Pareciera que Gonzalo Invernizzi trae un mensaje del futuro cuando recomienda a los productores argentinos sembrar colza. Pero no tiene la bola mágica ni hace futurología, sino que simplemente cuenta la experiencia del otro lado del Río de La Plata, donde el predominio del color amarillo en los campos muestra que la oleaginosa ya pisa fuerte.
Hace unas semanas se llevó a cabo, por primera vez en Argentina, un simposio de colza en Paraná. Productores, profesionales y empresarios compartieron perspectivas y recorrieron las oportunidades de negocio del cultivo de invierno cada vez más demandado a nivel mundial.
Entre los asistentes estuvo Invernizzi, que es asesor de un CREA uruguayo y trae sus conocimientos del otro lado de la frontera. “Es un cultivo que probablemente deje un muy buen resultado económico para Argentina”, explicó a Bichos de Campo el agrónomo, que destacó la importancia que tiene hoy por hoy para las exportaciones uruguayas.
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El evento, organizado por el INTA y el Ministerio de Desarrollo Económico de Entre Ríos, es un síntoma de que la “operación rescate” de la colza está en marcha. La idea es darle impulso a una oleaginosa clave a nivel mundial y reinstalarla en Argentina, ante una creciente demanda de la industria aceitera y la de biocombustibles.
El mayor atractivo lo da la experiencia uruguaya que, por su cercanía geográfica, es un espejo en el que los productores pueden mirarse y aprender. Es que la colza es un cultivo de invierno clave para la rotación, que puede generar puestos de trabajo y atender a la demanda internacional.
Pero, como todo cultivo, tiene sus secretos. “Tiene un muy buen impacto en la rotación porque mejora los rendimientos, pero requiere ser muy prolijo en lo tecnológico para ser rentable”, explicó Invernizzi. En su país, fue precisamente la rotación el atractivo inicial para ponerle fichas a las campañas de invierno.
“Parte de los planteos que nos hicimos en Uruguay es por qué no hacemos más cultivos de renta y no tantos cultivos de servicios. Y la verdad que nos vino bárbaro incorporar la colza”, señaló el asesor agropecuario.
Hace 2 años, la oleaginosa ocupaba 1 de cada 5 hectáreas agrícolas de Uruguay. La expansión fue tal que, de 10.000 hectáreas cultivadas hace una década, se llegó a 345.000 en la zafra 2022/2023, superando incluso al trigo y la cebada. Ese aumento exponencial se lo atribuyen no sólo a la apertura de mercados internacionales, sino también a un marco normativo favorable.
Si del otro lado del Río de La Plata apuestan a la colza es porque se combinan dos factores clave: es una oportunidad para exportar a buen precio y, además, hay una legislación que dispone que, durante el invierno, no se puede dejar el barbecho libre, sino que tiene que haber cultivos para proteger el suelo contra la erosión. Algo que en Argentina no rige.
Sin embargo, nuestro país no es ajeno a eso. Aquí, la época de esplendor de la colza fue entre 2013 y 2014 por las restricciones comerciales al trigo; pero, así como ascendió, cayó estrepitosamente. El único foco de resistencia quedó en Entre Ríos, desde donde hoy se impulsa una nueva campaña de rescate. Las próximas campañas invernales dirán si fue efectiva o no.
Mientras tanto, es útil mirar la experiencia vecina. Como era de esperarse, tras el “boom” inicial que tuvo con el impulso de exportadores, técnicos e investigadores, en Uruguay se llegó a un amesetamiento. “Es un equilibrio natural”, aclara Gonzalo, pero el dato concreto es que la colza ha quedado en el top 3 de cultivos invernales del país oriental, y pareciera que llegó para quedarse.
Al menos eso es lo que marcan las tendencias en términos comerciales y productivos. Es una buena alternativa al trigo y la cebada y, como su ciclo de cosecha es corto, se puede combinar con maíz o soja de segunda sin problemas. Además, han llegado al mercado híbridos más estables y con mejor comportamiento ante enfermedades, y eso reduce significativamente la incertidumbre.
No por nada en Europa, Australia y China se está apostando fuerte a su producción. Es que la colza, al igual que otras brasicáceas, como la camelina y la carinata, son cultivos bioenergéticos muy atractivos como materia prima para la producción de aceites comestibles y biocombustibles, y eso no sólo abre mercados en todo el mundo sino que permite aprovechar la capacidad ociosa de la industria local.
No obstante, en el caso uruguayo, los granos casi no pisan el mercado interno. “Es un país con una productividad muy alta en el agro, pero muy baja a nivel industrial. Por eso, toda la colza va para la exportación”, explicó Invernizzi. Su principal destino es la Unión Europea, donde deben competir con otros jugadores de gran porte, como Canadá y Rusia.
Además, empieza a ser necesaria la certificación de producción sustentable, porque Europa es poco tolerante con los límites máximos de residuos (LMR) y son más de 600 los principios activos que se analizan antes de ingresar los granos en sus fronteras.
En paralelo, los uruguayos también miran con buenos ojos otros mercados de nicho. La primera experiencia fue con biocombustibles hace 12 años, que tuvo magros resultados porque el consumo de gasoil en el país no es suficiente. Pero algunos productores se han lanzado a exportar a Chile, para producir aceites y alimento de salmones, y otros a Estados Unidos, para darle otra oportunidad al diésel renovable. Son tendencias que Argentina puede imitar.