Para llegar a este paraje hay que desviarse unos cuantos kilómetros desde la transitada Ruta 34. Pasando Colonia Dora como yendo para Santiago del Estero, debe doblarse a la izquierda por la ruta 92, que justamente conduce hacia una pequeña localidad llamada Los Telares. Por algo será.
En el paraje Blanca Pozo, la vivienda de Liliana Aragón y Gerardo Landriel luce humilde pero a la vez orgullosa, la galería generosa de sombra, el patio de tierra perfectamente limpio y bien demarcado. Unos paneles solares nos advierten de inmediato que allí no llega la red eléctrica. Lo primero que pensamos es brutalmente ignorante: ¿Cómo podrán entonces poner en marcha el telar?
“Como lo hacía mi abuela”, nos dice Liliana, que repetirá varias veces que de ella, de su abuela Doña Carmen Ruiz, aprendió este oficio, casi un arte, el de telera. Carmen había a su vez aprendido de Doña Teresa Ibáñez, su madre y la bisabuela de Liliana. Pero ellas hacían sobre todo un hilado fino, con una técnica casi olvidada llamada “baetón”. Ahora en esta zona se hacen sobre todo alfombras.
Gerardo nos muestra detrás de dónde sale la energía para hacer funcionar el telar: de sus propios músculos y de la paciencia que se necesita para repetir una y otra vez la misma serie de movimientos. Son secos y muy precisos. Con fuerza y valiéndose de una larga vara de madera, el hombre va ajustando los hilos o pasadas de una larguísima alfombra de lana. Dice que si le pone ganas en un día puede completar hasta 11 metros de largo, que es la extensión máxima que permite el telar tradicional instalado bajo el alero trasero de la casa familiar.
Luego descubriremos que a la vara de madera que utiliza para ajustar se la llama de una manera especial. Se le dice “palita” y la que tiene Liliana tiene muchísimos años: la atesora porque se la regaló su abuela.
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El oficio de telero incluye varias tareas y especialidades: primero hay que hacer el hilado de lana, luego hay que confeccionar las alfombras, luego coser los pedazos o hacerles reparaciones si hiciera falta. “Lleva mucho proceso hacer estas alfombras”, relata Liliana. Los telares también son de factura casera. Una verdadera obra de ingeniería, pero casi como sinónimo de ingenio bien criollo. “Cambiamos algunas cositas pero no tiene mucha diferencia con lo que hacía la abuela”, reitera esta telera.
En esta zona de Santiago del Estero el monte sigue siendo bastante tupido, no como de la ruta 34 hacia el este, donde la explosión de la ganadería y de la agricultura han arrasado con casi todo. El monte, lo saben bien los habitantes del lugar, puede llegar a aportar todo lo que una persona necesita para vivir, salvo el dinero que llega de afuera. Históricamente, entonces, muchos jóvenes del lugar iban a ganarse unos pesos afuera, usualmente a la cosecha de papa de Balcarce.
Pero ahora eso está cambiando gracias a los telares. En los últimos años ha florecido una pequeña pero pujante agroindustria que confecciona vende alfombras de lana gruesa en buena cantidad y hasta las exporta a Europa. La plata para la gente entonces llega de afuera y no hay que migrar.
-¿La lana de dónde la sacan?- preguntamos a Liliana.
-La compramos en la zona. Hay gente que la vende y a la cual le pedimos y compramos. También tenemos gente que nos hila. Y nada. Laburamos a full.
-¿Pero no es lana demasiado gruesa la que se consigue por acá?
-Sirve para todas las técnicas, según la lana. Si es muy merina sirve para las técnicas finas, los ponchos y esas cosas. Y si es gruesa ya no sirve. Pero lana fina se consigue ya para Santa Fe, y si pedimos nos traen. En el tiempo de mi abuela se trabajaban las cobijas, que eran de hilado muy fino, cobijas para las camas. Nunca se habían hecho estas alfombras. Ahora hemos empezado a hilar más gordo, pero las abuelas en realidad no hacían esto sino baetón o cobijas.
-¿El de las teleras era un oficio en extinción?
-Hasta que apareció la escuela de telar, más o menos en el año 2000, no sabía casi nadie hilar. Mi vieja y mi tía sí sabían. También una señora llamada Berna Paz. Pero no lo usaban para producir ni nada. Incluso cuando mi mama ha hecho una alfombra como esta, le metía muchos colores aunque al final quedó bien. Nunca habíamos hecho algo así. Fue entonces que comenzamos a trabajar con alfombras. Ya estaba perdida la técnica esta, sobre todo los baetones. La abuela los hacia y le llevaban cinco o seis meses, pero como no los vendía no les importaba cuanto tiempo le llevaba. Nosotros lo hacemos en dos meses porque lo queremos vender. Este es mi trabajo.
-¿Entonces se ha hecho casi una industria de la producción de alfombras?
-Ahora es un medio de vida para la zona de Blanca Pozo, Santa Rosa, Colonia Dora. Toda la gente está laburando a full. Esto se vende bien. Hay gente que hace esto nomás (por las alfombras) y no sabe tejer. Es un trabajo.
-¿Y es cierto que hasta se exporta?
-Se exporta, sí. Aquí la zona esta toda la gente laburando, gracias a Dios tiene trabajo. Hoy tenemos de que vivir.
-¿Y los jóvenes se prenden?
-Hay que ponerle ganas para aprender y los chicos tienen ganas porque esto les da su plata. Hoy es una plata para que ellos tengan. Otros años se iban a Balcarce a juntar papa y hacer su plata allá. No es que se junte mucha plata aquí, allá capaz se junte un poco más. Pero tenemos clientas que nos encargan y se vende. Ojalá que esto no termine más, porque si esto termina estamos todos fundidos.