La de los arándanos argentinos es como aquella historia de un príncipe de sangre azul que nació y creció entre algodones, que rápidamente se hizo mozo, fuerte y se lanzó a la conquista del mundo. Pero sucedió que cuando estaba a punto de convertirse en rey apareció un rival mucho más poderoso, un ogro. Y ahora nuestro héroe se debate entre achicarse y huir, o dar pelea.
Vamos por capítulos. Lo de la sangre azul no hay que explicarlo: arándano es el nombre en castellano del blueberrie, una fruta fina bautizada así por su tonalidad azulada. Se trata de uno de los últimos cultivos introducidos en la Argentina, pues los primeros plantíos datan de los años ’90. Niño mimado, pegó el estirón ya en el nuevo milenio. La superficie sembrada, que era de solo 400 hectáreas en 2001, se estabilizó en torno a 2.600 hectáreas en los últimos tres o cuatro años.
Lo de la conquista de mercados tampoco es verso. Nuestro arándano salió al mundo primero con tímidas arremetidas, pero a partir de 2008 consolidó exportaciones superiores a las 10 mil toneladas. El récord, según datos del Senasa, fueron 19.400 toneladas en 2011. El año pasado los registros marcaron más que aceptables 18.551 toneladas.
La fruta es básicamente americana, ya que el 85% se produce en esta región del mundo y también la mayor parte es consumida aquí. Estados Unidos es el principal jugador de este imperio: cosecha 250 mil toneladas, pero como no le alcanza compra más en otras comarcas. Allí entra el arándano argentino en escena. El país norteamericano absorbe usualmente un 65% de los embarques locales, mientras que otro 20% va a Europa y el resto se desparrama entre varios destinos.
Como buen príncipe, nuestro guerreo sale a batallar solo durante un breve lapso que va de septiembre a noviembre de cada año. Es que, sangre azul, el arándano es bastante frágil y sumamente perecedero: hay que venderlo rápido y solo durante la temporada. Sucede lo mismo en el reino vecino, Chile, el segundo productor mundial. En su caso la época de cosecha y exportación se inicia en noviembre y dura hasta mediados de marzo. Entonces se cruzan muy poco: cuando uno regresa de batallar, el otro entra en escena. Era la situación ideal para nuestro príncipe: durante dos meses –entre septiembre y octubre– no tenía competencia. Los mercados venían a pedir que los conquisten.
Hasta aquí el cuento. Ahora la cruda realidad. La semana pasada se realizó en Concordia, Entre Ríos (junto con Tucumán, una de las dos grandes zonas arandaneras del país) una jornada para analizar las perspectivas de la campaña que está por iniciarse el mes próximo.
Alejandro Pannunzio, presidente de la Asociación de Productores de Arándanos de la Mesopotamia, pasó revista al ejército nacional: se espera una producción de 18.000 toneladas de fruta lista para exportar, a precios nada despreciables que oscilarían entre us$ 5 y us$ 7 por kilo. El príncipe podría salir a revalidar honores. Para la balanza comercial, el blueberrie se ha convertido en los últimos tiempos en la tercera fruta en importancia, detrás del limón y la pera, arriba de la manzana.
Fue Miguel Bentín, presidente de Pro-Arándanos Perú, quien trajo las malas nuevas. Es que Perú es el ogro de este cuento. En 2014 solo producía 2.000 toneladas y no le hacía ni cosquillas a la Argentina. Pero este año ofertaría 25.000 toneladas y para 2021 planea llegar a 40.000. Se acabó la fiesta para nuestro príncipe, porque este impensado rival, que cultiva arándanos bajo riego a gran escala sobre los médanos ubicados en su ribera norteña, tiene la misma “ventana” de exportación y sale a la conquista en los mismos meses que la Argentina.
“Se acabó la ventana. Perú es el gran desbalanceador. Entre septiembre y octubre veníamos operando solos en el mercado y por eso nos relajamos un poco de más, y eso empieza a jugar en contra. Eso sumado a nuestra falta de competitividad por el tipo de cambio y los altos costos que enfrentamos los que producimos en este país”, dice ahora Pannunzio. La autocrítica es genuina. De tan fácil que le resultaba conquistar el mundo el príncipe se pasó de jaranas y hasta sacó panza. Ahora tiene que volver a entrenar.
Para el productor entrerriano, si el año pasado ya fue difícil, éste tampoco garantizaría la rentabilidad de una economía regional que en tiempos de cosecha brinda trabajo a unas 25 mil personas y genera us$ 110 millones en divisas. Por eso Pannunzio reclamó al Gobierno una mesa de trabajo que pueda analizar cómo reducir los costos y mejorar la competitividad de la actividad.
En tiempos de conquista fácil, por ejemplo, el príncipe se acostumbró a sacar su producto pagando un elevado flete por avión. Ahora habrá que analizar cómo exportar en barco. Ajustarse el cinturón. Y así muchas variables más a revisar: el costo de la tarifa eléctrica (vital para la cadena de frío), la estructura impositiva…
“Va a costar mucho esta transición. La verdad es que productivamente estamos muy bien, pero enfrentamos una gran incertidumbre”, dice Pannunzio, preparándose para esta gran batalla.
Artículo publicado en el suplemento Agro de la agencia Télam el 18 de agosto de 2017.
buen analisis…muy real.