Mientras muchos persiguen lo conocido y previsible, lo que atrae y motiva a la mente de Aníbal Molina es lo nuevo e inexplorado.
Siendo oriundo de Comodoro Py, un pequeño pueblo en el partido bonaerense de Bragado, su vida siempre estuvo de alguna u otra forma ligada a la producción agropecuaria. Su ingreso a la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires fue casi un camino obvio, pero lo que hizo con su formación rompió muchos esquemas que lo llevaron a ganarse el mote de “visionario”. Pero aún hoy a sus 73 años rechaza ese tipo de categorizaciones.
“Estudié agronomía por tres años y medio. Cuando estaba en primer año trabajaba en un laboratorio de investigación agrícola, en las calles O’Higgins y Monroe. La función mía era lavar tubos de ensayos y abrir la puerta. Llegaron a enseñarme cómo hacer un análisis de materia orgánica. Todavía lo recuerdo: me dieron un papel amarillo de diez centímetros por diez centímetros que decía ‘la soja, un cultivo originario de China, es un poroto que se siembra así y así”, recordó Molina en una charla con Bichos de Campo.
Esa anécdota no es para nada menor sino que ilustra una época. Argentina, hasta hace cinco décadas, no era un país productor de soja, sino que se acercó a ese cultivo luego de que la soja trascendiera las fronteras de China y se instalara también en los países de occidente convirtiéndose en uno de los principales commodities agrícolas.
“Yo asocié lo que vi en clase con una quinta que tenía mi abuelo de porotos. Decidí buscar semillas en la Cátedra de Cultivos Industriales e implantar los primeros ensayos en 1970 para saber de qué se trataba la soja. Era una cosa totalmente desconocida. Implanté unas variedades y elegí el grupo 4, llegando hacer la primera rotación de trigo, soja, cebada y soja en 1972”, comentó Molina.
A la par de ese desarrollo, varios otros exponentes hicieron lo suyo en otras partes del país y para 1974 se realizó la primera reunión técnica sobre soja a campo.
“En ese momento no había herbicidas, fungicidas, no había nada. Yo les decía a los agricultores que no se iban a fundir probando sembrar soja en una hectárea porque verdaderamente era el futuro. China es muy grande pero tiene poca superficie agrícola y sus tierras estaban bastante cansadas. Así fue como comenzó la difusión”, relató el productor.
Tras ese primer coqueteo con el mundo de los ensayos a campo, Molina regresó a la facultad para seguir su formación pero sabiendo en el fondo que no terminaría la carrera.
“Los profesores nos enseñaban, entre otras cosas, a identificar malezas. Imaginate: pizarrón negro, tiza blanca y un dibujo de una planta. Era imposible reconocerlas. Por un año estuve buscando bibliografía en colores pero había poco y nada. Fue ahí que decidí hacer libros a través de la macrofotografía. Vendí algunas maquinarias que tenía para comprar otras de fotografía y me dediqué a eso. Hoy soy autor de más de 20 libros para reconocer insectos y malezas en soja, trigo, maíz, colza, cebada, entre otros”, afirmó Molina.
-En el momento en que usted se empieza a relacionar con la soja, ¿el concepto de plaga y maleza era muy nuevo?- le preguntamos.
-Era totalmente nuevo porque la soja no existía. Se sembraban 100 mil hectáreas en total en Argentina, sobre todo en el norte. Y justo coincidió lo que yo hacía con que el país decidió estimular la siembra de soja y de sorgo granífero en el norte.
Pero dentro de esos 20 libros ningún material hacía referencia al algodón y esa fue la inquietud que se despertó en la cabeza de Molina allá por 2011, año en que decidió viajar al norte a fotografiar los insectos característicos de ese cultivo.
“En ese momento mi conocimiento máximo sobre el algodón había sido ver una planta en la facultad o limpiarme una herida con él. Al llegar allá vi las plantas, vi los capullos y dentro de ellos las semillas. Fue ahí que decidí tomar 10 y colocarlas acá en Buenos Aires a ver qué pasaba. Lo hice y nacieron, crecieron, floraron y apareció un nuevo capullo. Allí dije que había que idear un plan a 8 o 10 años para analizar su adaptación”, contó Molina.
La base de su estudio fue el proyecto similar que había realizado en soja varias décadas, con algunas variaciones para adaptarlo al algodón.
