El Plan Ganadero que presentó el gobierno a los representantes del Consejo Agroindustrial Argentino pone en evidencia el verdadero problema que llevó a intervenir el mercado.
No se trata del incremento del precio de la carne vacuna, que por cierto tuvo un salto muy importante en 2020, cuando subió casi 80% porque la pandemia modificó los patrones de consumo de ese y muchos otros alimentos, sino del hecho de que el problema “real” es del orden estructural.
No es la exportación el principal factor que impide a muchos acceder plenamente al consumo de carne vacuna –un activo cultural y social clave para los argentinos–, sino el bajo poder de compra del salario, producto, precisamente, de la inflación, que no es otra cosa que un impuesto indirecto cobrado por el gobierno.
“En lo que va de 2021, el ratio entre salario mediano y kilos de asado llegó a ser inferior a 100 veces, lo que representa el peor valor desde por lo menos 1995”. ¿De dónde sale esta afirmación? Nada menos que del texto del propio “Plan Ganadero Nacional” diseñado por el gobierno de Alberto Fernández.
Y luego agrega: “Como se observa (en el gráfico) las subas de salario por encima del precio de la carne van de la mano con un mayor consumo local”. Veamos entonces el gráfico.
Y entonces, como los salarios no van a mejorar su poder de compra ni la inflación va a ceder, ¿qué hacemos? Pues no queda otra receta más a mano para un kirchnerista que echarle la culpa a otro, que en este caso, casualmente, es un “viejo enemigo”, el sector agropecuario en general y ganadero en particular. Y así se aplicó el “cepo cárnico” que afectó a toda la cadena.
Además, insólitamente, el mismo documento oficial indica que no hay un problema de abastecimiento de carnes. “Desde los años’90, hubo un incremento notable de la producción aviar y porcina que ha ido de la mano de un gran crecimiento del consumo local de este tipo de proteínas. Si bien el consumo de proteína bovina ha ido cayendo, el aumento del consumo de carne aviar y porcina lo compensa”.
Es decir: no existe un déficit de proteínas, especialmente si tenemos en cuenta que además tendríamos que sumar el aporte de la carne ovina, caprina y el pescado, además del componente presente en la economía informal.
Aun así, a pesar de la evidencia empírica, se decidió echarle la culpa al sector exportador de carne vacuna. “Desde 2015, el ratio de exportaciones subió año tras año hasta rozar el 30% en 2020 y, si bien hubo un incremento de la producción, el consumo local se contrajo, debido a que el aumento de las exportaciones más que compensa el de la producción”. Malos exportadores que le sacaron el bocado de carne de la boca a la gente. Malos malos.
Pero nada se dice sobre los miles de millones de dólares que aportó la venta de carne vacuna al extranjero, ni los millones de dólares que los industriales y ganaderos invirtieron en los últimos años, ni del empleo generado, todo un círculo virtuoso que se frena por la decisión del gobierno teñida del clima electoral y de los prejuicios contra el sector.
Igual, no es necesario que diga nada al respecto, porque el propio documento oficial refleja las propias contradicciones presentes en la política instrumentada contra el sector pecuario.