Ana Palumbo, siendo contadora, llevaba toda una vida de trabajo dentro de la administración pública, en la ciudad de Junín, provincia de Buenos Aires. Pero hace 12 años se sentía cansada y necesitaba hacer algo que le renovara la vida. En febrero de 2008 viajó a San Rafael, Mendoza, para vacacionar con su hijo y alquiló una cabaña a un matrimonio dentro de la pequeña finca El Chañar, de ciruelas D’Agen, variedad que se deshidrata con fines culinarios. Allí comenzó el cambio.
Ella recuerda que les manifestó a los dueños de esa finca su deseo de tener algo así, una chacra como la de ellos. Pero Daniel, el propietario, le advirtió que no era fácil lograr rentabilidad. Más bien, le sugirió que no se aventurara.
-¿Pero entonces por qué te lanzaste a esta aventura de un pequeño viñedo propio a pesar de aquel consejo?
-Porque mi trabajo de oficina no me llenaba el alma. Necesitaba tener un contacto directo con la tierra. La idea me quedó rondando en mi cabeza por años, hasta que en 2011 tuve un conflicto en mi trabajo, que me llevó a decidir comprar definitivamente una finca. Busqué a través de un periódico, La Veloz, de San Rafael, y hallé una finca de 6 hectáreas, con parrales y plantas de ciruelas D’Agen, que estaba en producción, pero medio venida abajo. Me hubiese gustado comprar una finca mejor, pero mi bolsillo no me daba y apenas logré comprar esa, en cuotas.
La finca en cuestión queda en el Valle Grande, que es una tierra muy fértil, rica en minerales, apta para todo tipo de cultivos, como duraznos, ciruelos, parrales. Más exactamente en el Distrito Cuadro Benegas, sobre la calle Belgrano, a 2000 metros de la Ruta 144, que va a Las Leñas, y a 15 kilómetros de San Rafael.
-¿En qué condiciones recibiste el viñedo?
-La finca no tenía luz ni agua potable y por eso no he podido aún hacerme mi casa en ella. Hoy alquilo una casita a 5 kilómetros de mi finca y me gusta recorrerlos caminando. Mes a mes fui mejorando mi finca a medida de que vendía las uvas o las ciruelas. Como hasta hoy vivo de mi trabajo de administrativa, puedo reinvertir todo lo que por ella me ingresa.
Ana cuenta que, como es tradicional en la zona, el agua para riego le llega por canales. “Sembramos avena en los camellones y se deja todo el invierno para combatir un yuyo muy invasivo y además mantiene la tierra blanda y porosa. Tengo 2 hectáreas de ciruelos, más 2 hectáreas de cepas de varietal cabernet sauvignon, para vinificar, y otras 2 hectáreas de uva mezcla, de parrales de uva Cerezo, Moscatel y Pedro Jiménez. A éstas últimas, las vendo para hacer mosto”, anumera.
-¿Y te costaron los comienzos?
-Mi experiencia de contadora me sirvió mucho para organizar el emprendimiento. En San Rafael la gente es tranquila y más dada que la de mi zona de Junín. Me hice amiga de una señora de la zona, Josefa, y ella me sacaba a pasear y me hacía entrar en otras fincas para que viera y aprendiera. Me fui empapando de conocimientos y me encantó dedicar parte de mi vida a una actividad rural, que además es muy bella. Me hizo mucho bien en lo emocional. Además, la sociedad es muy machista aún, y ahora me doy cuenta de que necesité experimentar cierta libertad para demostrarme de lo que soy capaz. Porque en mi otro trabajo, soy empleada.
-¿Cuando empezaste a elaborar vino?
-Apenas comencé, un hombre me dijo que una pequeña viña no daba suficiente rentabilidad, que por qué no le agregaba valor y me ponía a hacer vino, para sumar ingresos. Nunca pude superar una producción de 7000 kilos de uvas por hectárea. Y le hice caso. En mi primera cosecha saqué 12.000 kilos de uva en 2 hectáreas. Las llevé a la bodega Iaccarini, que saca muy buenos vinos propios, y me elaboró 5000 botellas de vino “boutique”, con mi propia etiqueta.
Palumbo registró las marcas AMP Don Bautista para los vinos, con sus siglas y en honor a su abuelo; y también “Finca AMPalumbo e Hijo”, con la que comercializa las ciruelas secas (o “pasas”).
“Empecé a llevar las ciruelas a la cooperativa La Línea, que me las seca, me las almacena a granel, porque aún no tengo un lugar acondicionado. Después se las envió al señor Domichelli, que se encarga de descarozarlas a mano, luego las tierniza en agua y me las deja con excelente calidad y sabor, para que yo las empaquete y venda en cajas de 5 kilos”, describe.
-¿Cómo hiciste para ir mejorando la finca?
