El picudo algodonero (Anthonomus grandis Boheman) es otra de las plagas que ya no cuenta con la atenta mirada del Servicio de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), que a comienzos de este año le quitó la etiqueta de “cuarentenaria bajo control oficial” para ubicarla, en cambio, en el grupo de las que ya están establecidas en el país.
“Por picudo tenés que hablar con INTA, Senasa ya no tiene participación”, marcaron a Bichos de Campo desde ese organismo. Y aunque podría atribuirse esta decisión a los recortes en programas que realizó ese organismo sanitario –como ocurrió con la polilla de la vid en Mendoza y la mosca de los frutos en el Alto Valle-, lo que prima entre los productores no es tanto la queja sino una sensación de resignación, ante una plaga que sorteó con éxito todas las barreras de contención que se le impusieron.

“Encontró todas las condiciones para instalarse”, lamentan productores del sector. Como sea, la lucha sanitaria contra el picudo parece haberse vuelto menester de los privados, que ya no sueñan con erradicarla sino más bien con bajar al mínimo su incidencia en cada campaña.
“A la Argentina entró en 1993. Se lo detectó por primera vez en una trampa de feromonas en Puerto Iguazú y al año siguiente ya apareció en un cultivo en Formosa. En 1994 Senasa lanza un programa de control que fue muy exitoso, porque durante 10 años se mantuvo frenada ahí. Teníamos una normativa sumamente fina que pretendía evitar que el algodón fuera de zonas rojas o infectadas a zonas que todavía no tenían la plaga, y eso se pudo mantener hasta que los vientos, las maquinarias, lo llevaron a otras provincias”, dijo a Bichos de Campo María Simonella, entomóloga del INTA Sáenz Peña.
Es así que el insecto llegó finalmente a Corrientes, Chaco, Santiago del Estero, y norte de Santa Fe, siendo estas últimas tres las que conviven con él al día de hoy.
“Hasta el año 2000 no podíamos trabajar en el país con la plaga viva, por eso del plan vigente. Pero ya sabíamos que en Estados Unidos había producido importantes daños, y que la forma en que lograron erradicarla fue con un sistema de aplicaciones de agroquímicos a mansalva, algo que sabíamos que no era ambientalmente sostenible ni económicamente viable. Por eso nos dimos cuenta de que teníamos que ir hacia un manejo integrado de plagas”, recordó Simonella.
Aquello motivó, en un principio, viajes de miembros de INTA a Paraguay, donde trabajaron junto a colegas del servicio sanitario local para realizas todo tipo de ensayos. Eso permitió desarrollar las estrategias de control que hoy se encuentran difundidas como el respeto por las fechas de siembra, la destrucción de rastrojos donde el insecto pueda permanecer, y las aplicaciones rigurosas al momento de la detección.
“Hoy por hoy no hay misterio, por ejemplo, en cuanto a qué productos utilizar para el control. Eso, gracias a dios, ya está resuelto. El tema está en trabajar bien todas las otras formas de control”, reconoció Simonella.
-¿Pero quién controla hoy si Senasa ya no regula esas cuestiones?- le preguntamos.
-La buena voluntad del productor. La plaga ya está distribuida y la gente aprendió lo que tiene y lo que no tiene que hacer. Así que es cuestión de usar el sentido común y poner en práctica todo lo que ya se enseñó.
-¿Realmente decís que se aprendió? ¿No hay riesgos de un trabajo descoordinado entre productores sin alguien que oficie de policía?
-Esa es otra cuestión. Con esta plaga es necesario que la gente se reúna y trabaje cooperativamente. Sin un productor hace los deberes lo mejor posible, no debería tener problemas. Ahora bien, si el vecino no tiene los mismos cuidados o si en un campo alquilado se van antes de destruir los rastrojos, es nefasto.
-La lucha sanitaria parecería haberse privatizado. Hay que ver si eso tiene un impacto positivo o no.
-Lo iremos viendo a medida que pase la campaña. Yo creo que exige que los organismos que estamos trabajando para ello sigamos insistiendo con lo que son las buenas prácticas de cultivo, para que la gente responda igual.
En esto trabaja el agrónomo Martín Canteros junto a sus clientes de Chaco, Santiago del Estero y Formosa, a quienes asiste para intentar reducir las pérdidas año tras año.
“Ya aprendimos a convivir. Es más, cada vez que hacemos costos para algodón lo consideramos. En los años más húmedos aparece antes y supone más gastos, en otros aparece más tarde y tiene menos. En promedio estimamos 100 dólares por hectárea, a veces pueden ser 60 y otras 120. Pero la plaga siempre está”, señaló Canteros a Bichos de Campo.

“Una vez que lo detectas tenés que hacer la batería de aplicaciones. Cada 5 días tenés que hacer 4 aplicaciones. En promedio valen 5 dólares, así que por 4 son 20 dólares. Y pongamos de promedio un costo del insumo en 5 dólares también. En total una batería de 4 aplicaciones te sale 40 dólares. Ahí paras y lo buscas. Si no está más el insecto, no seguís. Y si está, tenés que repetir la batería de 4, porque ahí abarcamos el ciclo: matamos el adulto que está fuera y matamos lo que está emergiendo de los huevos. En dos baterías ya tenés 80 dólares”, detalló continuación.
De acuerdo con el agrónomo, por hectárea los productores destinan en promedio unos 360 dólares entre insumos y labores (allí se incluyen los 100 de picudo), y unos 700 a 800 dólares para la cosecha y comercialización. Todo esto sin contar el alquiler de los campos, ya que muy poca producción se realiza sobre tierra propia.
“La verdad que es muchísimo, y todo esto olvidándote de otras plagas, porque con tantas aplicaciones vas has haciendo un control general. Algo te ahorras pero siempre tenés que tener esos 100 dólares para picudo”, afirmó.

Esto, por desgracia, no está al alcance de todos, y muchos sufren por los costos de convivir con la plaga.
“Acá lamentablemente te tenés que acostumbrar, del Estado no podemos esperar mucho. Muchas conclusiones se toman desde una oficina y no se tienen en cuenta otros factores. Los políticos se acomodan y que el productor se la banque como pueda. La mayoría de los productores chicos están fundidos y cada vez son menos. Acá en la zona estaba lleno y ahora no queda nadie”, lamentó un productor con 20 años dedicados al algodón, que eligió no dar su nombre.
“Yo estoy entre Sáenz Peña y Tres Isletas. Vos tenés que fumigar todo. Acá no sirve pelear con nadie. Tenés que hacer la tuya y no aflojar con la fumigada”, remarcó a Bichos de Campo.
Pero aún frente a estas posturas, técnicos como Simonella confían en el rol de instituciones como INTA o en el trabajo de comisiones como la COPROSAVE (Comisión Provincial de Sanidad Vegetal).
“Nosotros no podemos oficiar de controladores pero podemos investigar y hacer extensión difundiendo, enseñando, recordándole a la gente cuáles son las prácticas recomendadas para tratar de obtener el mejor resultado con el cultivo en el campo, aún teniendo picudo. En eso nos especializamos hace casi 20 años, así que eso lo podemos seguir haciendo. No le echo las tintas a Senasa, hay que ver cómo se acomoda todo y seguir trabajando. Nos tenemos que cuidar entre todos”, concluyó.





