Pienso en el verbo utilizado en el título: “confesar”. Es correcto, está bien ubicado allí, aunque solemos asociar esa palabra con la admisión de un delito. En este increíble historia no hubo nada malo que esconder: no hubo delito sino todo lo contrario, un acto de justicia. Por eso me aferro a la segunda acepción que me ofrece el diccionario: confesar también quiere decir “declarar algo que se mantenía en secreto por cualquier motivo”.
No están demasiado claros los motivos que llevaron al veterinario Horacio Andrés Repetto a ocultar su secreto durante dos décadas. La mejor explicación que él mismo encuentra es que en su momento sintió miedo.
Más claros son los motivos que ahora lo llevan a contar esta historia en Bichos de Campo: en los últimos días murieron dos de sus ex jefes en la función pública: el ex ministro Carlos Casamiquela y el ex titular del INAES, Mario Cafiero.
-Nos estamos volviendo viejos- debe haber pensado Horacio al decidir revelar finalmente lo que escondía muy adentro suyo.
Repetto tiene la misma edad que yo, el periodista que eligió para contar su secreto: ambos nacimos en 1968 y hemos pasado de los 50 años. Descubro que tenemos otra cosa en común: no nos gusta la mentira, y mucho menos si emana desde el sector público. Los dos, además, fuimos protagonistas de la historia que ahora él me relata.
Horacio Repetto, ex funcionario del Senasa, fue quien en agosto del año 2000 reveló -mediante un mail anónimo que llegó a muchas manos, entre ellas a las de este periodista- que en la Argentina había casos de fiebre aftosa que el gobierno de Fernando de la Rúa se empecinaba en ocultar, no solo a los argentinos sino también a toda la comunidad internacional.
Gracias a que Repetto dio aviso, esa enorme mentira construida desde lo más alto del poder del Estado -y con cierta complicidad de los principales medios de comunicación- se comenzó a desmoronar. Es que aquel mail anónimo dio lugar a una investigación que el diario Clarín publicó el domingo 20 de agosto de 2000. Este cronista, que por entonces hacía sus primeras armas en las páginas centrales del diario y por suerte ya se había peleado con el editor del Suplemento Rural (donde se omitía la situación de la aftosa como muchísimas otras cosas que alterara el relato siempre victorioso de las pampas), participó de aquella investigación.
-¿Y vos cómo sabías que había vuelto la fiebre aftosa a la Argentina?- le pregunto veinte años después a Repetto.
-Soy hijo de veterinario y veterinario. E hice toda una carrera en Senasa. Había entrado en 1994 en la Coordinación de Cuarentena Animal, y después en 1996 pasé al área de Fiscalización de Fronteras. Hasta fui jefe en Ezeiza. Después, en 1999, entré en el INAES (Instituto de la Economía Social). Me desvinculé de Senasa por unos cuatro años, pero seguía teniendo un montón de contactos adentro. En junio de 2000, yo estando afuera y mis amigos adentro, ya se sabía que la mitad del Senasa estaba vacunando contra la fiebre aftosa. Pero nadie decía nada. Era “top secret”. No se podía decir.
Vacunar en ese momento estaba prohibido. La última vacuna la había inyectado a un animal el ex presidente Carlos Menem en 1999, y desde entonces no se podía utilizar más. En mayo de 2000, la Argentina había logrado obtener de la Organización Internacional de Epizootias (OIE) en Paris la declaración de “país libre de fiebre aftosa sin vacunación”.
Este status sanitario habilitaba al país a vender su carne en los mercados más exigentes del mundo, incluyendo los Estados Unidos, que había habilitado ese comercio muy poco tiempo antes. Reconocer la presencia de fiebre aftosa implicaba perder todos esos privilegios. Y por eso Fernando de la Rúa y todo sus ministros decidieron hacer un pacto de silencio. Llamaron a las entidades rurales y de frigoríficos, que se encolumnaron a ciegas con la mentira oficial por temor a perder negocios. También se convocó a los principales editores de los grandes medios. Recuerdo que el ex ministro de Agricultura, Antonio Berhongaray, nos acusaba de “traidores de la patria” a los tres modestos periodistas que osábamos hacer alguna pregunta desubicada. Eramos Daniel Raffo (agencia Télam), Franco Varise (La Nación) y yo, en aquel momento en el gran diario.
-¿Por qué tus compañeros en Senasa vacunaban la hacienda en secreto si sabían que estaba mal hacerlo?
-El Senasa es muy vertical, no por nada se llama servicio. Aunque supieran que estaba mal, los profesionales y técnicos que trabajamos allí solemos obedecer las órdenes de nuestros superiores a ciegas.
-¿Y cómo te decidiste vos a revelar ese ocultamiento?
-En aquellos tiempos no había mensajes de teléfono ni redes sociales. Era el tiempo en que se mandaban los mail en cadena. A principios de agosto me llega un mail donde estaban copiados más de 300 contactos del Senasa, de las embajadas, de frigoríficos, de productores, todo un mailing completo. Y ahí se me prendió la lamparita. Podía mandar un mail denunciando la situación a toda esa gente. Pero para que alguien lo leyera tenía que usar un poco de inteligencia. Por eso decidí armar un mail anónimo en Terra (un viejo servicio de Internet) firmado como “egimeno@terra.com.ar”, para que el quisiera pudiera entender.
