Héctor Hernández es un ingeniero agrónomo del Chaco, pero que cada vez tiene más trabajo en el vecino Paraguay (donde valoran especialmente la experiencia de los argentinos haciendo algodón) porque aquí, en su país, no siempre se reconoce como es debido el rol de quienes estudiaron una carrera universitaria orientada a la producción. De todos modos, no se resigna a eso. Lo conocimos peleando desde su rol de presidente del Consejo Profesional de Ingenieros Agrónomos del Chaco.
Desde el vamos, en la charla con Bichos de Campo, Hernández se empeñó en revalorizar el papel de los técnicos y especialistas en agronomía. Asegura que estos intervienen de forma proactiva en todo el proceso productivo y que su trabajo va más allá de firmar “la receta agronómica” para la aplicación de los agroquímicos, que es algo para que muchos productores los buscan.
Graduado en el 2002, Héctor Hernández es contemporáneo al boom de la soja y la “glifomanía”, un hecho que marco un antes y un después dentro de la actividad agrícola. Considera que dentro del mundo agropecuario se debe valorar la labor del ingeniero agrónomo. Para el, la irrupción del cultivo de soja y su paquete tecnológico demostraron la versatilidad de la profesión y la posibilidad de estar en todo los eslabones de la cadena productiva, inclusive la comercialización de insumos.
“La soja hizo que hoy el ingeniero aprenda el negocio agropecuario, incluso venda el negocio agropecuario, y no sea solamente un asesor específico de un cultivo. El gerenciamiento y la administración vino de la mano de eso. Algunos tuvimos la oportunidad de aprenderlo y poder desarrollarlo más y nos pusimos como expertos en todo el negocio agropecuario. Eso nos hizo muy competitivos y muy técnicos”, afirmó el agrónomo a Bichos de Campo.
En igual sentido, marcó que si bien el paquete siembra directa, soja RR y glifosato simplificó el trabajo en el surco y el constante monitoreo de las plantaciones, el modelo dio lugar a otras amenazas, porque por ejemplo aparecieron malezas resistentes al herbicidas.
“La comodidad de la glifomanía hizo que se desencadene otra cosa, que es la resistencia de malezas. Y la resistencia de maleza llevó también a que ciertos herbicidas o paquetes tecnológicos dejen de ser competitivos, rentables, y que haya que sustituirlos por otros. Esto también fue llevando a una transformación. Para nosotros acá en el Chaco fue volver 20 años atrás y empezar a buscar los herbicidas genéricos”, explicó.
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-¿Entonces como se reinventan los ingenieros agrónomos chaqueños?
-Nosotros miramos técnicamente la formulación como fue diseñada y te das cuenta que un herbicida es para dos o cuatro hojas, no cuando floreció la planta o cuando (la maleza) tenga un impacto económico. Todo eso en el Chaco te obliga a no tener margen de error, porque los costos son altos. Eso hizo que nos adaptemos y nos profesionalicemos muy rápido. A diferencia de otros colegas de la pampa húmeda, que tendrán sus dificultades, sus problemas, pero nosotros desde acá los vemos como muy cómodos.
-Con “la glifomania” fue necesario volver a un esquema de rotación. ¿Es mucho más complejo este proceso ahora?
–Eso vino, te diría, antes de la glifomanía en el Chaco, ya que nosotros tenemos suelos mucho más susceptible, tanto a erosión eólica como hídrica, y los períodos de lluvias están concentrados en una sola fecha y nos permite hacer un solo cultivo por año. Entonces no tenemos margen de error y por ahí eso hizo que nos acomodemos en ese lugar.
Sobre los retos que representa el Chaco para un agrónomo, Héctor destaca que la lluvia es la que marca el proceder. “En el Chaco somos poco competitivos, solamente en la producción de materia prima, porque el Chaco carece de industria. Pero en toda la diversificación, la rotación, el cultivo de abonos verde, en eso estamos a la orden del día. Y lo más rico de esto es que si mañana llueve, mañana hay que hacerlo. Todo tiene que ser espontáneo y rápido, porque si no se te pasó el barco”, remarcó.
Hernández contó que el Consejo Profesional en la provincia, que este año celebró su 43° jornada anual, cumplió medio siglo de vida. “Afortunadamente nuestro Consejo tiene mucho prestigio y seriedad. En ese sentido, siempre estamos convocados a la mesa chica, participamos en forma activa en alguna política a pesar de que el gobierno tome la decisión final. De hecho ya tenemos varios colegas que en más de una oportunidad fueron ministros o subsecretarios en distintas áreas ligadas a la producción. Así que en ese sentido nuestra institución tiene su espacio y su respaldo político según el gobierno de turno que está y que la necesita”.
-¿Existe alguna idea que hayan propuesto los agrónomos y e haya aplicado en el Chaco?
–En un principio trabajamos en un relevamiento de toda la parte de colonización de todo El Impenetrable y a través de ese censo se hizo la electrificación rural. Ese un ícono que nos marcó en el Consejo, aunque no tenga nada que ver con la agronomía. A través de ese trabajo, en forma indirecta, llegó un desarrollo después y eso vino de la mano del ingeniero agrónomo.
-¿Qué te gustaría que se hiciera en los próximos años?
–Dentro del proceso de la jerarquización de la profesión, estamos luchando para que se ponga el sello y firma del ingeniero agrónomo en cada uno de los procesos productivos vinculados con su especialidad. Eso es lo que estamos buscando, que no es solamente firmar la receta agronómica, sino que en cada uno de los proceso esté la firma encriptada, por decirlo así, del ingeniero agrónomo.