Claudio Bertonatti es naturalista, museólogo y docente. Desde 1983 se dedica a la conservación de la naturaleza y del patrimonio cultural (con énfasis en el intangible). Asegura que el amor a la naturaleza aumenta el amor al prójimo y que el contacto con ella nos humaniza.
-La mayoría de las personas viven en grandes ciudades, alejadas de la naturaleza. ¿Qué problema nos trae este divorcio?
-El alejamiento geográfico o físico, racional y emocional de la naturaleza alimenta falsas creencias y sensaciones. Por ejemplo, que no somos parte de ella, que no dependemos de ella; por lo tanto, que no la necesitamos, que ocupa territorios de modo improductivo y que su destrucción no tiene repercusiones sobre nuestra vida. Nada hay más alejado de la verdad que todos estos falsos supuestos. Porque las ciudades donde vivimos la mayoría de las personas son ecosistemas artificiales que no se autoabastecen. Necesitan agua de los ríos o de las napas subterráneas, aire purificado y una multitud de recursos naturales que están fuera de esa traza urbana. Esto, desde lo material. Pero desde lo espiritual, psíquico o anímico necesitamos de su belleza, de su misterio, de su contemplación…
-¿Para qué?
-Para disfrutarla con el asombro de los niños, inspirarnos artísticamente (para aquellos que tienen inquietudes literarias, musicales, pictóricas, escultóricas, artesanales u otras), estimular sectores de nuestra mente que nos traen calma o mejor comprensión de la realidad, realizar actividades físicas o terapéuticas, imitar sus estrategias de resolución de problemas para aplicarlas a la tecnología (lo que se llama biomímesis)… En definitiva, estar más sanos, creativos y con más posibilidades recreativas o de felicidad.
-O sea que ese alejamiento físico impide observarla, vivenciarla y disfrutarla…
-La distancia mental dificulta comprenderla cabalmente y vincularse emocionalmente. Y, como no se puede querer lo que no se conoce (o consideramos lejano) crecemos con un déficit de valoración y de amor por la vida en el más amplio sentido. Esta forma de desarrollar o estructurar nuestro pensamiento configura la causa de todos los problemas ambientales: desde la agresión a los paisajes silvestres (que son incendiados, contaminados, erosionados, desforestados, desfaunados o reemplazados al máximo por urbanizaciones o campos agropecuarios) hasta el maltrato por los animales domésticos y la violencia entre nuestros semejantes. Porque, en definitiva, estas actitudes son partes que responden a un todo mental y conductal. Divorciarse, entonces, del resto de la naturaleza trae infelicidad, angustia, depresión, violencia y destrucción. Pero existe un camino inverso, desde luego.
-¿Por qué a pesar de toda la información que hay acerca de la importancia de respetar la naturaleza el mensaje no llega del todo y seguimos creyendo que a los habitantes de la ciudad al final no nos pasa nada?
-Hay una convergencia de razones, pero la responsabilidad más grave recae sobre los decisores de nuestro sistema educativo, que se acopla a esos alejamientos que mencionamos antes. Si revisamos la forma en que se nos enseña nos daremos cuenta que esa distancia entre los paisajes silvestres y los estudiantes no se achica, sino que se consolida. Se estudian aspectos sobre las ciencias naturales, el ambiente o la ecología pero… ¿el resultado final cuál es? ¡Es el mismo que cuando nos enseñan a leer y escribir! Aprendemos estrictamente eso: a leer y escribir. Punto.
-Y eso no alcanza, ¿no?
-Es que no se nos educa para amar la lectura, para disfrutar de la aventura que representa escribir un ensayo, una poesía o una novela. Aprendemos las leyes de la física o las fórmulas matemáticas, pero son más los aburridos que los apasionados por esas ciencias. Es el resultado de una educación “utilitarista”, que no enseña a amar. Es una educación que desatiende los valores humanos y las emociones. No se plantea como objetivo lograr que una persona egrese feliz, con una versión mejorada de uno mismo. Por eso, las escuelas y las universidades “producen” meros aprobadores de exámenes, como decía el gran Claudio Naranjo. Por lo tanto, su mayor esfuerzo se centra en compartir o inculcar información y no, valores que son más importantes que la información, porque determinan que un estudiante pueda egresar con mayores herramientas de realización personal y de ser feliz si ha sido estimulado adecuadamente para que se sienta valioso, capaz y comprometido con dar sentido a su vida mejorando algún aspecto del mundo.
-¿Y por dónde se empieza?
-Para educar hay que mantener vivo el sentido del asombro con que nace todo niño. Así entendía ese desafío Aristóteles hace más de dos mil años. Y para ello se necesita un maestro, guía o compañero de aprendizaje con quien contemplar la naturaleza, redescubrir sus misterios y experimentar la alegría del conocimiento. Cuando uno pasa una red por la laguna y observa lo que vive bajo ella se activan muchas sensaciones. Y cuando luego se devuelven sanos y salvos esos peces, renacuajos o larvas al agua, también.
-Usted es de los que cree que el mundo está lleno de sorpresas…
-¿Pero cómo dudar de eso si basta mirar un poco para comprobarlo? Es una pena que con el correr se diluya de los años esa suerte de instinto de búsqueda hacia lo que es hermoso y que inspira admiración por el mundo. Pareciera que esas sensaciones se derivan en su mayoría hacia lo artificial o lo tecnológico. Y no se trata de lo uno o lo otro, sino de balancear nuestro interés y energía por cultivar lo natural, emocional y espiritual con lo tecnológico, racional y material. Podemos mirar un atardecer para despedir el día valorando su belleza y su realismo, y eso es compatible con razonar cómo podemos resolver nuestros desafíos o problemas cotidianos. Activamos sectores de la mente que son complementarios con los impulsados por la tecnología. Incluso, con los juegos electrónicos que suelen basarse en elegir rápido qué dedo presiono. Decisiones rápidas y capacidad reflexiva es una combinación poderosa. Más cuando decidimos con empatía y generosidad por los demás. Conectarse con el mundo real sin despreciar la virtualidad nos permite ubicarnos en el mundo literalmente.
-Pero eso implica un gran cambio educativo. ¿Es posible?
-Tan posible y necesario que se está construyendo desde múltiples lugares y gradualmente, permeando poco a poco, aunque parezca imperceptible. Pero un día notaremos que en todas las escuelas primarias la enseñanza se equilibrará entre las cuatro paredes y el aire libre, con las reservas o parques naturales investigados con lupas y largavistas… Ese día, nuestro sentido de conexión con las demás formas de vida se habrá hecho camino y, al transitarlo, confirmaremos que somos parte de la naturaleza y que ella no depende de nosotros, pero nosotros, sí, dependemos de ella.
Fotos: Lorena Pérez
Claudio.. es una palabra autorizada en el tema!!