-Construí un galpón para guardar las herramientas. Aproveché un préstamo blando del Fondo para la Transformación y Crecimiento (FTyC), que otorga el gobierno provincial, con el que cubrí el parral de malla antigranizo. Después saqué otro préstamo que aproveché para comparar plantas, abonos para mejorar el suelo, con el fin de aumentar la calidad y la cantidad de la producción. Un buen producto se logra cuidando las plantas. A mí me las cuida Don Rosales, un hombre mayor, que sabe mucho porque trabajó en las viñas toda su vida. De él aprendo muchísimo, y yo lo ayudo. Aprendí que las heladas tardías de noviembre son peligrosas. Y con la reciente sequía, pegaron con más fuerza.
-¿Y cómo te prevenís de las heladas?
-Por costumbre se hacen fuegos en tachos, con leña, aserrín o aceite quemado o cubiertas de caucho (esto no es muy ecológico) en diversos puntos de la viña para amortiguar el frío. Yo me negaba a hacer fuego. Hay nuevas técnicas que no contaminan, pero son muy onerosas. Y este año, Don Rosales me convenció y acabamos de comprar 30 tachos.
“En 2018 llegué a cosechar casi 50.000 kilos de ciruelas de las 2 hectáreas. Los ciruelos florecen a fines de agosto y hay que cuidarlos de las heladas de septiembre. Nos avisamos por whatsapp o por radio. Si el frío baja más de los 3 grados, se torna difícil salvar los cultivos. Si llueve demasiado, las plantas se te enferman y hay que curarlas. Es necesario estar muy vigilantes en el viñedo y yo he tenido siempre la suerte de contar con buena gente”, añade la flamante productora.
-Contanos qué vinos producís.
-Me caracterizo por no intervenir en los vinos, o si lo hago, pues muy poco. Empecé sacando un Cabernet Sauvignon joven, porque no lo estaciono en madera, con muy pocos agregados en su elaboración. En 2020 agregué un Cabernet Sauvignon Reserva, con un 40% añejado en barricas de segundo uso, durante 9 meses. Más tarde sumé un joven Blend, con 70% de cabernet sauvignon y 30% de malbec, sin madera, con muy buena aceptación, sale muy rico. Sólo esos 3 vinos. El Reserva lleva la foto de mis abuelos en la etiqueta, y los otros 2 vinos jóvenes llevan la foto de mi abuelo Don Juan Bautista Palumbo, tocando el bombardino, porque además de ser carpintero, integró la banda musical del ferrocarril, que se llamó La Banda del Pacífico, y fue parte de ese hito de la historia de mi ciudad. A fines de la pandemia vendí enseguida todos los vinos y las ciruelas que tenía. Me los sacaron de las manos, pero hice otra cosecha en 2021 y ya me costó mucho venderlos, entiendo que por la inflación.
-¿Cómo los comercializás?
-Me entusiasmé en ofrecer degustaciones de vinos, en Junín, en mi finca, en ferias y en locales que venden mis vinos. Pero lo hice hasta la pandemia, y hasta ahora no las he retomado. Aproveché para quedarme y luego de más de un año regresé a Junín. Armé una tienda virtual para vender mis productos. El restorán El Quijote, de Junín, ofrece mis vinos como los de la casa.
Prosigue Ana: “Hoy voy a mi viña entre 6 y 7 veces por año. Mi hijo hoy tiene 23 años, estudió informática y decidió irse con su novia, a trabajar a Italia. A él le encantaba ayudarme, pero no lo fuerzo, lo dejo en libertad que haga su propio proceso. Por ahora no pienso qué será de mi finca en el futuro, después de la pandemia, vivo el día a día”.
-¿Estás satisfecha con tu nueva vida? ¿Qué proyectos tenés?
-La zona se está poniendo muy linda. Hay un vecino que se está haciendo una casa muy bonita y otro que está montando un secadero. Si las políticas de Estado en nuestro país nos apoyaran la zona crecería muchísimo. La calle Belgrano es muy pintoresca, de una gran circulación, con unos álamos encantadores. Los vecinos queremos ir a la Municipalidad a pedir que no nos la asfalten sino que le pongan ripio, que quedaría más a tono con su magia. El vino me apasiona y esta actividad me hace muy feliz. Espero poder jubilarme para no tener que esperar a las vacaciones para ir a Mendoza por más tiempo, pero no dejaría de vivir en Junín, mi pago natal. Sueño con hacer mi casita en la finca lo antes posible.
-¿Y a nivel comercial?
-Estoy tratando de hacerme un local a la calle, en mi casa paterna de Junín, donde tengo el depósito, para vender mis ciruelas, mis vinos, retomar las degustaciones y de paso vender otros productos de Mendoza, como aceite de oliva, aceitunas, frutos secos en general, y lo que me vaya pidiendo la gente. A la gente que prueba mis vinos, le gustan mucho. He aprendido a beber vino y me encanta descorchar una botella. El vino me apasiona y esta actividad me hace muy feliz.
Alguien dijo que las fincas son el lugar donde se unen la Tierra y el Cielo. Por eso Ana Palumbo nos quiso dedicar la Chacarera de la finca, por Los del Chañaral.
Felicitaciones por el amor y la pasión