Financiar una fantasía es caro. Podemos, por ejemplo, comprar un paquete turístico para Qatar, alentar a la selección argentina y soñar con ganar el Mundial de Fútbol para que Messi sea candidato a presidente, gane las elecciones y unifique a los argentinos, como me dijo alguien la semana pasada (volvé Papá Noel, te perdonamos). O podemos quedarnos en el territorio argentino para ver en vivo y en directo como se vacían las reservas internacionales del Banco Central (BCRA) y la hinchada (famélica y harapienta, no como la de Qatar) pide a gritos un nuevo “dólar soja” para poder aguantar al menos un par de meses más.
Vivimos los argentinos inmersos en una paradoja: contamos con una moneda “fuerte”, plenamente aceptada en todo el mundo, pero nos quedamos rápido sin divisas, porque las autoridades del BCRA las despilfarran para sostener la mentira del “tipo de cambio oficial” y vendiéndoselas a “precios cuidados” a empresarios (o empresaurios) que, según los “cráneos” del gobierno nacional, son merecedores de ese regalo (debería ser obligación publicar la lista de beneficiarios de ese subsidio gigantesco).
El BCRA ya esta devolviendo lo que compro con el dolar soja, las reservas netas caen debajo de los USD 5000 millones y las reservas líquidas se acercan a los USD -3000 millones. La sequía disminuye y atrasa la liquidación de divisas, vamos a tener un verano MUY largo. pic.twitter.com/raLvDWwfBY
— Felipe Núñez 🦅 (@Felii_N) November 14, 2022
Perdón, no entiendo, ¿dijiste que tenemos una moneda fuerte? ¿Te referís al peso argentino? Por favor, no: dije moneda. No papel higiénico. Estoy hablando –claro– de la soja.
La soja cumple las tres funciones que tiene toda moneda: unidad de cuenta, medio de intercambio y reserva de valor. Los arrendamientos agrícolas cotizan en soja. Se pueden comprar insumos, camionetas, tractores y hasta inmuebles con soja. Se puede ahorra en soja. Y hasta se puede tokenizar para luego hacer una compra de supermercado.
Se trata de un auténtico poroto mágico que, ya sea exportado como grano o harina, se emplea en todos los confines del orbe para proveer proteínas animales a la clase media mundial emergente. Y su aceite es el insumo base del biodiésel.
La soja es un producto aceptado y demandado en todo el mundo porque es un bien indispensable para el desarrollo de la civilización humana. Por ese motivo, es una moneda fuerte por sí misma, especialmente si se tiene en cuenta que desde la década del ‘70 las principales monedas del mundo son de curso forzoso, es decir, no tienen ningún respaldo tangible por detrás.
La belleza de la soja es que se trata de una moneda que se reproduce todos los años gracias al trabajo de un ejército de personas que se ocupan de producirla, transportarla y comercializarla. Depende en buena medida, cierto, de las lluvias, pero también de la destreza humana.
La gran cuestión, entonces, es responder qué estamos haciendo los argentinos para tener cada vez más “moneda soja”, de manera tal de incrementar nuestra riqueza y potencialidades. Un yacimiento de petróleo o cobre, indefectiblemente, se acabará algún día. Pero las reservas soja, lejos de agotarse, pueden crecer por extensión territorial, aplicación de agroinsumos e innovación tecnológica.
Podemos, si hacemos bien la tarea, aumentarnos el sueldo como país. Incrementar la “moneda soja” implica tener más divisas y, por ende, mayor poder de compra de bienes y servicios del exterior, algo indispensable para un país que tiene apenas el 0,5% de la población mundial.
¿Eso lo vamos a hacer con un derecho de exportación del 33% sobre la soja? ¿Con una “retención cambiaria” del 45%? ¿Con “retenciones encubiertas” como la de los fideicomisos aceitero y molinero? Por supuesto que no. Esto lo entendieron muy bien en Brasil, Uruguay y Paraguay, donde, más allá de quién sea el partido que gobierno, nadie se mete con los encargados de acuñar la moneda que produce el país. Y la razón es muy sencilla: es un pésimo negocio pegarse un tiro en el pie.
Lamentablemente, no es el caso argentino, que promueve desincentivos crecientes para los encargados de producir la “moneda soja”, quienes, con las limitaciones presentes, hacen lo que pueden, que es mucho menos de lo que podrían hacer si pudiesen recibir el pleno valor de su trabajo. Y eso sucede porque la Argentina no tiene clase dirigente, sino clanes que compiten entre sí por saquear todos los recursos presentes en el territorio, incluyendo a sus habitantes, entre los cuales, seguramente, gritarán ¡Vamos Argentina! cuando vean por la tele los partidos de su querida selección.