Claudio Ruiz de Galarreta (58) es el creador y propietario de la pulpería “Puesto La Vasca”, en Canning, provincia de Bueno Aires, ciudad donde hoy vive. Su padre, José “Pepe” Lucio, de 87 años de edad, es artista plástico, que se formó con Spilimbergo, Castagnino y Demetrio Urruchúa. Los supe ver a padre e hijo modelando en arcilla un busto de San Martín, para un monumento en una plaza.
Toda su vida Don Pepe le inculcó a Claudio tener un espíritu abierto. Y eso mismo es lo que más le inculca hoy Claudio a su hijo Ezequiel. Ezequiel se ha criado en el atelier de su abuelo. Eso lo perfila a Claudio con una estampa de gaucho tradicionalista y vanguardista a la misma vez.
La mamá de Claudio enfermó cuando él era muy chico y lo llevaron a vivir con su abuela paterna, Lucía, que era oriunda de Traslasierra pero habitaba una casa por San Juan y Boedo, en la Capital Federal, a una cuadra del bar Homero Manzi, donde había nacido su padre.
Allí el tango se le aquerenció como parte del folklore nacional. Dice él que su abuela era tal cual a Doña Jovita, esa anciana “chuncana” que idílicamente personifica el actor José Luis Serrano. Fue su abuela Lucía quien sembró en su corazón la pasión por la ruralidad, le pintaba paisajes y leyendas en su alma y le cocinaba las mejores empanadas y pastelitos del mundo.
También su padre, Pepe, le contaba anécdotas de su bisabuelo, un vasco que se casó con una aborigen de Trenque Lauquen, donde se desarrolló como estanciero.
Cuando cumplió diez años de edad, a Claudio lo llevaron a vivir a una quinta de sus abuelos maternos, gallegos, en Lomas del Mirador, y allí comenzó a tomar contacto con el paisanaje que trabajaba en el Mercado de Hacienda del barrio de Mataderos, y a aquerenciarse con los caballos, los cuchillos y las pilchas camperas, estribos, matras, cojinillos, verijeros, bozales, cabezadas. Allí tuvo un perro de madre loba, traído de Trenque Lauquen.
Con 17 años de edad ya trabajaba en arquitectura publicitaria y vivió muchos años diseñando vidrieras para comercios, junto a escenógrafos y a restauradores. Y comenzó a pintar cuadros de paisajismo rural, que hoy ilustran la pulpería.
Cuando cumplió 35 años de edad decidió criar y amansar sus propios caballos. Un día de 1994 un amigo le ofreció un terreno en las afueras de Canning –cerca de donde supo haber una posta, cuando apenas era un paraje rural- y lo llevó a verlo. Al llegar vieron pastar a algunas vacas y caballos, y Claudio se enamoró y lo compró.
Allí comenzó a construir la actual pulpería que llamó “Puesto La Vasca”, en la esquina de las calles Champagnat y Los Robles, en Canning, a tan sólo 35 minutos de la Capital Federal. Al fin pudo allí criar sus propios caballos, palanquear potros, descolar ovejas, marcar y castrar.
De la nada comenzó Claudio -y más tarde, con la ayuda de su hijo Ezequiel- a construir y esculpir con sus propias manos, meticulosamente, ladrillo por ladrillo, centímetro a centímetro de pisos, techos y paredes, una pulpería en su concepto y su forma más primigenia. Hoy es toda una obra de arte y deja “boquiabierta” a cualquier visitante que llega.
Colocó postes de quebracho de una estancia de la zona, durmientes de la vieja estación de tren de Canning, rejas de antiguos caserones de Adrogué, pisos de adoquines de madera, en los salones, y adoquines de piedra que conforman un patio de estilo colonial rodeando a un ombú centenario y a un cedro azul majestuoso.
Hizo los estantes con madera de los durmientes del viejo puente que cruzaba el arroyo del lugar, colocó una araña de estilo “Regencia” (inglés, 1811-1820). Dedicó la capilla a Santa Lucía, en homenaje a su abuela, y en los pisos colocó ladrillos de 200 años de antigüedad, una cruz jesuita y una escultura de su padre, realizada a partir de un tronco con mucha historia, con el motivo de un Cristo no crucificado que regresa a bendecir a su madre, María.
Aquellos carruajes, la distanciada capilla, la añosa arboleda, los objetos antiguos dan marco a una escena plena de armonía que invita a descansar en la introspección o a compartir un fogón criollo con una guitarreada campera, un buen asado o una comida al disco o al horno de barro o un tradicional guiso carrero en una olla de hierro, donde se puede celebrar un casamiento, un cumpleaños, y bailar zambas y chacareras o hasta presenciar un concierto de piano, exposiciones de ponchos y aperos antigüos, de platería criolla, o encuentros de poesía o recibir clases de bombo.
Claudio lleva 14 años integrando la comisión del Centro Tradicionalista de Esteban Echeverría, donde promovió un concepto social de expandir los saberes a través de cursos sobre carruajes, pelajes de caballos, sobre la travesía de Gato y Mancha, bailes folklóricos y más.
Se unieron con otros centros para crear, en el año 2002, el Encuentro de Centros Tradicionalistas de Echeverría, durante la primera semana de abril en Luis Guillón, con 180 puestos de artesanos, desfiles de 1000 gauchos a caballo, tropillas, carretas con bueyes, con espectáculos de folklore, grupos de ballet y figuras como Omar Moreno Palacios, Facundo Toro, Peteco Carabajal, Víctor Heredia y muchos más. Suelen asar 3000 kilos de carne y concurren unas 12.000 personas.
Claudio se siente un obrero, un labrador y artesano con la intención de salvar y perpetuar los saberes y las reliquias que conforman nuestro acervo nacional. Se autodefine como un loco soñador que creó un nuevo “mojón civilizador”, tal como siempre han sido las pulperías.
Hoy se reconoce como un especialista en seleccionar maderas y en ahumar comidas. Por ejemplo, con las raíces de su propio monte de acacio blanco o con las infaltables hojas de laurel. Colabora con las escuelas agrarias de la zona, comprándoles la leche, los quesos, miel, embutidos, semillas, verduras y frutas agroecológicas para elaborar ensaladas agridulces y picadas de campo, a fin de agasajar a los visitantes que alquilan el espacio o a los parroquianos que llegan a comer y a pasar un buen momento, bien criollo.
Uno llega y se puede encontrar con personas y personajes provenientes de todas partes, que aparecen en autos antiguos, de a caballo o como sea, donde todos se reúnen a compartir la amistad. La última vez que anduve, cayeron dos parroquianos, músicos, Fabio Castro y Marcelo Orrego, quienes prometieron cocinar una “pichanga patagónica” en la próxima juntada. Y de seguro que el corazón de Claudio y el de su hijo Ezequiel son de tranqueras abiertas.
Claudio quiso dedicar al gaucho, Don Aldo Valsessia -quien fue como un padre para él y gran arreador de animales- “Capataz de arreo”, sobre versos de Osvaldo Andino Álvarez, musicalizados e interpretados por Alberto Merlo.
https://www.youtube.com/watch?v=4to8sAFmsNw