Quince años atrás, cuando el presidente Néstor Kirchner decidió cerrar las exportaciones de carne pocos meses antes del inicio del Mundial de Fútbol Alemania 2006, los mayores perjudicados en el exterior por esa medida fueron los restaurantes germanos que estaban esperando los cortes argentinos para atender a millones de turistas. Hubo quejas. Pero fueron reemplazados por otros proveedores, entre los cuales se encontraba Brasil, que por entonces era una potencia cárnica en ciernes.
Pero ahora algunos integrantes del gobierno de Alberto Fernández –con deseos crecientes de volver a repetir la historia– no advierten que el mundo cambió desde entonces. Y mucho.
China, la nación más poblada del planeta con un estimado de casi 1450 millones de habitantes a la fecha, no se autoabastece de alimentos y en los últimos dos años perdió una gran parte de su stock de cerdos por una enfermedad (fiebre porcina africana) que impactó de lleno en una de las principales fuentes propias de proteínas cárnicas.
Los dirigentes del gobierno central chino iniciaron –en el marco de ‘bloqueos’ comerciales esporádicos o totales contra EE.UU. y Canadá, para luego iniciar esa misma política de represalia contra Australia– una carrera contra el tiempo para buscar de manera urgente sustituir el déficit interno de proteínas animales. No se trata de un ‘lujo’, sino de una cuestión de seguridad alimentaria, es decir, un problema de seguridad nacional. Traducido al criollo: algo con lo que ‘no se jode’.
Por tal motivo, una política que restrinja o interrumpa las exportaciones argentinas de proteínas cárnicas en la actual coyuntura entrará en colisión directa contra la soberanía alimentaria de una potencia que, además, puede ser la gran aliada del problema estructural que tiene la Argentina para generar las divisas necesarias para hacer funcionar la economía.
Un cierre de exportaciones ya no hará enojar a un grupo de empresarios europeos, sino a los miembros del Partido Comunista chino, quienes podrían poner a la Argentina en el “libro negro” de proveedores globales, algo que, en la actual coyuntura, podría resultar fatal para el sector frigorífico argentino porque la nación asiática es, por lejos, el principal comprador de carne vacuna (fenómeno que también se presenta en Brasil y Uruguay).
Argentina aún no se recuperó del “vacunicidio” instrumentado durante los primeros gobiernos kirchneristas, en el cual se perdieron más de 10 millones de cabezas bovinas. Y volver a repetir ahora esa receta retrógrada hará que, finalmente, ya no pueda recuperarse jamás. Pero ahora el daño causado tendrá además consecuencias geopolíticas con una potencia global.
Investigación: Descubrimos a los responsables del aumento de los precios de la carne
Muy buen razonamiento