Andando por el sur bonaerense el productor y agrónomo Gustavo Almassio nos llevó a conocer a su gran amigo Claudio Stemphelet. “Es un caso extraño”, nos preanunció. Cuando llegamos al lugar, un pequeño establecimiento rural de algo más de 200 hectáreas en Juan N Fernández, ciertamente nos encontramos con una postal cada vez menos habitual en el campo argentino: Claudio vive en medio de los lotes junto a su esposa y sus dos hijos jóvenes. Todos nos recibieron como buena gente de campo: fueron generosos, sonrientes y muy amables.
Nos preguntamos por qué no nos encontramos más seguido con esta postal: una familia feliz viviendo en el campo. Y de eso hablamos con Stemphelet, que de algún modo comenzó a darnos una respuesta al definirse a si mismo como “un productor vulnerable”. Es decir, como un sujeto productivo y social que en cualquier momento no puede sostener más su decisión de vivir en el campo, entre cultivos, bovinos, maquinaria y ovejas, porque las condiciones económicas le son adversas.
Aunque se muestra seguro y confiado de lo que quiere hacer, porque sabe hacerlo, está capacitado y es lo que hizo toda la vida, la charla con Claudio trasunta el temor a que alguna vez, por esa vulnerabilidad, ellos no puedan seguir amaneciendo cada día en el campo, y tratando de compartir esa dicha vital.
-¿Naciste acá?
-Nací en el pueblo de Juan N. Fernández, pero di mis primeros pasos y me crié en este campo, en el que siempre vivieron mis padres. Estamos a 7 kilómetros de este pueblo rural ubicado a 80 kilómetros de la cabecera del partido, al noroeste de la ciudad de Necochea. El campo se repartió en herencia y yo quedé con apenas 200 hectáreas, en una situación vulnerable.
-Te tocó la “reforma agraria” a la argentina, donde la subdivisión de las tierras se termina concretando en las herencias.
-A mí me tocó lucharla cuando faltó mi papá, de pelear en el reparto de la tierra. E la herencia resigné hectáreas para quedarme con la casa familiar, porque quería quedarme a vivir en el campo y a trabajar la tierra, decidido de que éste era “mi lugar”. Es que si te gusta lo que hacés, tenés el camino allanado.
-¿Ya venías trabajando en el campo junto a tu viejo?
-Sí, decidí no estudiar (es una manera de decir, porque a la legua se nota que Claudio sabe de múltiples oficios) y me quedé acá produciendo, con las sembradoras, que es lo que había mamado desde chico y me gustaba. Un día yo estaba haciendo un ensayo y vino Gustavo Almassio a asesorarme en representación de Nóvitas, y ahí nos conocimos y nos hicimos amigos para siempre. Con ellos me perfeccioné.
-¿Por más que no seas agrónomo, siempre estás abierto a incorporar nuevos conocimientos?
-Sí, me encanta.
-No es lo mismo producir con 500 hectáreas propias, que con 200, que es lo que finalmente te quedó. Como vos dijiste, empezás a estar en la línea de “los vulnerables”. A la gente de Buenos Aires le cuesta entender que teniendo 200 manzanas de tierra puedas estar en situación de vulnerabilidad.
-Sí, somos vulnerables a la situación financiera. Y más acá, que estoy parado sobre un suelo que tiene tosca cerca, es decir donde la maceta es chica. Entonces la producción de granos gruesos, en un verano seco, se resiente. La fina es otra cosa. Hoy estamos frente a una cosecha fina que va a ser la peor que he vivido. Creo que este año voy a tener pérdida o a salir hecho. Entonces, después tengo que pasar todo el año con la gruesa, que acá, como el suelo no es profundo, da pocos rindes.
-Para los que no entienden, la cosecha fina se refiere a los cultivos de invierno, el trigo, la cebada. Y la cosecha gruesa se refiere al maíz, la soja, y el girasol en esta zona, que en general tienen más valor pero son menos productivos por esto de la tosca.