“Diez años me tomó adaptarlo y conocer la planta. En el norte del país sobra temperatura para el algodón. Aquí en el sur estoy en el límite y el manejo debe ser muy preciso. Después de aciertos y errores me animo a decir que la provincia de Buenos Aires, en 45 partidos si uno se coloca a Bragado como referencia y mira hacia el norte, se puede plantar algodón sin mayores problemas y con muchas condiciones a favor”, afirmó el productor.
-¿Qué requerimientos tiene el algodón para desarrollarse?
-El más importante es la temperatura pero hay que romper con los mitos de qué es cálido y qué no lo es, y de que existen determinadas zonas para determinados cultivos. En Buenos Aires, donde se puede sembrar trigo, maíz, girasol, cebada, soja, pasturas y monte frutales, hay un suelo perfecto para el algodón. Con una ventaja adicional: el algodón tolera un poco más el suelo salino que la soja y el maíz. Y después en cuanto a precipitaciones requiere las mismas. Lo que tiene esa zona es que es mucho más estable en su clima y condiciones.
-¿Cuál es la mejor época para sembrarlo?
-En el norte hay un rango bastante amplio. Acá en Buenos Aires el rango está muy acotado. La mejor época, que se debe cumplir sí o sí, es la primera semana de noviembre. Me tomó 8 años poder confirmar esto. Y se puede cosechar en junio o julio. El cultivo de algodón no es lo más importante pero es imprescindible. La idea es que genere valor agregado.
-¿Lo dice porque en Argentina no es central pero es clave para dinamizar otras economías?
-Esa es la idea. Por eso cuando me preguntan cuántos kilos rinde por hectárea no lo contesto. Lo sé pero prefiero decir que una hectárea alcanza para –en tiempos normales y con buen manejo- 3000 remeras, mas 150 litros de aceite de algodón y más 1800 kilos de subproducto expeller que se usa para los animales. Todo esto genera dos rutas: el uso de la semilla y el uso de la fibra.
-¿Cómo son esas rutas?
-Cuando se desmota el algodón, la semilla que se obtiene si se la comprime de a 100 kilos permite obtener entre 7 y 10 litros de aceite. Con una péquela modificación puede ser aceite comestible para hacer frituras y con otra pequeña transformación sirve para hacer biodiesel. Por la línea de la fibra lo más conocido es la parte textil. Esa es la idea.
-Arrancó con 10 semillas de algodón. ¿Cuántas hectáreas logró producir con los años?
-Logré 20 hectáreas aunque prefiero no hablar de números. Al principio no las coseché, acepté ese riesgo, porque la primera máquina cosechadora estaba a 800 kilómetros de donde yo estaba.
-¿Fue necesario hacer algún tipo de adaptación con las semillas?
-No, funcionan las mismas perfectamente acá. Es manejo solamente.
-¿Por qué habla de su algodón como uno ecológico?
-Porque miro el todo. Siempre la idea es cuidar el recurso, la biodiversidad. Por ejemplo yo uso agroquímicos pero considero que hay que usarlos cómo se debe. Hay algunos que son muy dañinos. El agroquímico es un complemento espectacular. Hay que saberlo usar como todo.
-¿Hasta hora esta es la producción más austral de algodón?
-Sí, no se ha intentado más hacia el sur plantar pero posiblemente ocurra. Lo nuevo y desconocido da miedo, es lógico en el ser humano. Esas barreras se eliminan poniendo las semillas. Posiblemente se pueda un poquito más hacia el sur. Potencialmente se puede sembrar en esta región que yo llamo algodonera bonaerense cinco millones de hectáreas. Puede intercambiarse en la rotación con otros cultivos pero fundamentalmente darle valor agregado.
Los avances en la producción de algodón en Bragado fueron tales que recientemente el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) inició el monitoreo contra el picudo del Algodonero (Anthonomus grandis Boheman), una de las plagas más dañinas para el cultivo de algodón.
-¿Qué realiza usted con el algodón ahora?
-Para empezar ahora sí lo cosecho gracias a que conseguí una pequeña desmotadora. Con eso hago mi propio desmote, lo mando a una hilandería y ellos me mandan la tela acá. Para seguir con el objetivo de ser ecológicos, usamos tintes naturales a partir de vegetales como cebolla y acelga. Las prendas que fabrico las vendo con una marca propia que se llama Aeme.
-Recientemente realizaron la primera fiesta del algodón de Buenos Aires. ¿Cuál fue su recepción?
-La recepción de la fiesta muy buena. Se llevaron semillas y fibras para comenzar sus propios cultivos y también vendimos prendas hechas a partir de ese algodón.