Habitante de una cabaña en el delta del Tigre, Alejandra Vera se encontró cierto día tratando de ayudar a una vecina a quitar un panal que las abejas habían construido laboriosamente en el baño de la casa. Fue ahí que “le picó el bichito” de la apicultura, en el intento de mudar esa población hacia otro lugar. Fue hace un par de años y ahora Alejandra tiene 8 colmenas y un enorme compromiso con esta actividad productiva.
“Comenzó siendo un hobbie, pero cada vez se está potenciando más. Puede llegar a ser una salida laboral”, dice Alejandra, que es periodista y tiene su principal ingreso comunicando temas de salud. Ella, para arrancar, recomienda los cursos de la SADA (Sociedad Argentina de Apicultores) que le abrieron el camino y la cabeza.
Mirá lo que nos contaba esta nueva apicultora:
A partir de esta decidida incursión en la actividad, Vera se imagina ahora lanzando un proyecto educativo para “seguir hablando de las abejas y de la polinización en escuelas y diferentes lugares”.
“El 70% de las frutas y las verduras se logran por la acción de las abejas y otros agentes polinizadores”, apunta Alejandra. “Eso es básico que lo puedan entender quienes dirigen nuestras vidas a través del Estado sino fundamentalmente los chicos, las generaciones que vienen. Creo que ya lo están haciendo y defienden mucho más la vida que los adultos”.
La aprendiz de apicultora dice que en una colmena hay muchísimas cosas para aprender y valorar, desde la diferente asignación de roles a las decisiones “espartanas” de eliminar a los zánganos cuando la comida no alcanza para todos. “Es la Naturaleza que esta funcionando hace 80 millones de años”, resume apasionada.