En esta era política, Julián Domínguez duró menos de un año en el cargo de ministro de Agricultura de la Nación, que ya había ocupado entre 2010 y 2012. Su gestión arrancó a fines de septiembre de 2021, reemplazando al formoseño Luis Basterra, en aquel amague de primera reorganización del gabinete nacional que también colocó a Juan Manzur como jefe de Gabinete y que no condujo a nada, salvo a una nueva crisis política en la coalición de gobierno.
En el gobierno, se sabe, la que manda es Cristina Kirchner. O al menos, es ella quien tiene el poder de veto de las políticas públicas, y quien puede decidir quiénes son “funcionarios que no funcionan” y quiénes sí lo hacen, que usualmente son los suyos, a los que no critica pues obedecen sus órdenes.
Originario de Chacabuco y del peronismo bonaerense, Domínguez no pertenece el riñón del kirchnerismo más duro. Pero sin embargo acaso haya sido el ministro agropecuario que mejor aplicó las recetas agropecuarias que surgen de ese sector político que suele confrontar con el agro desde que Néstor Kirchner cerró la exportaciones de carne en 2006, O dos años después, cuando la propia Cristina se emperró con aquello de las retenciones móviles.
Sí, tal cual lo lee, Domínguez fue un gran ministro de Agricultura para el kirchnerismo y en este corto lapso de permanencia en el cargo con relativo éxito las órdenes que surgían del ala más dura del gobierno de Alberto Fernández, en contra de lo que opinaban sectores más moderados -como Matías Kulfas o Martín Guzmán, que salieron eyectados antes que él- y del propio sector agropecuario representado en la Mesa de Enlace. Su gran mérito es haberlo hecho sin que muchos se dieran cuenta.
Revisemos la historia, porque si no capaz que ustedes no lo creen. ¿Domínguez ha sido el mejor kirchnerista? Pero si lucía tan conciliador… Si siempre argumentó que su trabajo era solo a favor de los productores, o “la gallina de los huevos de oro”, como le gustaba decir. Y sin embargo…
Ni bien llegó al cargo, Domínguez lanzó una frase para congraciarse con Cristina: la famosa expresión que definió como “bienes culturales” de los argentinos a tres productos centrales de la canasta agropecuaria: la carne vacuna, el trigo y el maíz.
Pero no solo lo dijo sino que lo hizo: en materia de carne vacuna, primero le quitó el control de los cupos de exportación a Kulfas, recuperando el margen de acción para Agricultura. Y luego estableció cierres y aperturas que parecían conformar a las entidades del campo, pero que en realidad representan un tope a la exportación.
El sistema de cupos establecido por su jefe de Gabinete, Jorge Ruiz, y el actual director nacional de control comercial agropecuario, Luciano Zarich, roza lo ilegal, pues no tiene sustento en ninguna resolución. Fueron ellos quienes acordaron a puertas cerradas en enero con los grandes frigoríficos exportadores, cuánta carne se iba a exportar cada mes, sin dejarlo asentado en normativa alguna. Y son ellos los que cada día entregan los permisos de exportación (que antes se llamaban ROE y ahora se llaman DJEC) en el más oscuro de los secretos, sin dar cuenta de qué empresa los recibe.
Como le gusta al kirchnerismo.
Para ser claros, si la Argentina había exportado más de 900 mil toneladas de carne vacuna en 2020, un volumen récord, y podría haber llegado a 1 millón los años sucesivos, las intervenciones del gobierno primero recortaron ese volumen a 800 mil toneladas el año pasado y quizás las reduzcan a 750 mil toneladas este año, descontando de las exportaciones totales la contabilidad doble de los embarques de huesos a China, que son cada vez más importantes.
El gran éxito de Domínguez fue instrumentar estos cerrojos en acuerdo con la industria frigorífica concentrada, y logrando -mediante liberaciones simuladas de la vaca conserva o cupos falsos para Israel- que las entidades rurales sacaran este asunto de su agenda de reclamos.
Con el trigo y el maíz, otro tanto. Luego de bautizarlos como “bienes culturales”, el renunciado ministro puso en marcha un sistema de cupos de exportación, que el llamó “volúmenes de equilibrio”, que tampoco están bien reglamentados ni cuentan con el control social suficiente.
Como le gusta al kirchnerismo.
Los primeros techos a los embarques de ambos cereales se hicieron con el supuesto consenso de las cadenas agrícolas, representadas por las Mesas de Trigo y de Maíz que habían sido convocadas por el funcionario. Cuando las entidades rurales o las de cadena se dieron cuenta de la trampa, ya era tarde. A partir de allí los cupos de exportación se van habilitando a través de una sencilla esquela de la Subsecretaría de Mercados Agropecuarios.
