Mario Fernando González no esconde su pasión por la tierra donde nació, a la que llama “su lugar en el mundo”, La Rioja, tierra bendecida por el sol, de color federal y lanzas de caudillos, como el Chacho Peñaloza.
Mario tiene 49 años y se crió en una familia de músicos. Es nieto de Don Moisés González Luna, del que Isabel Aretz grabó algunas de sus obras. Es hijo del prestigioso compositor Pimpe González. Y es hermano del gran poeta y músico, Ramiro González. Hubo tanta magia musical en esa familia que lo volvió multi-instrumentista, con especial énfasis en los vientos o aerófonos, como quena, sikus y flauta traversa.
De chico lo mandaron a aprender piano y danzas folklóricas y, si bien ninguna de esas destrezas prendieron en su alma, la paradoja del destino resultó que se casara con una bailarina profesional, y llegara a ser uno de los primeros bailarines de tango de su provincia.
Siendo que los únicos instrumentos que nunca logró interpretar con destreza fueron los percusivos, como el bombo y la caja chayera, hoy es su arte complementario a todo lo que hace: repara bombos y fabrica cajas chayeras.
Recuerda Mario, con emoción, su infancia jugando a las canicas, los barriletes, la payana, y la pequeña finca de sus abuelos, en Sanagasta, a sólo 30 kilómetros de la capital, adonde iba cada quincena. Sanagasta significa “pueblo de negros”, porque allí hubo un asentamiento de esclavos africanos (Ver el libro “La Rioja negra”, del historiador Víctor Robledo). Hoy sus pobladores conservan su pelo mota y sus narices anchas.
Allí aprendió Mario a sembrar y a cosechar, a conservar los tomates, a preparar dulces de membrillo, de duraznos, y a elaborar la aceituna de mesa, todo jugando. Hoy siente el aroma a pan casero recién horneado e inmediatamente éste lo traslada a las meriendas en lo de sus abuelo, aquellas tardes de mate cocido, con burrito, cedrón, menta o poleo. No se olvida de que su abuela molía nueces, y preparaba un almíbar, lo dejaba enfriar, y hacía bocaditos dulces, bolitas de nuez molida bañadas de almíbar, y cubiertas con un glaseado o con fondant.
También era común que en aquella casa de campo se comiera la focaccia, pero a la masa, en vez de hacerla como la común de pizza, la hacía con harina, papa y aceite de oliva. Tenía un sabor y un aroma inolvidables. Es que los padres de su abuela eran Dalessandro (si bien Mario me acota con orgullo que también tiene ascendencia Miranday, que son originarios). Al dulce de membrillo lo cocinaban a fuego de leña en una paila de cobre. Ponían un kilo de pasta del membrillo y un kilo de azúcar, esencia de vainilla y jugo de limón. Con los años entendería que el ácido cítrico, con la pectina del membrillo y la alta temperatura lograban que se gelificara el membrillo. Tradicionalmente la aceituna se elabora con soda cáustica, pero su abuela la preparaba con lejía de cenizas, lo que le daba un sabor tradicional.
Al terminar sus estudios secundarios decidió estudiar Ingeniaría Agroindustrial y, si bien la cursó toda no la concluyó, aunque le ayudó a reforzar todo lo aprendido con sus abuelos durante su infancia rural. Pero en 1998 comenzó a colaborar con el INTA, en el programa ProHuerta, dando talleres de elaboración de aceitunas, conservas y dulces, particularmente de zapallo criollo, que es el único que hasta hoy sigue haciendo en su casa.
Mario también estudió la Diplomatura en Gestión Pública, e intentó terminar la carrera de ingeniería, pero en 2007 se decidió a estudiar la Licenciatura en Gestión Organizacional y Recursos Humanos, antes llamada Psicología Organizacional, aplicada a empresas. esta vez la concluyó. En 2014 ingresó de lleno al INTA con el rol de integrar un equipo de ProHuerta con Trabajadores Sociales, y su rol fue fortalecer a la misma organización y concientizar a la gente de las ventajas de trabajar en equipo. En el año 2016 concursó y se trasladó a Córdoba en el área de Organización y Recursos Humanos, y conoció la capacidad que el INTA tiene como institución formadora de los grupos humanos en la ruralidad.
