Ignacio Avellaneda tiene 31 años de edad, nació en la capital de Salta y es el menor de cinco hermanos. Sus padres eran fervientes católicos, tiene un hermano cura y una hermana “monja”. Y él mismo, cuando cumplió los quince, eligió ingresar al seminario menor del Instituto religioso Verbo Encarnado, situado en Mendoza, para formarse como sacerdote.
En San Rafael vivió la experiencia de trabajar con personas con capacidades diferentes, desde darles de comer, los remedios y demás, hasta de cocinar la cena para 70 personas todos los días. Allí le tomó el gusto a la Filosofía como ciencia. Pero a los 4 años decidió volver con su familia.
Mientras se definía en qué carrera estudiar comenzó a armar peñas con amigos y amigas, en su casa familiar, y a una de ellas cayó una chica desconocida que lo flechó. Era Mercedes Dávalos, que estudiaba arquitectura. Pronto se organizó un viaje a Cafayate y de regreso, se pusieron de novios.
Por eso de cumplir con los mandatos familiares, en 2010 Ignacio comenzó a estudiar administración de empresas en Tucumán. Cursó el primer año, pero decidió contarle a su padre que su verdadera vocación era la filosofía. Su progenitor lo aceptó e Ignacio siguió estudiando en Tucumán, pero empezó filosofía en la UNSTA. Mercedes se recibió en el año 2014, y decidieron casarse en el año 2015. Ignacio suspendió su carrera y dio clases en dos colegios de Salta. Luego decidió volver a Tucumán a cursar y aprobar las materias que le quedaban, pero esta vez con su esposa.
Allí tuvieron a su primer hijo, Bernardo, y en 2019 nació María Magdalena. Al año siguiente sólo le faltaba preparar su tesis para ser Licenciado -que pergeñaba, sería sobre metafísica medieval- cuando tuvo que detener de nuevo su carrera para buscar trabajo, y se volvieron a Salta.
Recuerda Ignacio que un día entró a una iglesia y le rezó a San José que intercediera ante Dios para que le saliera un trabajo. Y dos días después, toda la familia de Ignacio, con amigos, fueron a festejar el cumple de su madre en Cafayate. En la fiesta, se enteró su amigo Tobías Villada, de la necesidad de Ignacio y le dijo: “¿Te animarías a ser encargado de una finca de lavanda? Yo quiero dejar ese puesto para dedicarme de lleno a los viñedos”.
Ignacio y Mercedes lo pensaron y le dijeron que sí. Tobías les arregló una entrevista a ambos con Mary Carey-Wilson, una inglesa, propietaria de la finca -junto a su esposo, el chileno Pedro Salfate-Dore-, en la casa de éstos, en Salta capital. Mary ya había entrevistado a ingenieros agrónomos. Pero a los pocos días le notificó que lo había seleccionado a él, filósofo, para administrar la finca y los productos que allí elaboran, de modo que se instalara con Mercedes y sus hijos.
Fue todo un desafío de adaptación a una nueva vida y de aprender todo desde “cero”. Sin embargo, se suele decir que -como deben incursionar en la base de todas las ciencias empíricas-, los filósofos resultan ser dúctiles en muchos órdenes de la vida. Y parece que así fue.
Primero se fue Ignacio, en julio del 2020 a una casita de la finca La Armonía, ubicada en el kilómetro 4351 sobre la ruta 40, en el Departamento San Carlos, a sólo 3 kilómetros de Animaná y a 7 de Cafayate, en pleno valle calchaquí de Salta, sobre la cuenca del río San Antonio, a una altitud de 1.750 metros (la parte más alta). El 8 de ese mes nació Encarnación, su tercera hija. El 14 de agosto ya se instaló Mercedes con sus 3 hijos. Como la casa les resultaba chica, Mercedes aplicó sus conocimientos de arquitectura, y comenzaron una ampliación a manos de su padre, que es constructor. Aún están en obra.
