Agroleaks, por Alejandra Groba
Hace justo cuatro años y tras varios de desarrollo, tuvo lugar en Londres la degustación de la primera hamburguesa del mundo que no había requerido matar un animal. Se presentó así oficialmente la tecnología de la carne cultivada o sintética, que en ese caso consistió en un ensamble de unas 10.000 pequeñas tiras de músculo que habían sido cultivadas individualmente en un laboratorio en la Universidad de Maastricht.
El proyecto había sido financiado por uno de los fundadores de Google, Sergey Brin, y dirigido por el fisiólogo Mark Post, quien a partir de esa experiencia cofundó MosaMeat con el objetivo de hacer de la ingeniería de tejidos una tecnología capaz de producir carne masivamente accesible, algo que estuvo lejos de lograr el prototipo, que demandó unos 330.000 dólares. Para ellos se asoció con Peter Verstrate, que hace unos meses estuvo en Buenos Aires en el evento Carne Sintética: La Innovación en la era de la Producción 4.0, organizada por el BID, el INTAL, el INTA y el Ministerio de Agroindustria.
Un buen resumen de la jornada del INTA sobre carne sintética.
Si por estos pagos esta iniciativa y varias otras similares hacen fruncir (el ceño) a más de un frigorífico y más de dos ganaderos, ahora los motivos se multiplican, porque el tema empezó a interesar a los chinos, fuerza económica arrasadora y hoy principalísimo mercado de la carne argentina (y de la región), tanto en volumen como en facturación.
China acordó poner 300 millones de dólares para involucrarse en las tecnologías del procesamiento de carne cultivada de tres empresas israelíes: SuperMeat, Future Meat Technologies y Meat The Future, de acuerdo con el portal EnlaceJudíoMéxico. El interés chino, más allá de su colosal demanda actual y ni que hablar potencial, estaría relacionado con la cuestión ambiental, debido a la gran cantidad de gases de efecto invernadero que produce el ganado vacuno en particular, así como la producción de fertilizantes que se aplican en los suelos para generan su alimentación, la de otros químicos para tratamientos y la industria cárnica en sí.
Hasta el momento, más allá del precio, la mayor barrera para estas iniciativas se encuentra en el cerebro y el paladar de los consumidores. Respecto de este último, los científicos están trabajando en lograr productos más parecidos a lo real, y en este sentido deberían cultivar no solo células de músculos sino también de la grasa y vasos sanguíneos.