Emilio Gimeno, también fallecido recientemente, era por entonces toda una eminencia en el mundo de los veterinarios y representaba en la Argentina nada menos que a la OIE, la organización veterinaria mundial a la que el país estaba ocultando la situación. Es decir, que un mail que -aunque falso- hiciera mención a su nombre despertaría el interés de todos los lectores. En eso no se equivocó Repetto: la noticia sobre los rebrotes de aftosa en la Argentina corrieron como reguero de pólvora.
De hecho, el correo apócrifo llegó de algún modo a manos de este cronista yb desencadenó la nota de Clarín.
-¿Por qué fue una denuncia anónima?
-La hice anónima porque trabajaba en el Estado. Fue un momento de bronca, porque estaba mal lo que se hacía. Pero a la vez era medio consciente del peligro de lo que estaba haciendo, y tenía dos hijos chiquitos que alimentar. No lo pensé demasiado, ni lo que estaba bien ni lo que estaba mal. Lo envié. El correo decía: “¿Hasta cuándo vamos a seguir tapando este desastre de la aftosa?”. Y nombraba algunos de los lugares donde se estaba vacunando.
Me cuenta Horacio que pasaron algunos días sin que no hubiera reacción. Apenas un recuadrito publicado en Ámbito Financiero, donde se hablaba muy escuetamente de una denuncia anónima y de que Senasa estaba en alerta por la aparición de algunos “seropositivos”. Pero de reconocer que había aftosa, ni noticia.
Finalmente el domingo 20 apareció aquella explosiva nota de Clarín, nada menos que en tapa: “Aftosa: una historia de falta de control y muchas sospechas El gobierno sabía con anticipación que había peligro de un rebrote. Pero la crisis salió a la luz recién cuando fue denunciada por un e-mail enviado de forma anónima”, decía esa tapa en letras de molde.
Repetto solía caminar los domingos por su barrio, Castelar, y compraba el diario antes de volver a su casa. Cuando vio aquella portada de Clarín que hacía referencia a su correo electrónico le corrió un sudor frío por la espalda. Para peor, en el interior del diario un recuadro hacía referencia a que los servicios de inteligencia, por orden del gobierno, estaban rastreando al autor del envío anónimo.
-Sí, recuerdo que a un colega de Política le dijeron eso. Y lo escribió…
-Se me paralizó el corazón. De golpe era el enemigo público número uno, buscado por la SIDE y la Policía Federal. Caminé hasta Ituzaingó para bajar la adrenalina que sentía. Cuando llegué a mi casa no le conté nada a mi esposa, para no preocuparla.
A los pocos días, la cuenta de correo “egimeno@terra.com.ar” había sido intervenida y suspendida. Repetto llegó a abrirla solo una vez más antes de eso, y vio que había un par de preguntas desde correos que pertenecían a periodistas. Imagino que alguno de esos envíos sería mío.
-¿Fue por eso que guardaste absoluto silencio todos estos años?
-Sí. Nunca quedé referenciado por ese episodio. Lo sabían dos o tres personas muy íntimas nomás. Ahora vos. Siempre lo mantuve muy en secreto.
Luego de esa tapa, el Gobierno de la Alianza se vio forzado a reconocer que la aftosa había regresado a la Argentina y de inmediato comenzaron a cerrarse varios mercados, incluyendo Estados Unidos (recién pudo ser recuperado en 2018). El presidente del Senasa, Oscar Bruni, debió renunciar. De todos modos, el gobierno de De la Rúa siguió mintiendo de modo descarado, pues dijo que el rebrote se había producido por el ingreso de hacienda enferma de Paraguay y que todo se había logrado controlar aplicando el rifle sanitario en tres provincias. Era falso: por todos lados se seguía vacunando en secreto.
A los pocos meses, en marzo de 2001, todo terminó de estallar cuando el colega Franco Varise pudo ingresar a un campo donde los animales babeando estaban siendo vacunados. Después de esas fotos publicadas por La Nación ya no quedó más margen para sostener el mayor ocultamiento de la historia ganadera de la Argentina.
Pocos meses después de eso. Repetto fue convocado nuevamente a trabajar en Senasa, donde con los años llegó a ser director regional de Córdoba. En 2016 le rescindieron el contrato pese a que había llegado a ganarse ese puesto por concurso. Hoy trabaja en una universidad, mucho más tranquilo.
-¿Y por qué decidiste contar esta historia ahora, veinte años después?
-Me decidí un poquito porque se murieron dos conocidos que habían sido jefes míos, Casamiquela y Cafiero. Los respeté a ambos. Pero lo más interesante de poder contarlo es que sirva como una advertencia de que la transparencia de los servicios sanitarios tiene que estar por fuera de lo que es la política. En ese momento se había montado una estructura de híper secreto. Hoy ese ocultamiento no se podría haber hecho, porque están las redes sociales. Pero en ese momento bastaba con bloquear los principales medios.
-Muchos ex colegas tuyos del Senasa pueden sentirse molestos…
-No lo creo. Aquella fue una decisión política. Ocultar no era la recomendación de los técnicos. Quizás un foco se puede tapar, pero cuando la tenés, la aftosa es como el Covid. Mejor dicho, el virus de la aftosa es tan contagioso o más que el Covid. Lo tenés que declarar y aceptar las pérdidas. Si no lo haces no podes trabajar.