Durante la última realización de la Exposición Rural de Mercedes, en Corrientes, un espacio distinto llamó la atención por una palabra que no suele dominar este tipo de ámbitos: solidaridad. Allí flameó una bandera en construcción, con retazos de distintos tamaños y colores, cada uno con un nombre, un logo y una historia detrás. Era el estand del Centro Regional Mercedes de Solidagro.
Al frente de la institución está Diana Cifuentes de Gonzales Moreno, quien hace 21 años encabeza una experiencia que nació de la urgencia social y del vínculo profundo entre el campo y la comunidad urbana más vulnerable. “Nosotros estamos trabajando acá en el Centro Solidagro Regional Mercedes hace 21 años. Nuestros cuatro pilares son salud, educación, trabajo y comunidad”, resume.
Solidagro es la Red Solidaria del Agro, integrada por más de 20 instituciones del sector a nivel nacional. Entre ellas se cuentan entidades históricas como la Sociedad Rural Argentina y la Cámara de Consignatarios de Ganado, entre muchas otras. “Todo es solidaridad. Todo es voluntariado. Acá no se paga nada”, subraya Diana.
A nivel local, el centro funciona con una comisión integrada por esas mismas instituciones. El territorio de acción principal es el barrio San Martín, ubicado a unos dos kilómetros del centro de Mercedes. “Era un barrio que en un momento fue muy carenciado. Vivían en una forma precaria. Necesitaban agua, necesitaban luz, necesitaban calles. Lo básico para vivir. Y después otra cosa que era muy importante: el trabajo. No tenían trabajo”, describe.
La decisión de instalarse allí fue deliberada. Diana venía de trabajar en la Cruz Roja local, donde se desempeñaba como tesorera. “Yo recorrí todo Mercedes buscando lugar, con un chico que fue el que me impulsó a todo esto. Y encontré que realmente las necesidades más grandes estaban en este barrio”, recuerda.
El primer abordaje contempló comida para salir de la indigencia. “El primer tiempo, que fueron tres años, entregábamos bolsones de comida. Eso fue en el año 2004”, explica. Pero el objetivo nunca fue la asistencia permanente, sino generar trabajo.
Mirá la entrevista completa con Diana Cifuentes:
Así surgieron los microemprendimientos. Uno de los primeros fue el de fabricación de ladrillos. “Ellos alquilaban un caballo. En ese entonces cobraban 50 pesos el día. Hacían un pozo y ahí toda la familia trabajaba”, relata. En ese proceso apareció una de las decisiones más difíciles: sacar a los chicos del trabajo infantil. “Chiquitos de 4 o 5 años pisaban el barro para hacer los ladrillos”, cuenta.
Desde la organización comenzaron a intervenir con herramientas, insumos y un sistema de devolución mínima del dinero. “Una vez que nos iban devolviendo la plata de los caballos, que era mínimo, 10 pesos por mes, con esa plata íbamos invirtiendo para que compren los moldes y los elementos. Después, cuando terminaban de pagar el caballo, se lo inscribíamos a su nombre y hacíamos todos los trámites. Todo esto con gente que nos ayudaba gratuitamente”, detalla. “Te quiero aclarar: todo es a pulmón. No tenemos plata”.
El eje educativo fue otro de los pilares clave. En muchos casos, los chicos directamente no iban a la escuela. “Los hicimos anotar. Logramos convencer a los padres de que tenían que ir a la escuela. Les conseguimos mochilas, les explicamos la importancia de la educación”, cuenta.
Había además una barrera cultural y social: la discriminación. “Los chicos no querían ir porque decían que los judeaban, que sería que les hacían bullying porque eran de otra condición”, explica. Para sostener ese proceso se armó un esquema de apoyo escolar todos los días. “Hacemos apoyo dos veces por día, por la mañana y por la tarde. Con distintos grupos de grados. Y después de las clases se les da una copa de arroz con leche o de cereales, de lo que consigamos”.
El vínculo con el campo es directo y estructural. “Por eso apelamos a todos estos que vos ves. La mayoría son estancias que nos han apoyado”, señala Diana, mientras enumera stands y auspiciantes. Ese apoyo se canaliza en una modalidad original: la bandera solidaria.
“Cada trozo de la bandera tiene un valor, que va de mil pesos en adelante, lo que quieras poner. Con esta bandera que nosotros completamos, afrontamos los gastos de todo el año. El centro es autosustentable. Del Estado no recibimos absolutamente un peso”, explica. El proceso tiene además una lógica de visibilización, ya que cada aportante coloca su fragmento, se le toma una foto, se sube a redes y queda registrado como parte de ese entramado solidario.
La consigna de la entidad resume ese espíritu: “Poner el hombro, poner el alma”.
Durante la exposición rural de Mercedes, la consigna fue completar la bandera antes de la puesta del sol. El cierre estuvo cargado de símbolos, con el banderazo final, acompañado por la Sociedad Rural local en su 125° aniversario.




