El eterno problema de los periodistas que deben contar lo que sucede en las grandes cumbres internacionales, donde las cosas se dicen siempre a medias y de modo educado y diplomático, es que es muy difícil encontrar un título atractivo. ¿Cómo comunicar que hubo 20 burócratas reunidos en torno a una gran mesa, que abordaron la discusión de temas cruciales para la vida humana, pero que al cabo de 48 horas no llegaron a ninguna decisión concreta y efectiva para resolver los problemas de los que hablaron?
Esa fue nuevamente la sensación que quedó tras la reunión de dos días que mantuvieron en Buenos Aires los ministros de Agricultura del Grupo de los 20 (G20). Cumplieron con las tres condiciones:
- Eran 20 burócratas importantes. El G20 está compuesto por la Unión Europea y 19 países: Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica y Turquía. En conjunto, representan el 85% del producto bruto global, dos tercios de la población y el 75% del comercio internacional.
- Como eran ministros del sector agrícola, discutieron sobre temas cruciales para la humanidad, como la evolución del hambre en el planeta, el deterioro de los suelos productivos y otros recursos naturales, o sobre la importancia del comercio.
- No llegaron a ninguna decisión concreta. El documento que surgió de la cumbre de Buenos Aires, aunque extenso, abunda en objetivos y buenas intenciones, pero no pone plazos ni establece compromisos para lograrlos.
¿Fueron 20 gordos o 20 genios los que se reunieron en el Palacio San Martín para hablar de los temas globales que preocupan a la agricultura? Como pasa con los títulos periodísticos, que escasean luego de estos pomposos encuentros, tampoco es aconsejable sacar rápidas conclusiones. La política internacional tiene formas y tiempos que la mayoría de los mortales no comprendemos. Las urgencias de los gobiernos y sus burócratas nunca son las mismas que las de la gente de a pie. A largo plazo los objetivos de unos y otros deberían ser los mismos y coincidir en un punto. Si eso sucede, estaremos frente a un grupo de genios. Pero si no sucede, habrá sido otra cumbre entre gordos destinada el olvido.
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A la Argentina le toca este año coordinar todo el trabajo del G20, en todos sus capítulos. Por eso el cierre de esta cumbre agrícola estuvo a cargo del ministro Luis Miguel Etchevehere, que presentó las conclusiones junto a su predecesora en estos menesteres, la alemana Julia Klöckner, y quien tendrá a su cargo organizar la próxima reunión, el japones Atsushi Nonaka. El título del comunicado de prensa final fue bien pretencioso, pues habló de un “consenso unánime” de los países más poderosos respecto de lo que debe hacerse en materia de política agroalimentaria mundial.
No se desconsuele, lector. Los 20 por lo menos ya saben qué es lo que debería hacerse. El cómo y el cuánto quedará al parecer para nuevos debates.
“Hay que contextualizar la importancia de este encuentro, ya que nuestros países representan el 60% de las tierras cultivables y casi el 80% del comercio mundial de alimentos y productos agrícolas”, indicó Etchevehere al enumeras los principales aspectos de la declaración final firmada por los 20 ministros de Agricultura.
¿Qué dice esa declaración?
- Que el camino para mejorar la seguridad alimentaria y nutricional mundial es “el aumento de la productividad y de los ingresos agrícolas, y la promoción de un manejo sostenible de los recursos naturales”.
- Que la mayor producción no puede hacerse a costa de los suelos. El propio Etchevehere destacó el acuerdo sobre “la importancia de los suelos sanos para fortalecer el rol de la agricultura en el desarrollo de la población mundial”.
- Que la comunidad internacional está preocupada porque el hambre en vez de descender, se elevó en 2016 y ya alcanza a 850 millones de personas. “La lucha contra el flagelo del hambre y de la desnutrición en todas sus formas solo se puede abordar de manera colaborativa, compartiendo opiniones y experiencias”, se comprometieron.
- Los 20 destacaron además “el protagonismo de las nuevas tecnologías aplicadas al agro como factor de desarrollo e innovación”.
- Consideraron que la reducción de la pérdida y desperdicio de los alimentos es otra vía válida para enfrentar el hambre, ya que genera triple beneficio: mayor seguridad alimentaria, alivia la presión climática y sobre el ambiente, mejora los ingresos y la economía.
- Hablaron los 20 de “la importancia de un sistema de comercio multilateral abierto y transparente con reglas claras”. Esto esconde un tirón de orejas hacia los Estados Unidos y su nuevo presidente, Donald Trump, empeñado en retomar caminos viejos y guerras comerciales. “El proteccionismo no es el camino a seguir. No puede dar respuestas a los desafíos del día de hoy. El comercio es una forma de proteger la paz”, señaló la alemana Klöckner, mientras que Etchevehere sostuvo: “Lo que hace progresar las economías es el intercambio comercial, que genera empleo y genera riqueza”.
- Los G20 abordaron otros temas de preocupación mutua, como la reciente resistencia de los antibióticos que se genera a partir de la agricultura. Propusieron un “abordaje interdisciplinario e intersectorial para la resistencia antimicrobiana”.
¿20 gordos o 20 genios? No nos apresuremos en sacar conclusiones, porque en función de esta agenda los principales burócratas agrícolas del mundo parecen estar bien orientados sobre cómo construir un planeta vivible y sin hambre.
El gran problema es que no sabemos si llegaremos a verlo.