Domínguez, y así lo definimos desde el primer día, es un especialista en confundir y dividir. Cuando asumió en el Ministerio, uno de sus primeros actos públicos fue reunir nada menos que a Alberto y a Cristina en un acto en el que se apropió de la Ley de Promoción Agroindustrial que había sido redactada por más de 60 entidades del Consejo Agroindustrial Argentino (CAA). La rebautizó como “Ley Agrobioindustrial” y prometió enviarla de inmediato al Congreso. Pero un año después el debate allí no pasó de una sesión plenaria. Todo quedó en la nada misma.
Como le gusta al kirchnerismo, que sería incapaz de ceder un metro de terreno en su pelea con el agro, y mucho menos con beneficios concretos establecidos por ley.
Cuando el ex secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, comenzó a agitar la idea de un desacople adicional de los precios de los cereales que se consumían en el país, Domínguez reaccionó haciéndose el distraído y a mirar para otro lado. Asumió una tibia defensa del sector, prometiendo a los cuatro vientos que no iban a elevarse las retenciones del trigo y el maíz (que a lo sumo podrían haber pasado del 12% actual al 15%), pero miró para otro lado cuando Feletti armó un descomunal fideicomiso triguero que parece hecho a la medida de Molinos Cañuelas, empresa de buenos lazos históricos con el kirchnerismo que había entrado en concurso con un pasivo de 1.300 millones de dólares.
Como ese mecanismo, conocido como FETA, debía ser financiado, el ministro de Agricultura que había prometido que no iban a subir las retenciones, tuvo que salir a justificar que la eliminación del diferencial histórico para el complejo sojero no era un aumento de la presión fiscal, a pesar de que elevaba de 31 a 33% los derechos de exportación sobre la harina y el aceite de soja, principales productos transables de la Argentina.
Como les gusta a los kirchneristas, subir impuestos pero que no parezca.
En el medio, Domínguez cumplió como otro mandato que emanó del centro del poder político del gobierno, que fue la dudosa aprobación del trigo transgénico HB4 de la empresa Bioceres, a pesar de que esa medida era desaconsejada por el grueso de los actores de la cadena triguera. El mismo Ministerio de Agricultura que bajo las órdenes de Domínguez había decidido en diciembre de 2021 que la aprobación de Brasil al consumo de la harina elaborada con ese trigo no era suficiente para liberar aquí el cultivo, pocos meses después pegaba la voltereta alegando razones de soberanía nacional e independencia tecnológica.
Como le gusta al kirchnerismo, Domínguez mintió con descaro cuando anunció que el trigo transgénico resistente a la sequía iba a estar disponible para ser utilizado por todos los productores locales. No es cierto, pues a pesar de la liberación comercial, es la empresa Bioceres la que decide quién puede sembrarlo y solo facilita la tecnología a un grupo selecto de productores asociados.
Domínguez se conmovió con los incendios en Corrientes del verano. Mandó dinero urgente y prometió un plan de apoyo a largo plazo que todavía está en veremos. También se reunió con Juan Manzur y ambos acordaron elevar el fondo disponible para atender las emergencias agropecuarias, que desde 2009 está congelado en 500 millones de pesos. Tampoco sucedió.
Domínguez prometió un Plan Ganar para fomentar la ganadería, que no pasó todavía de una gira de presentación más extensa que la despedida de Los Chalchaleros. Se limita por ahora a créditos subsidiados del Banco Nación que en la mayoría de los casos no han sido desembolsados.
Anuncios vacíos o incompletos, como le gustan al kirchnerismo.
Domínguez encaró en los últimos días una ofensiva para resolver el histórico planteo de los obtentores de semillas, comenzando por la ex Monsanto, que no cobran las regalías correspondientes por sus tecnologías. Consistía en comenzar a cobrar por el uso propio directamente en los granos, para distribuir el dinero recaudado entre las empresas semilleras. Las entidades rurales ya habían anticipado su rechazo, considerando que se trataba de una nueva retención encubierta.
Como le gusta al kirchnerismo.
Domínguez permitió como ministro que toda un área que depende de su cartera, la Secretaría de Agricultura Familiar, gozara de una inaudita independencia y se mantuviera siendo un reducto para la militancia rentada de movimientos sociales, empezando por el Movimiento Evita, de Emilio Pérsico.
Quizás esto no le haya gustado tanto al kirchnerismo
Y quizás por ello, ante el ascenso de Sergio Massa, el ex ministro Domínguez haya sido despedido por Cristina sin mayores consideraciones. Apenas con un tibio “gracias por los servicios prestados”.