superficie (2.062.939 ha) está bajo control.
Desde principios de la década del 90 se registró un avance sostenido de la producción agrícola nacional, con un crecimiento extraordinario de la superficie destinada al cultivo de soja en la región pampeana y extrapampeana, pasando de 5 a 17 millones de hectáreas actuales
Por otro lado, la obra aborda la evolución del consumo de fertilizantes de origen mineral en Argentina, período 1990-2017, que creció a la par del aumento de la superficie cultivada, pasando de 300 mil a 3,8 millones de toneladas. En la campaña 2016/17, el trigo y el maíz consumieron el 58% del total del fertilizante, mientras que la soja absorbió el 14%.
Las prácticas descriptas de fertilización química y orgánica del suelo son 32 (15% del total). “La reposición de nutrientes tiende a suministrar los elementos químicos que las especies vegetales necesitan para su crecimiento y desarrollo, y que el suelo, empobrecido por la extracción continua de los cultivos de cosecha, no puede hacerlo en forma directa y de manera adecuada”, explican los autores.
Otro capítulo del documento está dedicado a la gestión del pastizal natural y ganadería. Y es que el reemplazo de tierras naturales y ganaderas por tierras agrícolas fue el cambio más notorio que experimentó la agricultura a lo largo del siglo 20. Los datos muestran que la expansión territorial de los cultivos de secano en Argentina ocurrió a expensas de bosques (7%) y pastizales (10%).
Por eso también hay prácticas recomendadas para “la gestión del Pastizal Natural en los sistemas ganaderos, que tiene como objetivo la sustentabilidad del sistema tomando en cuenta en particular los aspectos ambientales, muy especialmente en las zonas áridas y semiáridas de mayor fragilidad”. Tal como se viene realizando en las distintas regiones de Argentina, abarca 22 prácticas (10%), como Evaluación forrajera y ajuste flexible de carga; Pastoreo rotativo; Pastoreo de alto impacto; Perturbaciones para la recuperación forrajera (fuego y rolado); Potreros de reserva; Clausuras e Introducción de pasturas megatérmicas.
Según los autores, existen 16.028.500 hectáreas gestionadas con evaluación forrajera y ajuste de carga, y 3.100.000 hectáreas con aplicación de otras prácticas tales como quema prescripta, rolado y uso de boyero eléctrico, lo cual hace un total de 19.128.500 has sobre las que se realiza una adecuada gestión del pastizal y la ganadería.
Por otro lado, este Manuel se ocupa de los sistemas silvopastoriles, ya que ” la frontera agrícola se ha desplazado hacia zonas más frágiles, tradicionalmente mixtas o ganaderas, en muchos casos ocupadas por bosques nativos”.
En los últimos 15 años, los sistemas silvopastoriles están en constante expansión en la Argentina, principalmente con bosques cultivados en Misiones, Corrientes, Neuquén y la zona del Delta Bonaerense del Río Paraná, mientras que su implementación en bosques nativos se concentra en las regiones Patagónica y Chaqueña. Para ambos tipos de explotación se describieron 20 prácticas (9%).
En cuando al manejo de áreas anegadizas y mallines, Casas y Damiano refieren que dentro de la región pampeana y extrapampeana pueden distinguirse 6 grandes áreas anegables: Pampa Deprimida y Pampa Arenosa Plana (este y noroeste de Buenos Aires, respectivamente), Pampa Arenosa Anegable (sudeste de Córdoba), Bajos Submeridionales (norte de Santa Fe), Llanura Deprimida occidental y oriental (centro y este de Tucumán), y sectores de Ramal y Valles Templados (Jujuy). Todas ellas están sometidas a “procesos de anegamiento que requieren, para su compresión y manejo, una visión amplia de la cuenca hidrológica y nuevos paradigmas de organización y participación social”.
Para ello, se describieron 12 prácticas (6%) según el tipo de control: Sistematización superficial: a través de un conjunto de estructuras hidráulicas de tipo ingenieril-rural (badenes, canales, presas) diseñadas en circuitos agrohidrológicos independientes; o Drenaje parcelario y zonal para mantener el nivel freático fuera de la zona radical.
Otro capítulo aborda las prácticas recomendadas para la Cosecha de agua, recarga de acuíferos y represas. “Estas tecnologías se consideran de importancia estratégica para el desarrollo de la ganadería muy especialmente en zonas semiáridas y subhúmedas secas. En estos climas la escasez de lluvias es recurrente, y también es variable la calidad del agua subterránea (en muchos casos no se tiene acceso por estar a una excesiva profundidad y/o por no ser aptas). Ante la situación planteada se han desarrollado tecnologías tanto para la recarga de acuíferos, como para la captación y almacenamiento de agua en represas”.
En total, aquí se describieron 15 prácticas (7%) que cubren unas 980.400 hectáreas, en las que sobre unas 40.000 hectáreas se desarrolla captación y almacenamiento del agua en represas, y en unas 940.000 hectáreas se aprovecha la tecnología de recarga de acuíferos.
El Manual también se refiere al Control de salinidad y sodicidad, ya que en la Argentina solamente en las regiones húmeda, subhúmeda y semiárida se estima que existen alrededor de 17 millones de hectáreas de suelos afectados por procesos de salinización y sodificación. Entre las regiones más afectadas se pueden mencionar el chaco semiárido, los bajos submeridionales (norte de Santa Fe), la zona deprimida de la cuenca del Salado (centro y este bonaerense), el noroeste de la provincia de Buenos Aires y sudeste de Córdoba.
“Las regiones afectadas se caracterizan por poseer una red de drenaje escasamente desarrollada en función de sus bajas pendientes, lo cual determina que los excedentes de las precipitaciones sean evacuados con extrema lentitud hacia el océano, o directamente se eliminen por procesos de evapotranspiración desde el suelo y las plantas. La consecuencia de la situación descripta se verifica por la presencia de capas freáticas enriquecidas en sales y sodio, oscilando en niveles cercanos a la superficie y afectando al suelo desde su superficie o a cierta profundidad”, describen los autores.
Para todos estos problemas y realidades, los especialistas creen que “existen tecnologías probadas en las regiones para producir de manera sustentable”, aunque “a pesar de los esfuerzos de extensionistas, todavía hoy existe un abanico importante en cuanto al grado de aplicación en el terreno, pese a estar demostrada la eficacia para mejorar el manejo y conservación de suelos y aguas”.