Argentina está registrando un desabastecimiento de gasoil en pleno comienzo de la cosecha de granos gruesos, que son, nada menos, que la principal fuente de divisas de la economía.
Estaciones de servicio con largas filas de espera y con establecimiento de cupos de venta son las primeras imágenes de un otoño que promete ser una pesadilla logística para empresarios agropecuarios, contratistas rurales y transportistas.
En algunas semanas más se requerirá cosechar y transportar grandes volúmenes de maíz y soja y los problemas que se están registrando en la actualidad se exacerbarán.
¿Cómo es posible que ocurra semejante fenómeno en una nación con un Estado quebrado, sin financiamiento internacional genuino, que necesita generar divisas de manera urgente? Imposible de imaginar un nivel de improvisación tan alarmante en cualquier país del mundo más o menos normal.
El gasoil en el mercado argentino tiene un precio máximo establecido por el gobierno nacional y el país no produce todo el combustible que demanda, razón por la cual debe importarlo. En 2021 las compras de gasoil sumaron 2047 millones de dólares, según datos oficiales. Este año la cifra podría fácilmente duplicarse.
Con el aumento espectacular que registró el petróleo y, por extensión, el gasoil en el mundo luego del conflicto ruso-ucraniano, la importación de ese combustible es sencillamente inviable para las empresas argentinas que operan en el negocio.
Pero, además del perjuicio económico, existe un inconveniente logístico, porque la mayor parte de las naciones están acaparando gasoil y no es sencillo gestionar importaciones del combustible. Gran problema. Y el Estado argentino, presente en primera fila al momento de cobrar impuestos y diseñar regulaciones, en este caso resultó ser un gran ausente.
¿Por qué en Brasil no hay desabastecimiento de gasoil? Porqué allá sencillamente el combustible tiene el valor que debe tener y, si bien el aumento de precios representa un inconveniente serio, peor que eso es tener que cargar el tanque y no tener con qué.
El aspecto más triste de esta historia es que Argentina cuenta con recursos energéticos suficientes para no depender nunca más de las importaciones de gasoil gracias a la súperabundancia de aceite de soja, que es el insumo base del biodiésel, el cual, a su vez, es un sustituto del gasoil.
En 2017 el entonces Ministerio de Agroindustria elaboró un plan para que el agro argentino pudiese emplear biodiésel al 100% (B100) para tractores, cosechadoras y camionetas, de manera tal de facilitar el uso masivo de biodiésel en el campo, por medio de un esquema que contemplaba la entrega de soja a industrias aceiteras elaboradoras de biodiésel para recibir a cambio el biocombustible y abonar el servicio con parte de la producción de harina de soja.
Se necesitaba para eso promover una red de infraestructura de almacenamiento y distribución de biodiésel en buena parte de la región central argentina, dado que los vehículos empleados por el agro cuentan en su mayor parte con motores aptos para B100.
El proyecto, ambicioso pero no imposible, estaba pensando como un paradigma de la denominada “economía circular”, en la cual los bienes producidos en una región se emplean para sinergizarse entre sí, logrando así la “independencia energética” y reduciendo además la huella de carbono de la actividad.
No se trata de algo disparatado, porque algo así se llevó a cabo en la provincia de Santa Fe, donde toda la flota de transporte público de las ciudades de Rosario y de Santa Fe emplea B100 en el marco de un programa oficial denominado “BioBus”.
Sin embargo, el lobby del sector petrolero fue más fuerte y ese proyecto de uso masivo de B100 en el agro argentino fue archivado. Y ahora llegamos al momento clave en el cual, frente a la desesperación de no tener gasoil suficiente para levantar la cosecha gruesa (¿puede haber un ejemplo más perfecto de ineficiencia?), seguramente comenzará la “caza de brujas” para encontrar culpables en lugar de soluciones estructurales.