-Yo tengo poca superficie de tierra negra porque tengo la tosca cerca. En realidad el campo es heterogéneo y me he mantenido porque tiene algunos lugares que sí son rentables. Pero acá sabemos que si querés vivir del campo, te tiene que ir todos los años bien.
Mirá la entrevista con Claudio Stemphelet:
¿Estás de acuerdo con la premisa de que es difícil vivir del campo con 200 hectáreas? ¿Necesitás más escala?
-Tengo 200 hectáreas propias y arriendo otras 500 por una obligación, porque tengo empleados y familia que mantener. Tengo equipos propios de siembra, cosecha y fumigación. Además tengo unas 120 vacas madres, que cuando veo oportunidad, las engordo y hago el ciclo completo. Y unas ovejas para mantener el pasto cortado alrededor de mi casa, porque no tengo más cortadora, fui bajando costos (bromea).
-En general, a la gente que heredó y se encontró con 200 hectáreas, con el furor de la soja resultaba más negocio alquilarle a otro y desprenderse del problema. Vos hiciste el razonamiento contrario porque dijiste: me planto en mis 200 y salgo a hacer escala mínima.
-Yo me fui haciendo sojero como todos los productores. Cuando alquilaba las 500 hectáreas, agarré ese “clima” benéfico para la soja y obtuve muy buenos resultados. Eso me ayudó a comprarme todas las maquinarias para producir sobre las 700 hectáreas. Tengo además un equipo de riego. Eso hoy me ayuda mucho, me baja los costos, pero tenés que tener personal dedicado y no conseguís gente preparada. Se me está complicando. Entonces trabajo con mi hijo y en tiempo de siembra o cosecha no tenemos fin de semana. Estoy viendo la posibilidad de empezar a contratar los servicios, siempre con la calculadora en mano, viendo qué es lo más rentable. Hoy tengo 53 años y creo que, luchando un poquito más, ya lo dejo a mi hijo que estudia agronomía y se crió acá, como yo.
Se nota a la legua lo orgulloso que está Claudio del camino emprendido por su hijo.
-¿Con la ganadería apuntas a echarle más valor a tus 200 hectáreas? ¿Producís el alimento para tu propio ganado?
-Ya te dije que me gusta todo y también me gusta producir pasto para las vacas. Yo soy agrícola. Y con Gustavo empecé a mamar la ganadería, pero me cuesta el detalle, porque a él le apasiona. Hoy por él, que me asesora, tengo buena ganadería. Siempre la tuve, pero de modo secundario. Este año hice maíz de segunda y tenía buena renta. Decidí engordar 100 terneros con base pastoril sin hacer cálculos y cuando fui a sacar el costo/beneficio me di cuenta de que no gané nada. Y yo no me puedo dar el lujo de no tener ganancia.
-Es que, particularmente hoy, convertir granos en carne es un pésimo negocio.
-Sí, y eso que el maíz era mío, y los domingos me quedaba a darles de comer yo. Esa es la ventaja de vivir en el campo. Después te cuento las contras de vivir acá. El frigorífico me felicitó por la calidad de la carne, pero cuando vas a los números, digo: “No, no me conviene”.
-Además de “vulnerable”, te autodefinís como “lo más ecológico que se pueda ser”. ¿Qué significa?
-Gustavo me enseñó a monitorear los lotes y cruzar la barrera de cuándo es rentable aplicar insumos y cuándo no. Yo aplico cuando hay que aplicar. Por ejemplo, este año tenía isoca en la espiga de cebada, pero no había gran cantidad. Podría haber hecho la vista gorda y ahorrarme un montón de plata. Pero viendo la posibilidad de tener una cebada cervecera, como el standard de la misma no permite tener roídos de isoca, apliqué (un agroquímicos). Pero de las 300 hectáreas que tengo, apliqué en 100. Me jugué con el resto. Y usando de nuevo la calculadora dije: me vuelco a la cebada forrajera, la cervecera es muy cara.
-¿Es decir que tu receta no es aplicar a mansalva?
