Para Rodolfo Gil, especialista en estudios sobre el suelo del INTA y director académico dentro del Sistema de Chacras de Aapresid, pensar en el suelo productivo supone evocar muchas definiciones al mismo tiempo, porque no es únicamente el sustento de la producción de alimentos y materias primas, sino una plataforma que sostiene a la sociedad misma.
Aún así se arriesga y realiza un primer acercamiento. “Cuando uno piensa en los sistemas de producción extensiva, como existen en todas las partes del mundo para la producción de alimentos de fibra y energía, el suelo pasa a ser en primer lugar un deposito de todos los elementos que necesita la planta, y fundamentalmente su administrador. Por ejemplo pasa a ser un almacén de agua y de nutrientes, pero además un administrador en tiempo y forma de eso que necesita”, señaló Gil a Bichos de Campo.
Pero allí no se agota la cuestión. Para el investigador es también un reservorio de “todos los genes del planeta, de la biodiversidad”, y uno de los principales lugares para almacenar carbono.
“Hoy el reservorio son los océanos y el suelo más allá de la forestación. Si queremos mitigar todos los efectos que influyen sobre el cambio climático, el suelo es un componente central para lograrlo”, afirmó.
Y como si eso no fuera suficiente, Gil agregó que el suelo también funciona como un “filtro de todo aquel contaminante que pueda arriesgar la calidad de las aguas y del aire que respiramos”.
Queda claro entonces que es mucho más que una plataforma productiva y que su cuidado, en función de lo detallado, es fundamental para seguir adelante con esos procesos. Ahora bien, ¿cómo están los suelos en Argentina?
El especialista indicó que por su composición, los suelos del territorio se encuentran entre los mejores en calidad del planeta, en tanto que han acumulado mucha materia orgánica durante su proceso de origen. Sin embargo, la calidad no es condición sine qua non para su salud.
“Podemos tener un suelo de muy buena calidad pero deteriorado y eso tiene que ver con lo que hacemos con ellos”, aseguró Gil.
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-¿Cómo estamos entonces en términos de salud?
-Hay de todo. Hay sistemas productivos que están muy bien conducidos, basados en planteos de siembra directa, más otros procesos como la intensificación de la fotosíntesis, que sostienen la capacidad productiva de los mismos. Cuando más fotosíntesis tengamos, más biomasa, producción, renta y riqueza generamos, pero también más conservación y salud. Necesitamos rotar y diversificar. Tenemos una variabilidad ambiental en nuestro vasto territorio nacional, con más de tres millones de kilómetros cuadrados, enorme. Tenemos que adaptar los cultivos a cada ambiente en particular. Quien tiene que expresar el potencial productivo no es necesariamente la planta con su genética, sino los ambientes, tratando de que cada uno de ellos tenga el menor disturbio posible. Eso es tecnología de procesos, no de insumos.
-¿Qué estamos haciendo para que ese suelo este sano?
-Se están haciendo dos acciones que son vitales. Una es continuar con desarrollos a partir de la generación de más conocimiento. La otra es difundir, transmitir ese conocimiento pero haciendo el esfuerzo de que se aplique. La forma más efectiva de hacerlo es a través del mismo usuario, del mismo productor que toma las decisiones.
–¿Cómo llevamos este conocimiento a campo?
-La ciencia genera conocimiento pero no necesariamente las soluciones al problema que podamos tener. Para que eso ocurra hay que bajar ese conocimiento, adaptarlo, ajustarlo a las necesidades particulares. Aquí lo importante es unir al conocimiento que genera la ciencia con el usuario que va a ser uso de él. Para eso estamos fomentando la unión, el protagonismo horizontal entre el productor que tiene el problema, que necesita el cambio y la ciencia que le acerca el conocimiento para que lo haga. No es separados sino juntos.