Hace 40 años que Javier Cersosimo se dedica a la apicultura en el sur cordobés. Es de los pocos apicultores aún en actividad que vivió la época dorada en aquella zona, cuando se la conocía como la “vedette” de la producción de miel. Lamentablemente, hoy eso es sólo un recuerdo.
“Cuando empecé con las colmenas, esta era una zona de explotación mixta. Había agricultura, hacienda y tambo, y se sembraba mucha pastura. Desde hace 25 años, con la siembra directa, el mundo apícola cambió para mal”, relató, al repasar su larga experiencia junto a Bichos de Campo.

Lo que hoy hace Javier demuestra que tuvo que adaptarse a los cambios en el sector. Ya no produce en cantidad ni vende a granel, en tambores de 300 kilos, sino que, como debe mover sus colmenas en búsqueda de floración y mantenerlas es muy costoso, prefiere agregar valor mediante el fraccionamiento y comercializar su miel en mercados y ferias.
Para ello, tiene divididas sus actividades. En la zona de San Joaquín lleva a cabo la primera etapa, en la sala de extracción que abrió hace ya varias décadas y, afirma, fue la segunda habilitada a nivel provincial. Para el fraccionamiento, hace base en Laboulaye, en donde comparte un establecimiento junto a otros 4 productores de la región.
Si bien, en sus comienzos, conformar una cooperativa no era necesario para subsistir en la actividad, hoy, el modelo asociativo, aunque sea a baja escala, es una condición sine qua non.

El sur cordobés es una zona de pradera, en la que proliferan diferentes variedades de tréboles y alfalfa y, por ende, es muy común que se produzcan mieles multiflorales. El problema es que mucha de esa vegetación se perdió por el avance de la frontera agropecuaria, y hoy la actividad se resiente.
“Lo que otros llaman malezas, para nosotros es biodiversidad y floración que aporta néctar y polen”, afirmó Cersosimo, que señala que, por eso, hoy deben recorrer otras latitudes con sus colmenas, que disminuido mucho su producción y ya no sobreviven por años como antes. “Hoy, si no comprás material vivo en otras zonas, casi no podés mantener el número de colmenas”, lamentó el productor.
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Desde ya que este nuevo escenario implica mayores costos que, combinados con precios internacionales deprimidos, dificultan la supervivencia de los productores. “Es muy difícil sostenerse así. De cada 10 nuevos apicultores, continúan sólo 1 o 2”, ilustró Javier, que hoy prioriza la venta minorista en el mercado interno y busca la forma de insertarse cubriendo todos los gustos.
Sin embargo, más allá de la supervivencia individual de los productores, también recuerda que se pone en juego la de las abejas como polinizadores naturales, que son fundamentales para la proliferación de la vegetación y de múltiples actividades económicas.
“Tenemos que tratar de salvar la abeja, no porque a mí me sirva, sino porque es la única forma de seguir manteniendo los alimentos en el mundo”, expresó el apicultor.
“Es una actividad que me gusta y en la cual me siento cómodo. Aprendí mucho, me esmeré y me siento muy profesional en lo mío”, señala. De todos modos, eso no significa que no piense a diario en cómo sostenerse con precios congelados hace ya 2 años, costos al alza y una dependencia mayúscula de lo que sucede puertas afuera del país.
Pero, en el balance final, tiene más peso la pasión que guarda por la actividad. “Como todo negocio, esto tiene años muy buenos y muy malos”, relativiza el productor, que acumula tanta experiencia que ya se considera un experto en “vivir de la miel aún en los peores años” y sabe que, en el fondo, no podría hacer otra cosa.