-Hoy estoy aprendiendo a ver los lotes con un poco más de malezas y a no aplicar por aplicar, ni “glifo”, ni ningún hormonal. Ni hablar en esta época. Aplico alrededor de mi casa, porque no les tengo miedo a los agroquímicos. Me encanta la ecología. Ahora tengo bicho bolita y estoy aplicando, porque el año pasado tuve un terrible ataque. Pero aplico sobre ese clúster y mato sólo los bichos bolita. Antes mataba todo, no quedaba bicho, y aún hay gente que sigue aplicando así.
-¿Cuál es la clave para que digas “no tengo miedo a convivir con agroquímicos”? ¿Son las buenas prácticas?
-Las buenas prácticas es algo primordial. Guantes, protectores. Pero no me pasaría a hacer agroecología, porque necesito kilos para subsistir, para no perder. No me veo con una alpargata matando isocas en una cebada. Aplico, pero no en toda la superficie.
-Dijiste que me ibas a hablar de las contras de vivir en el campo. ¿Hay muchas?
Y hay, como todo. Yo veo más cosas positivas que negativas, porque me gusta y amo lo que hago. Reconozco que no encontrás mucha gente así. Amo producir y todo lo que respecta al campo, a la ecología. La parte negativa es que el Estado no te da ninguna ayuda. Yo no quiero que me regalen cosas. Pero voy entrando en un estado “vulnerable” y no consigo financiamiento. Por ejemplo, mi hijo me está tentando en conseguir los sensores de maleza verde.
-Esos sensores son fundamentales para bajar el uso de agroquímicos. Una vez más, ¿qué dice la “calculadora”?
-Que no hay ningún Banco que diga: “Ah bueno, a ver, es bueno para la ecología, para la población…”
-Ni “es bueno para retener a los productores en el campo”…
-Eso está difícil y vos tenés que decir: “Lo tengo que costear yo”, y es un costo grande. Otra cosa buena que tengo: amo fertilizar. Sentido común, costo/beneficio. Mantener las partes por millón de fósforo. Este año me pasé: quería cosechar 5000 kilos y le eché nitrógeno para 5000 kilos. Y si ven que tengo una cosechadora, piensan que tengo plata. ¿Pero si me va mal? Yo voy a terminar, pero a lo mejor mi hijo va a querer arrancar y se encuentra en un mundo en el que si no tenés dólares y una cartera grande, no podés sembrar.
-Supongo que entre las contras también tenés las dificultades de la vida cotidiana: el mal estado de los caminos, llevar a la escuela a tu hijo, la conectividad.
-A mí me gustan esos desafíos. Aquí Se creó un ente vial rural y creamos un sistema para mantener los caminos, que funciona hoy en día. Ahora estoy en una cooperativa, tratando de ayudar a los colegios. Yo participo, fui parte de Aapresid en la regional Necochea, estuve dos años como presidente. Te cuento también las malas: no me hice mucho cargo, porque me quedaba muy lejos y son mundos diferentes. La costa es más productiva y acá, mi explotación es agrícola-ganadera, pero debería ser ganadera-agrícola, por la calidad de los suelos.
-Vulnerable como te sentís… ¿Te imaginás teniendo que salir de acá?
-No, no me imagino saliendo de acá, salvo que me pasara algo. Ahora estoy con el tema del biogás y le estoy encontrando la vuelta. Mi familia ya se acostumbró a reciclar, a separar la basura hace mucho. Yo había puesto una cámara y vimos que se iba inflando. Un día le dije a mi hijo: “vamos a prender a ver qué pasa”. Y funcionó, encendíó la llama. Y me dije: “Acá tenemos otra, para buscarle”. Y como no hay biodigestores familiares, me lo tuve que autoconstruir.
Alguien interrumpe la charla con Stemphelet, que de todos modos ya había sido larga y profunda. El plan era perfecto para nosotros, porque empezaba un partido de la selección, lo veríamos en su casa, junto a su familia, junto a su amigo Almassio, y después comeríamos todos juntos un rico cordero asado criado allí mismo. “Además me produzco la carne”, se despide Claudio.