“El capitalismo verde, en relación a los animales, propone sustituir la crianza intensiva por crianza extensiva: animales que supuestamente morirán más felices porque han podido, a lo largo de una vida determinada de antemano por los humanos en cuanto a su cronología, pastar y caminar por los prados. Las vacas productoras de leche seguirán siendo preñadas artificialmente para generar leche, las gallinas ponedoras podrán pasear en lugar de estar en jaulas hacinadas: sin lugar a dudas todo esto ‘mejora’ las condiciones de vida de los animales, pero ¿por qué pensar siempre en jaulas más amplias (un poco de más espacio para el esclavo, un alargarle las cadenas) y no en ‘jaulas vacías’”.
Así lo indica un trabajo elaborado por Mónica Beatriz Cragnolini, investigadora principal del Conicet, que fue publicado este año en la revista Erasmus con el título “El Gran Carnicero y la Pandemia”.
Cragnolini sostiene que en la producción de carne, “la vida de los animales es un ‘recurso’ que se produce continuamente, sólo para ser consumido. A ese ‘recurso’ que es el animal se lo condena a condiciones de stress y sufrimiento, y la presencia de pandemias zoonóticas (que parecen ‘asombrarnos’ tanto) es una consecuencia de la vida que le damos a las vidas animales”.
La investigadora, quien es doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires especializada en filosofía nietzscheana y postnietzscheana, cita al filófoso alemán Max Horkheimer para afirmar que los hombres se comportan con los animales “como tratantes y carniceros” y que eso también se puede aplicar con “aquellos humanos a los que animalizamos (inmigrantes, personas sometidas a trata para comercio sexual o trabajo ilegal), sino con el planeta todo”.
La autora menciona que las zoonosis del HIV, SARS, gripe aviar H5N1, gripe porcina H1N y el ébola “patentizan cómo tratamos al planeta: desmontando bosques para sembrar soja y maíz para alimentar a animales de producción, generando tierras yermas a partir de los monocultivos y el uso de agrotóxicos, encerrando a miles de miles de animales en espacios estrechos para producir carne leche o huevos para consumo humano, inyectando antibióticos a esos animales para que no enfermen por las condiciones de vida a los que los sometemos, y hormonas para que crezcan más rápido, transportando a esos animales en condiciones de hacinamiento a los mataderos y lugares de faenamiento, produciendo a partir de las emisiones de gases de esos animales contaminación atmosférica y vertiendo los desechos en sumideros, humedales o lagunas”.
“Todo un círculo vicioso –asegura la filósofa– que termina por atrapar a la humanidad, enfermándola a partir de los modos en que trata al planeta (sin mencionar el extractivismo, el fracking, el ataque a la biodiversidad y saqueo biótico, y todas las otras formas de consideración de todo lo que es como mero ‘recurso’)”
La investigadora emplea conceptos vertidos en la novelada “La Jungla” de Upton Sinclair (que fue escrita en 1906) para evidenciar las pésimas condiciones presentes en la industria agroalimentaria.
“Hoy en día las megagranjas y los agronegocios ocupan el lugar del Gran Carnicero: las multinacionales que se ocupan de la producción cárnica son cada vez menos y operan con el modelo de integración vertical, que tiende a unir los criaderos, la producción de alimento para los animales, el transporte y los mataderos, haciéndolos depender de una sola empresa. Esto significa también la desaparición del trabajo local, que no puede competir con estas megaempresas: la maquinaria del Gran Carnicero sigue aniquilando animales y existentes humanos a la par”, concluye de manera contundente.