Aprovechando la nueva gestión, Ignacio, bajo la dirección de Mary, comenzó con mucho entusiasmo una limpieza de yuyos de la finca, churquis, tuscas, y una renovación en la comercialización de los productos. El campo consta de 35 hectáreas, de las cuales 5 fueron dejadas como monte natural, con abundante jarilla, 3 hectáreas y media con plantaciones de lavanda “angustifolia”, 4 hectáreas de romero, y un cuadro de 800 metros cuadrados con rosa de Damasco o damascena o de Castill,a muy perfumada.
Cuentan con un laboratorio en la misma finca, donde preparan, fraccionan y etiquetan los productos bajo la marca Zencial: ofrecen aceites de lavanda y de romero –en alambique de extracción de aceite, por arrastre de vapor-, hidrolato o agua de lavanda y de romero, y productos derivados como cremas para manos y pies, y para masajes descontracturantes, cuya receta es de Mary. Proyectan sumar velas de romero y de lavanda, con cera de soja, y jabones de lavanda y de romero. Es inminente también la producción de aceite de jarilla.
En menos de un año, Ignacio ya puede explicarme que su aceite es de altísima calidad debido a las virtudes de su suelo, muy calcáreo, en el que la lavanda se adapta muy bien aunque es muy requerido para plantar viñas, actividad que no descartan como complemento, en el futuro. Además el agua de las napas proveniente del río San Antonio es óptima -apta para consumo humano, a diferencia de la del río Calchaquí, que tiene mucho boro- y ellos la extraen con una bomba de 50 Hp a 180 metros de profundidad. También por razones del clima, su altitud y el proceso de elaboración. Su aceite contiene un 40% de acetato de linalol, cuando lo común es que tengan un 20%.
Hoy procesan unos 3 a 5 litros de aceite de lavanda por año y lo fraccionan en botellitas de 10 mililitros. Están muy justos para elaborar los productos derivados, de modo que piensan ir aumentando la producción cada año hasta llegar a un piso óptimo de 15 litros.
Por ahora comercializan sus productos en Salta, Tucumán, Mendoza y Buenos Aires. Es muy buscado por “maso” y aromoterapeutas. Están en pleno proceso de renovación de la imagen de la marca.
La lavanda es un ansiolítico natural y tiene propiedades antiinflamatorias, descontracturantes, mientras que el romero es un antidepresivo natural y estimulante. El agua de romero es antibacterial y lo usa mucho la gente a la que le cuesta afeitarse diariamente.
Hoy Ignacio se sorprende de lo bien que se adaptó a la vida rural y a la vida empresaria, cuando hace apenas un año que se soñaba escribiendo libros y dando clases. Piensa retomar su carrera y alternar su trabajo escribiendo y dando clases, al menos por internet.
Hoy se nutre del gran libro de la naturaleza –dice-, mientras contempla las cumbres nevadas bajo “el árbol” sagrado de los nativos, el algarrobo. Aprendió a distinguir el algarrobo blanco del colorado, porque es más frondoso y no tiene espinas, y también el churqui de la tusca, porque aquel tiene una vaina o fruto negro y esta una flor pequeña. Ha bajado 13 kilos de su peso en 8 meses, de tanto caminar la finca “rumiando la vida”, mascando la también sagrada hoja de coca, formando en su boca el clásico “acullico”.
Su nueva vida le hizo cambiar la idea de su tesis filosófica, que le falta para ser licenciado: la abstracta metafísica que preparaba, por la de “ética aplicada a la empresa”.
Ignacio y Mercedes han tejido con Mary y Pedro una trama de amistad tan bella como un poncho salteño. Ahora luchan todos juntos por un largo sueño que Mary venía desarrollando desde hace 30 años. Tienen un pedido de 1000 jabones para entregar en un mes y los llena de futuro.
Ignacio, como la mayoría de los salteños, también canta folklore. Y en su casamiento, el famoso Damián Paz, le hizo la segunda voz a Ignacio, interpretando juntos la zamba “La flor trasnochada”, de la que Damián es autor y que hoy nos quiere dedicar en esta nota, interpretada por Los Paz: