Cuando los fogones tajean con su filosa luz las noches más cerradas en el campo y los ojos de los paisanos se tornan luciérnagas asombradas, las palabras caen a plomo en el silencio: “¡Le juro que yo lo ví!” “Usted no me lo va a creer”; “Yo no creo en las brujas, perooo…” “¡Ni se le ocurra entrar al monte!”; “¡Pero es un duende bueno, cuida a los animales!”; “Creer o reventar”, “¡Cosa ´e mandinga!”; “¡Ahijuna!”.
El escritor Alejandro Dolina, en su libro “Crónicas del ángel gris”, refuta a los ´refutadores de las leyendas´, quienes -dice- “no se limitan a demostrar que el mundo es razonable y científico, sino que también lo desean, y ese es su mayor pecado”. Por eso será que se escuchan explicaciones del tipo de “la luz mala sale del fósforo de las osamentas”; o “la leyenda del perro negro en los ingenios tucumanos, tiene origen en la leyenda inglesa del lobizón”; o “la del Cacuy, en Santiago del Estero, es la versión criolla del mito de Caín que mató a Abel, su hermano, en la Biblia”. ¡Pero qué lindo es soñar despiertos, soñar con las leyendas!
Habíamos comenzado con un texto sobre “Los componedores de caballos”, del libro El Tukma mágico, del maestro rural Octavio Cejas (QEPD), quien un día salió a grabar a la gente de su provincia, sobre lo sus experiencias fantásticas en el campo. En esta ocasión elegimos a los “curadores de sembrados”.
Pareciera que a medida de que avanza el progreso y el cálculo racional, las máquinas robotizadas y los drones en el campo, tenderían a desaparecer estos personajes mágicos. Fue famoso un debate de un cura jesuita, acusado de creer en la magia. Pero el cura se defendió argumentando que su comentario era científico porque había pruebas de que la mente humana podía influir sobre cosas y personas a kilómetros de distancia.
Sea así o no, lo cierto es que sigue siendo muy común, en pleno tercer milenio, que cuando a una persona le diagnostican una enfermedad terminal, sus familiares o ella misma, recurren a un cura sanador o a una curandera. Todo misterio será tal hasta que se demuestre lo contrario.
Hay personas que heredan habilidades especiales de sus mayores. Hay rituales especiales para su transmisión. Y ejercen un oficio que no debe ser rentado sino gratuito. No pueden contar los secretos de su habilidad. Algunos mueren sin habérselo pasado a alguien, siempre a través de un ritual estricto. Ronda lo mágico-religioso con halo de misterio. ¿Será que siempre será así, como las noches de luna llena?.
“En cambio Brizuela, un setentón que vive en Los Córdoba, departamento Río Chico, al sudoeste de la provincia de Tucumán, es ‘curador de sembrados’. Lo busca mucho la gente de la zona, en época de siembra de papa, tomate, pimiento, o cuando la plaga amenaza una cosecha. Yo mismo lo he visto ejercer su ‘oficio’ en Santa María y en Las Mesadas, en campos de papa semilla, y es impresionante. Llega al campo, plagado, de día o de noche, y camina todo el cerco sin compañía alguna – en eso es inflexible – mientras murmura cosas que nadie entiende. Amigo, créalo o no, al poco tiempo la plaga se va, y usted ve los gusanos caídos, muertos, como después de una batalla!” (Extractado y adaptado de El Tukma mágico. Autor, Mario Cejas).
Es curioso que avanza el cálculo científico y técnico acompañado de un desenfrenado afán de lucro que contamina el planeta y trata a la naturaleza como inferior a las personas, de modo contrario al modo religioso como la consideraban los pueblos originarios. Y además, promueve la superproducción de alimentos, pero estos sólo llegan a ser consumidos por una minoría, condenando al hambre a millones de personas. También resulta curioso que un gran movimiento mundial de personas civilizadas vuelven a sacralizar a la Tierra, llamándola “Madre”, como lo hacían los antiguos, y en Argentina lo hacen en lengua quichua, llamándola “Pachamama”.
Lo que es indiscutible, es la intención sanadora, desprendida del lucro, y con el espíritu comunitario que estos personajes misteriosos, como los antiguos chamanes, se siguen manifestando de modo ejemplar en la ruralidad.
Elegimos la canción Siembra, compuesta por el grupo Rialengo, que además fue animada en videoclip por Édgar Álvarez, dentro de un movimiento por volver a respetar a la Naturaleza.