Pero Mario extrañaba su pago riojano, a su hija, y su madre no estaba bien de salud, por lo que decidió pedir su traslado y regresar a La Rioja. Hoy cumple la función de vincular y generar nexos comunicativos entre las organizaciones rurales, haciendo conocer las capacidades de cada organización. Además es docente de varias materias en la Universidad de La Rioja.
Mario me habla de la albahaca, de la harina y del agua que coronan la fiesta del carnaval riojano, La Chaya.
Chayar es rociar con agua, que es un bien muy preciado de La Rioja, y la gente, porque no abunda, se rocía con mesura. Luego, se enharinan, y eso los iguala a todos. Todo el mundo se cuelga un ramito de albahaca de la oreja izquierda -si es soltero- y de la oreja derecha -si es casado-, como una señal. Quien se encarga cada año de organizar la Chaya, debe proveer de la albahaca de modo gratuito. Pero en los jardines de todas las casas riojanas hay albahaca fresca, porque además ahuyenta a las brujas. Dicen que el aroma de la albahaca mantiene más frescos a los que beben alcohol, tanto de chicha como de vino. La albahaca está presente en ensaladas, en las comidas árabes y en las criollas como en la humita.
Luego Mario me contó sobre los bombos y las cajas. Los bombos legüeros son de tronco ahuecado y panzones, y los bombos de cuerpo recto se llaman criollos y se elaboran de otros materiales. Tanto los bombos como las cajas se hacen de madera de ceibo. Pero originalmente se hacían de Pasacana, que es un cardón de un brazo largo, del que se aprovechaba la parte cercana a la raíz y la primera parte del tronco, que no tienen los orificios típicos de la madera de cardón que se puede ver en las iglesias coloniales del Noroeste. Pero hoy se hacen de madera de nogal, de algarrobo y otros los hacen con laminados.
Los cueros pueden ser de cabrito, cabrillona o de chivo. Las correas son de suela o de cuero de vaca pelado a la cal, o cuero crudo al que se humedece para coserlo. El cuero se pela con jabón, o con cal o con lejía de ceniza.
Mario elije los cueros de acuerdo a su espesor, al ancho de la membrana. El pelo en el cuero del bombo regula el sonido: si el pelo es más bien corto, el sonido será más agudo, y más largo, será más grave.
La caja se hace con cuero pelado, porque el pelo apagaría sus retumbos, sobre todo del lado posterior, al que lo atraviesa la chirlera, y que no vibraría si el cuero fuera peludo. El cuero se pela con lejía de ceniza. Originalmente eran las mujeres las que hacían las cajas chayeras, de la zona de Aimogasta, de San Blas de los Sauces, o de Chilecito, pueblos de hacedoras por excelencia.
El gran cantautor riojano, Pancho Cabral, sentencia:
“Si ese bombito no suena / Y sólo sabe llorar / Llevalo pal Tata Duarte / Con duendes lo ha de curar.”
Mario sostiene que esos duendes son los de la armonía, del buen gusto y del amor que se le pone al instrumento. El Tata Duarte, que construía bombos y cajas, los poseía a todos. Él, cada vez que termina una caja o repara un bombo, invita a sus amigos músicos a probarlos e iniciarlos.
Mario Fernando toca los aerófonos (quena y sikus) y canta en el grupo “Ecos del cerro”, junto a músicos de la primera línea riojana, como César Mercado Luna (charango), Gastón Zoloaga (guitarra), Raúl Carrizo (bajo), al que dice que lo trajeron del jazz y del rock, y Leo Domenes (batería y percusión).
Han editado el CD “Ven a mí”, de altísima calidad. Hoy se preparan para tocar en el festival mayor de su provincia, el Festival de la Chaya, y sus hijas bailarán las músicas que ellos interpretarán.
Me apuro a terminar esta nota, porque ya salgo en viaje a La Rioja, con la intención de vivir la Chaya riojana y, sobre todo, de poder compartir una noche salamanquera junto a los González, que son puro talento y humildad sin par, de manos abiertas y amplia sonrisa. Qué lujo me daré.
Mario nos dedicó una bella melodía que compuso para despedir a un compañero músico que falleció de cáncer, en el año 1998. Él no pudo estar en su funeral porque andaba lejos, pero como iba con su quena a cuestas, le compuso “Para Pablo”: