Ana María Soraire se presenta como hilandera y tejedora urbana. Este último adjetivo, “urbana”, parece una contradicción, porque ella y su marido Abel son de aquellos argentinos que crecieron en una gran ciudad y en algún momento de la vida decidieron escaparse e ir a instalarse en un pueblo pequeño del interior.
Esta es la historia de esa fuga hacia una mucho mejor calidad de vida rodeada de sueños y de amor.
“Me dedico al tejido en telar, crochedos, agujas, bastidores. Me defino urbana porque arranqué a aprender a tejer cuando estaba en González Catán. Con Abel vivíamos allí, zona del oeste, lejano. La Matanza, Heavy. Bien conurbano”, se presenta la artesana en una entrevista realizada en la última edición de la Exposición Rural de Laboulaye, en el sur de Córdoba.

Soraire prefiere utilizar la palabra “precaución” más que miedo al momento de recordar cómo se vivía en aquel tercer cinturón bonaerense. “Mucha precaución cuando salías de casa, cuando entrabas a casa, cuando llevabas los chicos a la escuela, cuando salías a trabajar… Siemre había ese cuidado”, resopla.
Ana vivió en González Catán desde los cinco años hasta los cuarenta. Un día, cansados con su esposo, decidieron irse a vivir a la localidad cordobesa de Achiras, una hermosa localidad ubicada al pie de las sierras de Córdoba, en la ruta de acceso al valle de Traslasierras. “Nos fuimos ahí de vacaciones en el 2006 y yo le dije a Abel: ‘Me quiero venir a vivir acá’. Y, bueno, nos preparamos. Uno se capacitó y siguió trabajando hasta poder cumplir ese sueño”.
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Soraire ahora se confiesa feliz de haberse mudado a Achiras y de poder criar a sus hijos en un contexto completamente diferente al que ella tuvo de niña. Además genera ingresos a partir de su actividad como tejedora, un territorio al cual ingresó casi de casualidad.
“Había fallecido mi hermano Víctor, mi mamá estaba haciendo tejido en telar triangular, y me pide que la acompañe a tomar clases porque no quería ir sola. Vamos hasta un lugar, nos anotamos, paga el mes, compra lanas, me da un telar”, relata sobre aquel inicio. Y completa: “Cuando llega la hora de entrar, me da todas las cosas y me dice: Tomá, quedate vos porque a mí me hace doler el cuello, aprendé, después me enseñás. Se subió al auto y se fue”.
Como sea, ese hecho marcó el inicio de una pasión y de un oficio. “Me enamoré de lo que aprendí y quería más, y empecé a investigar. Empecé a buscar gente que enseñara tejido en telar”.

-Por eso te definís como “hilandera urbana”, está bien. Pero sos una hilandera urbana que escapó al campo.
-Al campo, me vine a la naturaleza, a la tranquilidad, a dormir con la puerta abierta. En 2019 pudimos comprar la casa en Achiras con mucho esfuerzo. Yo me vine después de pandemia, y ya van a ser 4 años que estoy definitivamente instalada.
-¿Y lo que era una herencia que te tiró tu vieja, se convirtió en un medio de laburo en Achiras?
-Cuando yo empecé a aprender el tejido, empecé a participar en ferias. Participé muchos años de la feria textil en San Isidro. Después fui a Mataderos. Hoy vinimos por primera vez a Laboulaye y trajimos todo lo que lo que hago.

En su nueva vida de pueblo, Soraire tiene una oveja llamada Lupe, que con cada esquila le proporciona un poco de lana,d e 4 a 5 kilos. Pero como obviamente no le alcanza sigue comprando ese insumo de otros productores. “Lupe tiene una lana que no es ni muy suave ni muy áspera, y la uso para hilar”, relata.
-¿O sea que estás haciendo todo el proceso con la lana de Lupe, hasta el hilado?
-Sí, me gusta hacer el proceso completo. Gracias a dios pude aprenderlo. Se hace la esquila, se lava. la lana. Después que la lavo, la paso por el cardado y después la hilo. Al pasarla por la carda, tiene más rendimiento la lana, al estar más peinada, y no está tan compacta como después del lavado, es más rendidora. Podés hacer más cantidad. El hilado se hace en rueca. Tengo una rueca a pedal y tengo una rueca eléctrica, pero me gusta más la de pedal. Siento que controlo más la lana con los dedos y el pie. Y una vez que está hilada, pasamos a teñirla.
-¿Y con qué teñís la lana?
-Con tintes naturales. Hago el el proceso con productos de la zona de Achiras. Se usan la cáscaras del nogal, la cascarita negra, esa te da unos tonos oscuros muy lindos, que, según el modificador que le pongas, la podés variar a un marrón. Después, cáscara de cebolla, hojas de laurel, hojas de limón. Hay mucho para empezar a caminar.

“Al final son veinte y pico de años que hago esto, y soy muy curiosa. Ahora en este momento, estoy haciendo un curso de tejido de aguja circular”, se define Ana María como una inquieta permanente.
-¿La familia se sostiene con tus tejidos?
-Nos ha ayudado mucho. Hemos tenido etapas en donde el tejido, la venta de lanas y de los hilados nos ha ayudado. No te digo que uno vive al 100% de esto, porque tenés que ir recorriendo lugares y que la gente te conozca, que acepte tu producto, que le guste, que te vuelva a comprar o a recomendar. Pero sí hemos vivido de esto.
-Más allá de la plata, debe haber otra satisfacción ahí, ¿no?
-Yo siento que cuando tejo le pongo mucho amor. De repente, si yo estoy en este momento tejiendo un sacón para mi cuñada, siento que todo ese cariño que uno le pone, ellos después los van a sentir cuando se pongan el tejido. Yo creo que el tejido es eso, es como abrazar al otro con lo que vos hacés, darle cariño.
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-¿Me querés contar por qué el emprendimiento familiar se llama Malena?
-Malena es por mi hija, que nació en el 2004, el 11 de abril, y falleció el 1 de agosto de 2005. En ese transcurso del duelo que se hace, te pasan muchas cosas, estás enojado, estás triste, estás depresivo. El tejido a mí me ayudó a sanar.
Ya instalada definitivamente en Achiras, a Ana María y sus tejidos se los pueden encontrar entrando por la YPF hacia el Boulevard, y doblando en la calle Echeverría hacia la izquierda. Allí se puede reconocer la casa y el taller porque tiene un mural muy bonito que hizo la artista local Luz Real. “Allí aparezco yo sentada, tejiendo. Es muy fácil de encontrar”.




